LISTILLOS

Como setas. El otro día hablaba de algunas cosas buenas que estaba encontrando en la pandemia. Malas hay unas cuantas muy obvias. Buff. Casi 20.000 muertos. Pero no quiero hablar de lo obvio, sino del afloramiento de cientos de miles, de millones de listillos. Son personas a las que yo, en cierto modo, envidio. Lo tienen todo clarísimo. Siempre. Y te hablan con una contundencia, con una rapidez en el verbo, con unos argumentos tan aparentemente impecables, que tú, pobre mortal, eres incapaz de responder.

Ha pasado con este virus que nos asola. No sé ustedes. Yo, hace un mes y medio o dos meses, veía lo del Coronavirus como algo lejano, de chinos. Como miramos el hambre de África o los huracanes del Caribe. Nos da una pena tremenda, intentamos ayudar desde lejos, pero jamás pensamos que la desgracia vaya a entrar en nuestro salón.

Yo estuve del 18 al 22 de febrero en Estocolmo en una Conferencia Internacional sobre Seguridad Vial. ¡¡Organizada por la OMS!! Y no es que no se suspendiera, es que no vimos ni media mascarilla. Solo vi 4; las que me obligó a meter en la maleta mi mujer (ella sí que es LISTA con mayúsculas) porque temía que, con 2.000 personas de todo el mundo allí, pudiera haber contagios. Y nos parecía tan exagerado que hasta me hice una foto con la gente de mi equipo para mandársela a mi mujer.

Todos medio de coña con el coronavirus, porque allí la única medida de precaución eran unos botes de líquido desinfectante en unos mostradores en los que se ofrecía comida y café. Unos días después de volver de Suecia, la pandemia llegó a Europa y, una semana más tarde, en España empezábamos a pensar que esto iba en serio.

Y ahí comenzaron a surgir los listillos. Son los que, por supuesto, si hubieran estado gobernando, lo habrían hecho no bien, sino de puta madre. Son los que tienen siempre el remedio para el muerto, cuando el finado está más tieso que la mojama. Y da igual la adscripción política. Porque aquí hablan con la misma contundencia los que critican al gobierno que aquellos que siguen defendiendo lo indefendible.

Yo creo que es cierto lo que dice el Ejecutivo de que siguieron, incialmente, las recomendaciones de la OMS. Porque, a las pruebas suecas me remito, la OMS no pensaba que esto se nos iba a ir tanto de las manos. Pero también es cierto que a nuestro gobierno toda esta crisis le ha pillado en paños menores y han ido reaccionando como a golpes, dando algunos palos de ciego que quizás nos han hecho llegar demasiado tarde. ¿O hay que aceptar como inevitable el hecho de que estemos entre los países con más muertos por millón de habitantes?

A mí de nuestros políticos me sorprende la sensación que trasladan de que siguen jugando una partida de algún juego de rol y no de que estén enfrentándose a la peor crisis de España desde la Guerra Civil. Pedro Sánchez ofreciendo constantes discursos eternos sin decir nada y soltando de vez en cuando píldoras en las que intenta ser un Winston Churchill pasado por la Clínica Buchinger.

No entiendo que Sánchez no convocara desde el principio del horror a Moncloa a los líderes de los principales partidos. Serían muy distintas esas ruedas de prensa si estuvieran todos los líderes ahí, a piñón, respondiendo a preguntas de verdad hechas telemáticamente por periodistas de todo signo. Y, probablemente, el resto de líderes podrían estar ayudando en algo a superar este drama.

Pero no. Ellos ahí siguen. Los de la oposición diciendo que no van a ver a Sánchez, o que no se fían, vaya usted a saber con qué excusa y los del gobierno asegurando que lo han hecho todo bien. Y ahí están, sin reconocer un error como el de la manifa del 8-M o la imprevisión. En esas manos, de gobierno y oposición, estamos afrontando un espanto que está tocando con dureza a millones de familias. Eso por no hablar del Tsunami económico. Que a ver cómo salimos de esta.

Tendremos que preguntarles a los listillos. Porque ellos sí que lo saben. Son los que echan la bronca a los dueños de perro por pasear. Los que ponen carteles (anónimos) en el vecindario conminando a los que trabajan en Sanidad o en supermercados a abandonar sus casas temporalmente. También están los que se hartan de mandar distintas mierdas por wassap para redoblar nuestra indignación.

Y da igual si te indignas contra el gobierno o contra la oposición. Son igual de pesados e igual de intensos los defensores de unos y de otros. Lo que han conseguido es algo histórico; que estén empezando a sonar tambores de censura. Uno ya no sabe qué creer, pero es muy mosqueante que el Estado esté tan preocupado por la circulación de bulos.

Ayer me inquietó gravemente esa pregunta del CIS que decía: “¿Cree usted que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?”

Lo terrible no es que hubiera un 66,7% de españoles que dijeran que sí. Lo inconcebible es que un gobierno de un Estado democrático moderno haga semejante cuestión. Porque hay preguntas que, en democracia, un gobierno solo las puede hacer en las urnas. Por ejemplo, ¿Debería el CIS haber preguntado si habría que aplicar pena de muerte a violadores asesinos al día siguiente de descubrirse el cadáver de Diana Quer? Yo creo que no, porque, probablemente, el 66,7% (o más) de los españoles habrían dicho que sí.

El problema, queridos dirigentes políticos, es que esa es una pregunta, como la de limitar la libertad de información, que se cisca en nuestra Constitución del 78. Y no deberíais poder hacerla. Claro que hay tantas cosas que no deberíamos poder hacer y las hacemos….

Cierro esta Cabra con un homenaje de humor negro a todos los que han tenido que despedir a alguien en estas semanas de dolor. Este es un cartel que me dejó estupefacto el otro día en el Cementerio de la Almudena. Es tristísimo, pero nos dio, como suele pasar en los duelos, para uno de esos ataques de risa en los que empiezas riendo y acabas llorando. Como una Magdalena.

DESCUBRIMIENTOS

Mi hija Paula es una Señora. Y yo no lo sabía. Y es un descubrimiento que le debo agradecer a este virus hijoputa que tanto dolor y tanto daño está provocando a nuestras familias, a nuestras empresas y a nuestros países.

Los que me conocen saben que yo intento siempre buscarle la parte buena a las cosas. Sé que algunos opinan que eso es un síntoma de poca inteligencia, pero me importa una higa. O tres. Creo que se vive mejor pensando en positivo y opino que el pesimismo, la melancolía, darle vueltas a lo que no puedes cambiar, solo sirve para hacerte sufrir y para gastar energía de manera inútil e innecesaria.

MI FAMILIA

Por eso estoy intentando disfrutar de las cosas buenas que está dándome este confinamiento. La semana pasada contaba que habíamos tenido la inmensa pena de despedir a mi suegra por el virus. Han sido días duros, pero este duelo enclaustrado, sin poder abrazar a los que más quieres, nos está sirviendo como una especie de terapia familiar. Tampoco es que necesitásemos un tratamiento.

Antes del aislamiento nos llevábamos muy bien. Pero estamos conviviendo en armonía, estamos hablando mucho y haciendo esas cosas que ya no puede hacer un padre cuando sus hijos tienen 25, 22 y 18 años. Por si fuera poco rara la situación, durante más de dos semanas hemos tenido en aislamiento a mi mujer, a mi hija Macarena y a mi hijo Carlillos. Carlos ha salido ya del aislamiento, pero su madre y su hermana la pequeña, ahí siguen sin poder tocar un plato y teniendo que pasar la mayor parte del día en sus habitaciones.

MI HIJA PAULA

Y, en medio de este pequeño caos, de este funcionamiento anómalo de la familia, ha surgido mi hija Paula. Por mucho que crezcan nuestros hijos, por mucho que se conviertan en adultos, que trabajen, que sean absolutamente independientes, un padre siempre tiende a pensar en su hijo como un ser que necesita guía. No digo que les sigamos viendo como niños. Pero casi. Y, en estos días, yo he descubierto que mi hija Paula es una mujer. Y una mujer estupenda.

Hemos estado ella y yo más de dos semanas organizando la casa, cocinando, haciendo de camareros, limpiando, poniendo lavadoras… En muchos momentos toma ella el mando y gestiona menús, decide qué es lo que hay que comprar, cuándo hay que limpiar baños, cuándo aspirar y fregar… Y todo esto sin una queja. En nuestra casa tenemos muchas virtudes, pero también algunos defectos. Y ninguno hemos heredado el gen Mahatma Gandhi de mi abuelo Piló.

Y a Paula no le he oído ni un grito en todos los días de aislamiento. Ha habido pocas discusiones y, las que ha habido, se han resuelto rápido y bien. Ayer vimos la tremenda película de “El Pianista”. Cuando están deportando a los judíos polacos a los campos de concentración, Adrien Brody le dice a su hermana: “Ojalá te hubiera conocido mejor”. Y ambos se ponen a llorar. Y a mí me emocionó mucho la frase, porque esta mierda de aislamiento a mí me está sirviendo para conocer mejor a mis hijos. Y, de paso, he descubierto que se les puede querer todavía más.

En fin, que me estoy poniendo tierno. Y no era eso. Quería hablar también de otros descubrimientos que he hecho en estas semanas duras.

PUNTUALES IMPUNTUALES

Por ejemplo, que el confinamiento nos hace llegar a las citas antes de tiempo. No sé si es la ansiedad de tener un plan. Una cita en medio de la rutina. Porque ¿cuándo en España, hemos llegado todos puntuales a algo? Jamás. Pero, en estos días, si sales a tu balcón a las 19.58 ya llegas tarde porque el aplauso de las 20 horas empieza siempre con uno, dos o tres minutos de antelación. O sea que, los españoles, impuntuales, pero no por retraso, sino por anticipación.

He descubierto también que, en mi empresa, tengo un equipo heroico. En plenas restricciones, con el equipo trabajando prácticamente al 80% desde sus casas, hemos conseguido entregar a TVE, en 3 semanas, 4 programas realizados bajo las estrictas normas impuestas por el Estado de Alarma.

UN EQUIPO HEROICO

Si hace un mes y medio me hubieran pedido entregar dos programas en una semana, habría dicho que no era posible. Pero eso era porque nadie nos había puesto en las condiciones terribles en las que estamos ahora. Y nunca habría podido hacerlo sin el equipo que tengo y, sobre todo, sin el trabajo descomunal de nuestro director de Realización, Jesús Rodríguez, y el de la directora de Producción, Montse Gómez.

También he descubierto que, para muchos, los empresarios seguimos siendo esos hijos de puta gordos, vestidos con traje negro, que fuman un puro y echan la ceniza sobre las heridas abiertas de sus empleados. Al menos, si oyes a la parte de Podemos del Gobierno, se les llena la boca diciendo que van a proteger a los trabajadores sin darse cuenta de que, los que protegemos a los trabajadores, somos los empresarios. Y que, si nos pones una soga al cuello y nos quitas la silla de los pies, lo normal es que nos ahoguemos y que, por tanto, tengamos que cerrar. Y, cerrando, tenemos que echar a todos los trabajadores.

¿EL BUEN EMPRESARIO? LA MAYORÍA

¿Que hay empresarios forrados hijos de puta? Claro. Pero la inmensa mayoría de los empresarios, incluso los que se forran, somos gente normal. Unos ganan más. Otros menos. Muchos empatan. Y otros muchos pierden dinero. Su dinero.

Y no quiero dar pena a nadie. Nos metemos en esto porque queremos. Unos porque nos va la marcha y otros, quizás, porque les ha echado el mercado laboral y no les ha quedado más remedio. Da igual. Ahí están peleando por generar y sostener empleo digno, aunque a cientos de miles de empresarios, entre su sueldo y su beneficio, la cosa no les dé, ni soñando, para comprarse un chalet como el del jefe de Podemos.

Y no es demagogia. Es así.

Quería hablar también del descubrimiento de la enorme capacidad que tenemos para aceptar cosas inaceptables. Pero hace rato que se me ha acabado el folio y, aunque en el mundo virtual los folios no existen, yo, en estos días de confinamiento, estoy intentando ser mucho más ordenado. Otro descubrimiento…

DOLOR DE CORAZÓN

Literal. Es un dolor que se agarra entre la garganta y el esternón cuando la congoja, la angustia, el enfado y la impotencia se te meten en el cuerpo. Y no te sueltan. Ayer murió mi suegra. Maite Cabetas. 83 años. Enferma de cáncer que estaba en pleno proceso de recuperación de su último ciclo de quimio. Estaba bien. Tenía sus dolores y la enfermedad le había impuesto unas limitaciones, pero seguía siendo independiente, haciendo su vida y dando cada día, a todos los que la rodeábamos, una lección de unas ganas de vivir imbatibles.

Pero el miércoles de la semana pasada comenzó con fiebre superior a 38º. Su médico siempre le decía que, con esa temperatura, debía ingresar en el hospital. Y allá la llevamos con su mezcla de pereza, pesadumbre y canguelo que conocen bien todos los enfermos de cáncer. El primer diagnóstico no fue del todo malo. Una infección de origen desconocido. Lo importante; ningún problema en los pulmones. Pero, en 24 horas, el Coronavirus apareció y convirtió el diagnóstico en un parte de guerra. La doctora le comunicó a mi mujer que mi suegra estaba gravísima, que las placas de pulmón habían empeorado de una manera terrible y que COVID-19 era el culpable de su neumonía.

48 horas más tarde, los síntomas obligaron a sedarla y ayer nos llamaron para comunicarnos que después de 3 días de una dolorosísima espera, Maite, por fin descansó. Y en estos 3 días hemos sido conscientes de lo que está siendo este drama de la crisis del Coronavirus para tantos miles de familias. Los hospitales están desbordados.

No podemos tener ninguna queja de la humanidad con la que se han portado con ella en su Hospital, aunque la situación es de tal caos que la información a las familias es, en casi todos los casos, un silencio prolongado y doloroso. Tanto que ayer, la primera llamada para comunicarnos que mi suegra había fallecido no la hizo un médico, sino un empleado de la funeraria. Y no es una queja. Entendemos que el coronavirus es un seísmo para nuestro sistema sanitario, pero es un síntoma evidente de que están absolutamente sobrepasados.

Estamos en unos días en los que nosotros, que vivíamos en un gozoso aburguesamiento mental, social y económico, estamos teniendo que aprender a aceptar lo que nos toque. El confinamiento, la soledad, no poder darle un abrazo a quien quieres. No poder velar a quien se muere. No poder recibir a los amigos y a la familia que quieren llorar contigo.

Yo creo que mi suegra fue, precisamente, durante toda su vida, un ejemplo de mujer que aceptó siempre lo que le tocaba vivir. Desde pequeña se fue adaptando en una familia llena de gente muy lista en la que una madre exigente animó a que todas sus hijas (eran 7) tuvieran las mismas oportunidades que sus dos hijos varones. Hizo carrera Universitaria en una época en la que la mayor parte de sus amigas se casaban y eran amas de casa. Fue la Catedrática más joven de España. Compaginó su trabajo y su familia y, varias veces, tuvo que reinventarse. Cuando se separó. Cuando se fueron de casa sus hijos. Y se fue adaptando siempre a todas esas cosas con una naturalidad asombrosa.

Me cuesta hablar de ella en pasado, pero Maite era una mujer muy inteligente, de fuertes convicciones, peleona, disfrutona, sonriente y buenísima conversadora. Era perseverante y tenía una mezcla curiosa de educación esmerada salpicada con un poco de nobleza baturra y otro poco de chulería madrileña que la hacía una mujer especial para sus amigos, para sus hermanos, para sus sobrinos y, sobre todo, para sus hijos y para sus nietos, a los que adoraba.

Mi suegra hacía todo bien con una tenacidad indómita. Se puso a jugar al golf a los cincuenta y tantos y acabó ganando torneos. Pero es que, con 80 años, seguía empeñada en mejorar y comenzó un cambio de swing con el que estaba feliz, hasta que el cáncer apareció en su vida y le obligó a dejar el deporte que le apasionaba. Comenzó a jugar al bridge también en torno a los 60, y era una jugadora temible que, cada dos por tres, llegaba a casa con botellas de vino o latas de espárragos cojonudos que ganaba en los campeonatos.

Y era una de esas personas que hacen amalgama. Seguíamos reuniéndonos en los almuerzos de los sábados y, al menos una vez a la semana, venía a comer o a cenar a casa. Siempre celebrábamos la Navidad con parte de sus innumerables hermanos. Era una abuela presente y millones de veces nos cubría en traídas y llevadas de hijos a clases, médicos, cumples… Sin pedirlo muy expresamente, consiguió que sus hijos veranearan en Cádiz, que era el lugar que más le gustaba del mundo. Y compartía con nosotros esos días felices de verano en los que, a partir de ahora, va a dejar un hueco descomunal.

Y ayer por la tarde mi mujer y sus hermanos decidieron que, ya que no íbamos a poder abrazarnos, teníamos que hacer un tanatorio online. Nos pusimos cada uno con su ordenador (yo tengo a tres en casa aislados) e hicimos una reunión familiar que no fue como cuando nos vemos de verdad, pero reconfortó. Fue curioso escuchar a los nietos contar cosas de la abuela. Cómo cada uno de ellos tenía guardado un recuerdo distinto. Especial. Algo que les contaba la abuela. Una canción. Algo que hacían con ella. Todos algo diferente y todos algo que les había hecho tener en la memoria a su abuela Maite para siempre. Y yo no creo que pueda haber cosas mejores en la vida. Que en todas las personas con las que te hayas cruzado hayas dejado una huella de afecto que permanezca siempre. Y así será con Maite.

A mi suegra le daba una mezcla de vergüenza y gustito que yo hablara de ella en este blog o cuando hacía presentaciones de entregas de premios de golf en los que ella hubiera participado. Siempre me regañaba después con una mezcla de “qué pesadito eres” y de “me parto contigo”. Sé que esta es la Cabra que ninguno de los dos queríamos que escribiera, pero yo necesitaba contar algunas cosas a ver si consigo que se me vaya soltando la pelota que tengo agarrada ahí en el pecho.

Porque al dolor de la pérdida de mi suegra se ha unido, mientras escribo, la tristísima noticia de la muerte de una de las hermanas mayores de mi padre. Mi tía Conchita. Y cuando estaba intentando despejarme la congoja de este otro golpe al mentón, me llega otro mensaje contando que esta madrugada ha fallecido también el padre de Curro que, además de primo político, es uno de mis mejores amigos.

Joder. Qué días tan duros. Aceptar lo que te toque. En eso estamos.

FELIZ DÍA DE LA CELAÁ

Es la primera vez en mi vida que me despierto en el día del Padre no recordando a mi progenitor, sino acordándome de la Ministra de Educación, Isabel Celaá. Esta mañana volvía a desencuadernarme de la risa recordando cuando estaba yéndose de la Portavocía del Gobierno y se le ocurrió decir, con dos trompas de Falopio; “No podemos pensar, de ninguna de las maneras, que los hijos pertenecen a los padres”.

PARA QUÉ VAS A PEDIR DISCULPAS…

Yo sé que ella, la pobre, en el fondo, no quiso decir exactamente eso. Pero un político, antes muerto que rectificando y la Ministra y sus adláteres, en los días posteriores, se rebozaron en aquella frase. Y seguramente, en esa parte del cerebro en la que se esconde nuestro orgullo de niño pillado en un renuncio, la Celaá siga cada mañana buscando auto-excusas para acabar llegando a la conclusión, algún día, de que ella tenía razón.

Pasa mucho en la política. Un político mete una gamba. Bueno, una gamba no; mete la flota entera de Pescanova y a un millón y medio de Rodolfos Langostinos. Mientras la prensa no afín al político y la ciudadanía se descojonan, los pelotas del prohombre o de la promujer, se esfuerzan en hacer parecer que no ha sido una metedura de pata, sino una interpretación maliciosa de los demás. O, como sucedió con las “portavozas” de Irene Montero (a la que deseo una pronta recuperación) una “defensa del lenguaje inclusivo para hacer más visibles a las mujeres”.

NO SE SALVA NADIE

Es que piensan que somos gilipollas. Y a lo mejor lo somos. Porque esto no es un tema de partidos. Todos lo hacen. ¿Para qué va a pedir perdón Pedro Sánchez por la soplapollez de mantener la manifa del 8M? “Ya se les olvidará”. ¿Para qué va a rectificar la Cospedal aquella mamonada inexplicable de la “indemnización en diferido”? “Tranquila, Cospe, que no se han dao cuenta”. ¿Para qué va a explicar Rajoy, entre otras perlas, aquello tan brillante de: “Es falso todo, salvo alguna cosa”? “Tranquilo, presi, que a un plasma no se le repregunta”

Eso por no irnos más lejos y cuestionarnos por qué la hoy vicepresidenta Calvo hizo historia con su “El dinero público no es de nadie”. O ZP con lo de que “España está en la Champions League”, cuando nuestra economía se deslizaba por un enorme retrete. O Acebes que dijo el nefando 11M lo de que “todos los indicios apuntan a la responsabilidad de ETA”. Y todavía sigue sin pensar que igual debería haber pedido disculpas.

LOS POLÍTICOS Y SUS PELOTAS

No creo que les dé lo mismo. Lo que les pasa es que, a su alrededor, nace un coro de pelotas (que ríete tú del de los esclavos de Nabucco) defendiendo la pollada. Y, en su entusiasmo “lameculista” impiden que el preboste o la prebosta hagan un poco de análisis o, como nos decían en el Catecismo de nuestra infancia, examen de conciencia, propósito de enmienda y acto de contrición. Y así van ellos, los interfectos y las interfectas, felices, pensando que los que necesitan ayuda profesional no son ellos, sino los que les seguimos votando.

Que, por cierto, ya que he hablado del Catecismo, no quería terminar esta primera Cabra del coronavirus sin hacer referencia a la pedazo de Cuaresma que estamos viviendo. Yo no pienso que pueda ser considerado un cristiano ejemplar, pero creo que creo, e intento conducir mi vida por un camino lo más cercano al que marcó aquel joven de 33 años que, hace casi 2 milenios, puso esto patas arriba.

CUARENTENA CUARESMAL

Es curiosa la coincidencia en el tiempo y en la raíz morfológica para esta Cuarentena y para la Cuaresma, que marca los 40 días que van, desde el miércoles de ceniza, hasta la cena de la Pascua judía, nuestro Jueves Santo, que fue la Última de Jesús. Yo, que como digo no soy un cristiano muy ortodoxo, intento siempre hacer algún sacrificio en la Cuaresma y me quito el alcohol y los refrescos. Y el otro día pensaba en lo curioso de las cosas.

Probablemente cuando estamos en el mejor momento de nuestro país en los últimos años, cuando empezaba a recuperarse la economía, cuando estábamos a punto explotar de consumismo, cuando no hacíamos ni caso a los que nos hablaban de cuidar el planeta, cuando dejamos de lado la meditación, la oración y la pausa en nuestras vidas, viene este virus de los cojones y nos quita y nos da todo eso de sopetón.

BUSQUEMOS LO BUENO EN EL ESPANTO

Hemos entrado en un parón económico que Dios sabe si nos va a llevar al hoyo a unos cuantos. Hemos tenido que dejar de consumir compulsivamente (salvo papel higiénico, que algunos pueden jugar a momificar a todo su vecindario con las reservas que han acumulado). Hemos dejado de generar contaminación. Tenemos tiempo para pensar. O para rezar. O para no hacer nada y quedarnos, sencillamente, parados. Y tenemos que saber aprovechar el momento.

Yo reconozco que soy un optimista enfermizo. Mientras hago lo imposible por mantener en pie mi empresa y atiendo en lo que puedo a mi familia, siento que todo esto que está pasando no tiene por qué ser solo malo. Claro que va a ser terrible en muchos aspectos y yo no dejo de pensar en mi suegra y en mi madre y en tantas mujeres y hombres que están sufriendo y temiendo la enfermedad. Pero también estoy disfrutando.

HABLAR CON LOS HIJOS

Les parecerá una tontería, pero se nos ha acabado la prisa. Y, aunque tenemos otras angustias, hemos reducido la ansiedad a la mitad en nuestras vidas. Y, para mí, lo mejor de todo: lo que me está gustando poder estar y hablar con mis hijos en unas edades en las que cuesta mucho entablar una conversación con ellos porque no están nunca en casa. Y vemos pelis. Y cocinamos juntos.

Incluso estamos en familia logrando apartar a ratos el móvil que es la dispersión constante en nuestras vidas. Porque, en estos días de locura de las redes sociales, si dejas el móvil a un lado menos de una hora, de repente te das cuenta de que te han entrado 165 mensajes. Y no sé si estarán con las calderas a 300, pero, si en estos días de cuarentena no ha estallado Telefónica, puede estar tranquilo Pallete, que no va a estallar nunca.

SONETO 5º DEL CORONAVIRUS

 

Hoy toca un día duro y de paciencia
Porque está el coronavirus al lado
Y cuando se acerca te deja tocado
Rumiando lo frágil de la existencia.

Que eso les pasa a otros; que la Ciencia
Será capaz de atajar el mal hado
Que cayó, como el alar de un tejado,
Sobre nuestras cabezas sin cadencia.

Y te encuentras, de pronto, en la trinchera,
La angustia palpitando en la cabeza,
Segunda línea de fuego, no primera,

Rozando los miedos de una manera
Que encontrabas ajena y, sin certeza,
Sufrir, aguardar noticias; la espera.

 

SONETO 4º DEL CORONAVIRUS

Debo comenzar el cuarto soneto
Con preguntas que me hago en el reposo,
Cuarentena o aislamiento forzoso,
Que nos tiene más quietos que un abeto.

No pongo dedo en llaga ni malmeto
Pero me resulta un tanto curioso
Que con tanto positivo famoso
Sea oncemil y pico el número neto

De contagiados. Y no me lo creo
Si miro alrededor digo, y no miento;
Cientos de miles es el apogeo

De este coronavirus triste y feo
Y que espero que se haga un buen recuento
Que lleve pronto a COVID a un museo.

SONETO 3º DEL CORONAVIRUS

 

Quizás esté sirviendo este aislamiento
Para vernos como jamás nos vimos
Acostumbrados a lujos y a mimos
Nos llega como rayo este escarmiento.
 
Y nacen unos buenos sentimientos
De ayuda, de ánimo y hoy nos unimos;
Que los aplausos diarios y en racimo
Den a los sanitarios un aliento.
 
Y que no falte humor y coña sana
Que ayer uno por wassap reclamaba
Los culos a las cinco a la ventana
 
Para hacer homenaje y loa urbana
A quien fabrica o a quien fabricaba
Papel higiénico a la especie humana

 

SONETO 2º DEL CORONAVIRUS

SONETO 2º DEL CORONAVIRUS

Qué gran Real Decreto, qué maravilla,
Tras reunión con visita sorprendente;
Toca su nariz, Vicepresidente,
Entrando al Consejo sin mascarilla.

Aunque nos aten la pata a la silla,
Se podrá mover bastante la gente;
A hacerse mechas o una permanente,
A limpiar en el tinte una mantilla,

O a comprar al estanco cigarrillos.
Que parece fumar tan esencial
Como el pan para hacerse bocadillos,

Cual papel higiénico, que no pillo,
Pues se agotó, y sería muy bestial
Tener que hacerse limpieza al ladrillo.

SONETO 1º DEL CORONAVIRUS

Hola a todos. Para mitigar el aburrimiento (el mío y el de los Cabreros), voy a ir publicando un soneto por cada día de encierro en nuestras casas. Espero que no me dé el Estado de Alarma para más que 14 ó 15 sonetos. Por si alguien se pone finolis, los voy a hacer con diferentes estructuras, desde las más clásicas ABBA ABBA CDC CDC, hasta las menos ortodoxas, pero todos los versos serán endecasílabos y habrá dos cuartetos y dos tercetos.

Aquí va el primero, escrito mientras espero la comparecencia de Pedro Sánchez, el Ileso para contarnos las medidas extraordinarias que se han aprobado hoy. Aunque no sé yo si nuestro Primer Ministro va a seguir sano después de permitir hoy a Pablo Iglesias que acudiera al Consejo de Ministros quebrantando su cuarentena. Dicen que han cumplido todos los protocolos, pero en las imágenes que se han visto (que quizás no eran de hoy) se le veía sin mascarilla y tocándose la nariz mientras ojeaba y hojeaba unos folios.

Yo, si fuese Ministro, estaría muy mosqueado, francamente.

Y ahí va el Soneto que habla de las cosas buenas y las cosas malas de este Corona Virus que nos aísla. Una de las buenas es tener a mis tres hijos todo el día en casa que ya, a las edades que tienen, no les veo el pelo.

Es Coronavirus una avalancha
Que arrasa con todo y nos mete en casa
Mas tiene alguna cosa buena y pasa
Que el amor familiar crece y se ensancha

Y aprenden mis hijos a quitar manchas
Y friegan, barren sin darles la brasa
Y descubren, ¡Oh Cielos!, y no es guasa
Que una camisa, sola, no se plancha

Y hablamos y leen y hasta jugamos
Al Rumikú al Mus o a las Siete y Media
Si esperar al Decreto da modorra

Pues a ver series o cine nos damos
Aunque del día la mejor comedia
Sea sin duda el confinar a Quim Torra.

ESPAÑA CAGA

Cuidado. Que no estoy diciendo que “España la caga”, ni que “España se caga”. Que quizás podría. Simplemente constato un hecho evidente; el maldito coronavirus este no ha hecho que se acaben el azúcar, las harinas o el aceite (que andan escasos). Lo que ha desaparecido fulminantemente de las estanterías es, sobre todo, el papel higiénico.

Ayer por la tarde fui al Mercadona a buscar algunas cosas que hacían falta para mi casa y para mi oficina. Tenía que comprar unos rollos de papel para los baños que usamos todo el equipo y no encontré ni uno. Visto el éxito y flipando con el arrasamiento parcial de productos, me lo tomé ya como experimento y visité tres supermercados. En todos sucedió lo mismo; el papel higiénico estaba agotado y no se esperaban nuevas existencias hasta mañana viernes por la mañana. O sea, que podemos sacar una primera evidencia de toda esta crisis y es que España caga. Y caga muchísimo.

CONSEJOS POR WASSAP

Qué mala es la histeria. Y qué caldo de cultivo para el pánico son las redes sociales y los grupos de wassap. En los últimos días he debido recibir 50 audios, enlaces, vídeos distintos en los que aparecían expertos de la Universidad de Watchanderscoopers, de Minnesota, la famosa epidemióloga del Central Hospital de Leeds, Lisa Stanfield, o el eminente virólogo de la Universidad de Murcia, Manuel Gómez.

Todos ellos dando consejos supuestamente fetén para luchar contra el virus y para contener la epidemia. Y algunos, como un audio que recibí anoche, haciendo cachondeo, precisamente, de esos consejos médicos difundidos por las redes sin que sepamos si el que habla es una eminencia o un soplapollas de tres al cuarto con ganas de protagonismo. Y lo malo es que se mezclan las tontadas con consejos realmente eficaces y uno ya no sabe qué es creíble y qué no.

DECISIONES DIFÍCILES

Qué jodido está siendo esto del coronavirus. Porque es cierto que hemos ido con retraso y que, por ejemplo, se podían haber ahorrado la manifa del 8-M en Madrid. Y más que la manifa, las gilideclaraciones que se hicieron para justificar que se autorizasen las movilizaciones. Pero no debe ser fácil ir tomando decisiones que, como la suspensión de Las Fallas, van a provocar pérdidas millonarias a muchas empresas y el cierre definitivo de numerosos negocios.

Lo que ocurre es que no se entienden algunas cosas. Y pongo como ejemplo a los jóvenes españoles. Desde ayer están suspendidas las clases en la Universidad. Y se supone que es una medida que busca eliminar las concentraciones de personas en lugares cerrados. Pero nadie se acuerda de los bares y las discotecas. Y no están en clase, pero estoy seguro de que miles de ellos llevan dos noches seguidas saliendo con los amigotes, abrazándose y, muy probablemente, compartiendo vasos, minis y botellas con una alegría tan contagiosa como el puto virus que nos ocupa.

¿CERRAMOS LOS BARES Y DISCOTECAS?

No quiero que se me eche encima el gremio hostelero (ni la juventud patria), pero no tiene sentido que se hagan partidos a puerta cerrada y se prohíban las concentraciones de más de 1.000 personas, pero nuestros hijos (y numerosos adultos) estén alegremente tomando copas sin poner ninguna medida de precaución que les proteja.

Tengo la sensación de que vamos como a golpes y que nos estamos empezando a tomar en serio algunas de las indicaciones, pero otras no. Porque nos parecen chorras. Nosotros ayer en mi empresa tuvimos que decidir partir los horarios de la gente. Es muy difícil hacer teletrabajo en la televisión y la única manera de poder luchar contra el virus es separarnos y que, en vez de estar 22 a la vez en la redacción y en las salas de edición, estén la mitad. Pero, después de tomar estas medidas de precaución, yo mismo me fui a tres Mercadonas que no puedo decir que estuvieran precisamente vacíos.

PONGAMOS HUMOR EN LA MERDÉ

En fin, que la cosa está jodida y que tiene pinta de que va a ir a peor, así que tomémoslo en serio y seamos prudentes. Pero no perdamos el sentido del humor, que es lo que proponía ayer en su muro de Facebook mi amiga Rebeca Argudo. Rebeca es, para mí, una de las articulistas más finas del periodismo español y la cabrona, no solo es que escriba bien, es que, además, tiene gracia.

Ayer publicaba: “¿Os imagináis que morimos todos por el coronavirus y que cuando vuelvan los de Supervivientes son los únicos idem y a partir de ellos se repuebla España? Menudo papelón”. Y, mientras me reía pensando en los pseudofamosos de “Supervivientes”, me acordé, no sé por qué, de una vez que me invitaron a un evento en Alicante. Había que pasar allí la noche de un sábado y nos llevaban y traían en avión a un grupo de presuntas celebrities.

COMPARTIR FÉRETRO SIN QUERERLO

A mí la verdad es que no me apetecía un pimiento ir, pero me lo estaba pidiendo una amiga. No sé si para animarme o qué, la pobre me dio la lista de los famosos que iban a ir en el mismo vuelo que yo. Había algunos que eran gente normal, pero 5 ó 6 eran de esos denominados frikis. Mi cerebro (que a veces va a velocidades escandalosas por lo lento o por lo rápido) empezó a imaginar cosas a toda leche y, vayan ustedes a saber por qué, pensé en que tuviéramos un accidente aéreo.

Y me imaginé muriendo con semejantes compañeros de viaje y, mentalmente, tomé la decisión de no ir. Mi amiga se mosqueó conmigo porque no comprendió mi negativa. Pero seguro que entenderán que no le confesara que no iba porque no tenía ninguna gana de que, tras el siniestro, se mezclaran los restos y yo acabara compartiendo eternidad, por ejemplo, con un pie de Leonardo Dantés.