BARDEM

Conste que no conozco de nada a Javier Bardem. Bueno, en los últimos años se ha hecho conocidísimo, pero quiero decir que nunca le he saludado personalmente. Vaya, que no somos amigos.
Digo esto porque me resulta sorprendente la tremenda inquina que levanta el actor entre mis amigos de derechas. Es curioso, porque es una inquina directamente proporcional a la irrefrenable pasión que Javier Bardem despierta entre mis amigos de izquierdas.
Contra la pasión sin freno no tengo casi ninguna pega, pero sí se me ocurre alguna contra ese odio visceral hacia un actor que a mí me parece magnífico.
Viene esto a cuento porque el otro día vi la última película que ha protagonizado el hijo de Pilar Bardem (otro coco para mis amigos de la diestra). Era la última de la serie de James Bond. La vi con mi hijo y lo pasamos en grande. A mí me pareció que Bardem estaba majestuoso y que era de esos malos-malísimos que te erizan los pelos de la nuca cuando los ves en pantalla grande. Es más creo que vuelve a hacer, en otro registro, una interpretación para llevarse decenas de premios. Probablemente le cueste que le den galardones, porque está en el reparto de una de 007, y eso como que mola menos, pero el Bardem, de verdad, se sale.
La cuestión es que no han sido ni uno ni dos los amigos que me han asegurado que ellos no piensan ir a ver esa peli. Cuando les preguntas por qué, las contestaciones oscilan desde la muy conciliadora: “yo no le doy dinero a ese gilipollas”, hasta la más enternecedora: “Que le vayan a ver su madre, Pe y ZP”.
Yo comprendo que Javier Bardem pueda no caer muy bien entre cierto electorado; que sus apoyos a determinadas posiciones políticas puedan levantar alguna ampolla, o que su defensa de ciertas ideas le genere enemistades. Hay que reconocer que tampoco es que él haya hecho mucho por congraciarse con los que no son de su cuerda. Y también es verdad que a Bardem sólo se le ve en manifas cuando son contra el PP y quizás podría manifestarse de cuando en cuando contra algún gobierno del PSOE. No lo hace. Pero, que yo sepa, Javier Bardem no ha matado a nadie, no es un maltratador, no roba y ni siquiera ha sido tertuliano de Sálvame. Razones, todas ellas, que podrían provocar esa furia. No. Sencillamente, a Bardem le dan hasta en el DNI porque, de una manera vehemente y un punto provocadora, opina distinto a los que le odian muy cordialmente. Y a mí ese es uno de los sentimientos que me aparcan en el garaje junto a la cabra. ¿A qué punto hemos llegado, que resulta que no vamos a ver a un actor porque hace campaña por tal o cual, o porque defiende al muy demagógico y desparramado Alcalde de Marinaleda?
Yo, personalmente, creo que Bardem haría mejor en no meterse en esos charcos de los antipepé y del Sánchez Gordillo, pero pienso que debería tener absoluta libertad para hacerlo sin que media España lo considere por ello enemigo público namberguán y deje de ir a sus películas. Por supuesto que esa media España tiene todo el derecho a despreciar a Bardem y a no ir a verle actuar, pero creo que en esa inquina reside una gran parte del problema que tenemos hoy encima. Han sido muchos años de dos partidos nacionales y unos cuantos nacionalistas echándose mierda unos a otros a paladas. Han sido muchos años de apertura de brecha, de escarbar en una zanja en la que hoy estamos de barro hasta las ingles. A lo mejor deberíamos mirar afuera y salir de ella. Hay un estupendo dicho inglés que reza: “When you’re in a hole, stop digging”. O sea; si estás en un hoyo, deja de cavar. Quizás, que mis amigos los de derechas se vayan a ver el papelón de Bardem sea una manera, tonta, pero una manera de que vayamos soltando de una vez el pico y la pala.
P.D. En otra cabra diré cómo se me ocurre que pueden ir soltando el pico y la pala mis amigos de izquierdas, que creo que también cavan lo suyo.