EL TRABAJO BIEN HECHO

Al final va a resultar que el Rey mató a Manolete. Viene esta frase a cuento del titular que leí anteayer en “elmundo.es” que contaba, textualmente, que “tres primas del rey” estaban imputadas en la trama de blanqueo de dinero de Gao Ping. No sé a ustedes, pero a mí esta noticia, así titulada, me parece un auténtico truño profesional. A primer bote, uno lo lee y piensa, “si es que, menudos chorizos; otras Urdangarinas”. Y claro, hasta el más antimonárquico tendrá que reconocer que no es lo mismo que haga pirulas el marido de tu hija, que el que las hagan tus primos segundos, terceros o cuartos. Vamos, yo creo que en mi familia la mayor parte del personal es gente honrada, pero ¿podría poner yo la mano en el fuego por todos los hijos de los innumerables primos de mis padres? Ni borracho. Ni creo que puedan hacer lo mismo los directores de los diversos medios que publicaron con esa mala leche la noticia. Porque, al introducir el nombre del Rey en el titular, ¿qué se pretende? Yo creo que hacer daño y, sin decirlo, insistir (eso en el periódico de Pedro J. lo están haciendo de una manera demoledora) en que el monarca y su entorno son una ralea de choricetes a los que deberíamos quitarnos de encima cuanto antes.
Pero, ¿sabe Pedro J. lo que hacen sus primos segundos? ¿Y se le puede responsabilizar de ello? Si mañana se descubre que un primo segundo de Pedro J. dirige una red de clubes de alterne en los que hay explotación sexual de inmigrantes ilegales, ¿puede publicar, por ejemplo, “El País” una noticia titulando “Un primo de Pedro J. detenido por proxenetismo”?. Yo creo que no. Si en El País se publicara una noticia así, los redactores y sus jefes estarían faltando a la ética profesional y titulando de manera tendenciosa para perjudicar a una persona no afín. Que es lo que creo que han hecho, con esta noticia, varios medios con “El Mundo” a la cabeza.
Pero es que estamos en una época en la que estas cosas dan un poco igual. No sé qué extraña epidemia está contagiando al periodismo de la ligereza habitual en las redes sociales. Yo puedo entender que un adolescente haga el bobo y tenga poco cuidado en lo que dice y difunde a través de esos medios de comunicación invasivos en los que nuestros hijos y nosotros estamos metidos horas y horas cada día. Lo que me parece inadmisible es que periodistas supuestamente serios acaben ejerciendo la profesión con esa misma frivolidad, como si lo que uno publica en un medio informativo fuera equiparable a lo que alguien suelta alegremente en su cuenta de Twitter. De hecho se han producido ya abundantes resbalones periodísticos por hacer caso a infundios que alguien dejaba caer en las redes sociales. Lo malo es que, cuando el periodista se da cuenta del patinazo y rectifica, en muchos casos ya no tiene remedio y la imagen de la persona a la que se ha hecho daño, ha sufrido una mancha difícilmente reparable.
Hoy mismo ya varios periódicos dicen que esas 3 presuntas primas del rey son muy lejanas y que Su Majestad no ha comido con ellas en los últimos 75 años, que son los que tiene el monarca. Pero para muchas personas, miles de ellas muy inteligentes, la noticia caló en esa parte blanda del cerebro en la que se aloja todo aquello que nos ratifica en nuestros pensamientos más asentados. Y, claro, borra esa sensación de “ya lo decía yo” al leer la noticia a cuatro columnas, con una rectificación de mierda en 2 líneas escondidas unos días más tarde.
Pero bueno, voy a cambiar de tercio, que me da que con este post me voy a buscar alguna enemistad entre los míos, que ya se sabe (y es una frase que se lanza a menudo en mi profesión) que “perro no come carne de perro”. Y para que mis compañeros no se me enfaden voy a enseñarles una foto que demuestra que no somos sólo los periodistas los que, de vez en cuando, hacemos mal nuestro trabajo.
La imagen está tomada en la segunda planta de un aparcamiento público de Madrid y me parece que podría ilustrar la portada de un libro de “Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio”. Le debieron dar a un empleado del parking una S, un punto para apoyar la abreviatura de sótano y un 2. Lo que debía aparecer colgado en la pared del sótano segundo era “S.2”. Si se fijan, no es que no se haya esmerado en su tarea atornilladora. Es más, la “S” y el “2”, que podrían sostenerse con algo de silicona o con un tornillo bien colocado, llevan dos tornillos más apretados que una morcilla de Burgos. Con mala leche. Y lo más tremendo es que están puestos como si lo hubiera hecho un niño de cuatro años. La S por un lado escorada hacia la derecha. El punto por otro. Y el 2, como escalando un monte, alejado del punto y yendo hacia arriba.
Pero eso no es lo peor; lo increíble es que he vuelto a pasar varias veces por el aparcamiento y a los jefes del operario les debe gustar cómo queda, porque ahí sigue el rótulo picassiano informándonos de que estamos en el sótano 2. Indudablemente.