LOS ABORTOS DE NUESTROS POLÍTICOS

Pues no sabía qué hacer, la verdad. Por un lado me apetecía tomarme unas vacaciones navideñas cabreras, pero, por otro lado, me daba rabia no estar en medio de tantas cosas que están pasando. De algunas ya hemos hablado en La Cabra con profusión. Es más (o podría decir es Mas), del aburridísimo tema de “La Consulta” hemos escrito ustedes y yo mucho más de lo razonable y no sé si tiene sentido volver al asunto. Aunque, desde que publiqué la primera Cabra sobre el tema hasta hoy, la situación ha ido muy claramente a peor y aquella brecha, de la que hablábamos en octubre y noviembre de 2012, se ha convertido en una sima de la que no se ve el fondo.
Pero hoy no quiero hablar de Mas, sino, sobre todo, de la propuesta del gobierno para cambiar la Ley del Aborto. Me parece que esta reforma pone en negro sobre blanco el que, para mí, es el principal problema nacional de España; la bajísima calidad de nuestra clase política. No sé dónde empezamos a perder el Oremus, pero es obvio que, en los últimos años, nos hemos ido permitiendo tener políticos cada vez más alejados del pulso de la sociedad. Son tantos ejemplos; González y “sus” corrupciones varias de las que el presidente se enteraba por la prensa, Aznar y “su” Guerra de Irak, Zapatero y “sus” jaimitadas con el Estatut, con ETA y con la crisis-no-crisis o Rajoy y “sus” plasmas, su ley de Educación y, más recientemente, su proyecto de ley del Aborto.
Me da una pena profunda. No hallo en nuestra democracia una época de menor nivel en el debate parlamentario y de peor sensación al mirar al hemiciclo del Congreso de los Diputados. Y esto no lo digo por decir. No sé si recuerdan el tristísimo día de la aprobación de la última ley de Educación. Y no entro en si la LOMCE es mejor o peor. Lo que me pareció deprimente fue ver a los diputados del PP y al ministro Wert riendo y aplaudiendo a rabiar tras la aprobación de un texto que no tenía ningún apoyo en el resto de partidos. Aunque casi fue más cruda la depresión posterior al ver igual de sonrientes y alborozados a decenas de diputados de la oposición que anunciaban, descojonándose, que pensaban derogar la ley en el momento en el que llegasen al poder. Olé vuestras criadillas. No sé dónde le veis la gracia. A mí me parece un drama que nuestros políticos traten la educación de nuestros hijos con semejante ligereza. Quizás piensan que, cambiando de leyes como quien se cambia de calzoncillos, vamos a conseguir salir de esas estadísticas tristes, tremendas y demoledoras de los informes PISA que, año tras año, nos dicen que lo estamos haciendo rematadamente mal. ¿Cómo puede aprobar un gobierno o un partido una ley tan importante como esta sin contar con el principal partido de la oposición? Me recuerda a la era Zapatero en la que se hartaban de decir que ZP gobernaba y legislaba con consenso (pactando con los partidos que tenían acogotado al PSOE), pero no hicieron ni una sola ley contando con el PP. Ahora pasa igual; basándose en su mayoría absoluta, el PP legisla sobre temas esenciales sin contar con el partido que representa, más o menos, a un 30-40 por ciento del electorado. Y así nos va.
El tema del aborto es tres cuartos de lo mismo. ¿De verdad cree Gallardón que esta reforma era una reclamación de la sociedad española? O, yéndonos unos años atrás, ¿De verdad pensaba ZP que la reforma que hicieron en su día era una reclamación de la sociedad española? Yo creo que no. Pero ambos legislan pensando en sus convicciones, sin tener en cuenta, en absoluto, lo que opine la mayoría del país, que eso es la democracia. En cualquier caso, igual no era tan mala la ley ZP, aunque tuviera artículos absurdos, porque, en el último año, bajó el número de abortos practicados en España.
Puede que esta nueva ley del Ministro Gallardón aplaque las conciencias de algunos dirigentes del PP y tranquilice a algún sector muy conservador de los votantes populares. Quizás. Pero es probable que provoque que volvamos a aquellos años de los abortos londinenses de la gente con posibles o al horror de los abortos clandestinos de la gente sin dinero. Y no discuto si el aborto es bueno o malo; asesinato o medida terapéutica. Es un asunto tan delicado que estoy cansado de ver a buenos amigos a los que considero inteligentes enfrascarse en discusiones sobre si el aborto es o no es un asesinato. Ambas partes consideran que su argumento es irrefutable y no se dan cuenta de que es una opinión inevitablemente bañada por sus creencias personales. Y ahí debe estar la diferencia. Nosotros los ciudadanos, podemos permitirnos decir esas cosas y actuar según nos dicten nuestras respectivas conciencias. Los políticos, no. Precisamente les votamos y les pagamos porque se supone que van a gobernar buscando el bien común, escuchando lo que les pide la mayoría del pueblo y no haciendo caso a esa pequeña voz de la conciencia que llevan ahí adherida desde la infancia. Que todos tenemos a nuestro Pepito Grillo diciendo cosas, pero el de Gallardón o el de ZP, por poner dos ejemplos, en vez de un Pepito es, claramente, un Pepote con gigantismo.

LAS ENTRAÑABBBLES

Pues a mí me sigue gustando la Navidad. Y eso que mis hijos ya van teniendo una edad poco candorosa. La pequeña, Macarena, tiene 12 años y en casa ha desaparecido esa magia de la Epifanía que, a mi mujer y a mí, nos hacía esperar el día de Reyes casi con más ilusión que nuestros propios hijos. Porque en mi familia somos de los Reyes Magos. A nosotros esta invasión nórdica o estadounidense del Santa Claus o el Papá Nöel nos toca las narices y en casa se mantiene la muy hispánica tradición de escribir la carta, ir a la cabalgata, tomar el chocolate con roscón, poner el agua y las zanahorias para los camellos, el anís y los mantecados para SSMM y acostarse el día 5 esperando los regalos como cuando teníamos 6 años. Que no entiendo yo la manía de importar tradiciones, sobre todo cuando ves un 23 de diciembre en Málaga, es un poner, con un día soleado a la una de la tarde y 20 grados de temperatura a un tío vestido de rojo y blanco, forrado de fieltro y a punto de morir de un golpe de calor en la puerta de El Corte Inglés. Vaya, tampoco es que los Reyes Magos vistan camiseta, pero entre morir disfrazado de duende con obesidad mórbida o vestido de Rey Mago, yo, qué quieren que les diga, escogería el atuendo de monarca.
Es que lo de las tradiciones importadas me parece un colonialismo socio cultural inaceptable, especialmente porque tendemos a importar lo chorra. No me digan por ejemplo la mamarrachada esa del Halloween. Que todavía te proponen importar el día de Acción de Gracias y tiene un pase, pero aceptar pasivamente la invasión de Santas Clauses y disfraces terroríficos me empalaga sobremanera. Y no es un tema de nacionalismo rancio, ni de que yo piense que, “como lo españó, ná de ná”. He tenido la suerte de vivir en otro país y conocer otra cultura y eso te ayuda a valorar mucho tu casa, pero también te hace ver que fuera hay infinidad de comidas, bebidas, fiestas y tradiciones igual de estupendas que las tuyas. Para mí el problema es que, con esto de las tradiciones chorras estadounidenses, yo me siento invadido. Quizás lo llevaría mejor si fuera un intercambio y, de vez en cuando, lográramos exportar alguna de nuestras cosas. Yo qué se. Los mantecados y los roscos de vino. O el turrón, las peladillas y los mazapanes. O las empiñonadas. O el roscón de Reyes, que nos está ganando por la mano un bollo tan soso como el Pannetone y que me perdonen mis amigos italianos. Las panderetas, las zambombas y los matasuegras; el líquido frío-calor para el culo, los terrones de azúcar que hacían espuma y las bombas fétidas del día de Inocentes… Pero no. Cada vez más, nos invade el gordo vestido de rojo y unos adornos que puede que queden muy bien en el crudo invierno de Wisconsin, pero quizás tengan menos sentido en la Plaza Mayor de Minglanilla, en la provincia de Cuenca.
Pero, como me pasa con frecuencia, me estoy desviando de la cuestión. Yo no quería hablar sólo de la invasión de tradiciones tontorronas que no son nuestras. Quería hablar de la emoción de la Navidad y de esos sentimientos que, cuando nos vamos haciendo mayores, nos van pareciendo ñoños. Conozco cada vez a más gente que tiende a la melancolía, a la pereza o, directamente, al cabreo cuando se acercan estas fechas y ven las luces de colores y observan cómo se pone en marcha la máquina consumista a todo meter. Lo de la melancolía puedo entenderlo porque, en estos días, uno recuerda a los que ya no están, pero estuvieron y nos dejaron un hueco así de gordo en la mesa y en la memoria. Yo, por ejemplo, llevo varios días pensando en mi padre, que al pobre le dio por morirse en la noche de Reyes de hace 3 años. Para mí es inevitable la melancolía, pero se pueden vencer la pereza y el cabreo. No se me ocurre cómo animar a los que cruzan el gesto ante las Navidades, pero puedo contarles algunos trucos que yo he ido utilizando a lo largo de los años. Quizás, como las peladillas, no sean exportables, pero yo voy a intentarlo.
Tratar de bañarse de espíritu navideño desde mediados de diciembre. Nosotros arrancamos la Navidad poniendo el árbol, el Belén y los adornos en torno al 10 de diciembre. Por supuesto, esa tarea la hacemos toda la familia escuchando villancicos.
Tratar de escuchar todos los días música navideña. A ser posible que sea un buen disco, aunque en la selección uno, sin querer, a veces mete la pata. Yo compré hace años un CD que contenía un verso terrorífico que decía “ dale a la zambomba, dale al almirez, y dale al tendero un tiro en la sien”. El contenido musical no era malo, pero el letrista debía ser de las juventudes etarro-hitlerianas o algo así.
Apuntarse a alguna tradición familiar, de tu grupo de amigos, de tu barrio que te haga sentir la Navidad. Nosotros, por ejemplo, quedamos cada año todos los hermanos con mi madre y los nietos para hacer borrachuelos. Hoy nos toca; saldremos todos esta tarde oliendo a fritanga cosa mala, pero también oliendo a Navidad.
Mantener como sea la ilusión infantil. En mi casa, como decía al comienzo, mis hijos ya no creen en la magia de la Epifanía, pero cada noche del 5 de enero, seguimos haciendo las cosas convencidos de que, unas horas más tarde, los camellos van a entrar volando por la terraza del salón y van a dejarnos los sofás llenos de regalos.
Y, sobre todo, intentar ir a las cenas, comidas y meriendas familiares y de amigos imbuidos del espíritu del niño Jesús o, ya puestos, del Mahatma Gandhi. No sé qué extraño germen hace que en esas celebraciones algunos, en vez de al Mahatma, saquen al Increíble Hulk que todos llevamos dentro.
Pues eso, que Feliz Navidad y que espero que estas pequeñas ideas prenavideñas ayuden a alguno a superar la pereza que sé que a muchos les embarga el cuerpo ante la llegada de las entrañables.

AY

En general no me gusta quejarme mucho. La verdad. Soy de natural optimista y, casi siempre, le busco el lado bueno a las cosas. Puede que eso, en ocasiones, haga que la gente piense que soy un poco tonto, o muy tonto, pero a mí me da un nivel de felicidad bastante aceptable. Por eso en estos días de tremenda convulsión para mi vida he intentado evadirme, porque soy optimista, pero lamentablemente no soy una piedra.
Desde que, hace una semana y un día, empecé a sustituir a Josep Pedrerol en el programa Punto Pelota sé que ha habido infinidad de mensajes, noticias y comentarios en los que aparecía mi nombre no siempre asociado a elogios, por decirlo con un giro eufemístico. He conseguido aislarme con bastante eficacia, pero es inevitable que te lleguen determinadas cosas. Que te enteres, vaya, de que te están poniendo a parir. Uno de los caminos de entrada de las críticas fue este mismo blog. Cuando arranqué esta “Cabra en el Garaje”, me prometí que iba a contestar a todas y a cada una de las personas que me escribieran. Yo, que soy todavía un poco cateto en esto de las redes, sigo considerando una descortesía que alguien te escriba y no responderle. Por eso me agobian Twitter y Facebook. A veces hay tal cantidad de comentarios a una publicación que se hace absolutamente imposible contestar a todo. De manera que preferí no entrar en Facebook, más que para dar un mensaje de gracias a los que me apoyaban y criticaban. Contesté a los casi 300 comentarios de la Cabra y entré en Twitter de un modo muy controlado. Aún así, el viernes por la mañana pude comprobar por qué ha habido varias personas públicas que han abandonado esta red.
Era un día festivo y estábamos mi esposa y yo, después de desayunar, planificando el día. Mi mujer, que es poco morbosa, me dijo: “¿Por qué no miras un poco qué están diciendo en Twitter?”. La verdad es que en ese momento me alegré por los orates de este país de que mi mujer se dedique al marketing y no a la psicoterapia, porque como psicóloga no tiene precio. Je. A mí mucho no me apetecía, pero yo que, como periodista, sí que soy morbosillo, acepté. Nada más abrir mi cuenta comprobé, para empezar, que mis seguidores se habían multiplicado por 3. Yo, que estaba muy contento con tener unos 900 y pico, pasé a casi 2.700. Lo siguiente que hice fue mirar en los tweets referidos a mí y flipé. Sólo leí 20. De ellos, había 3 que me daban ánimos, 15 que lo mejor que me decían era mojabragas (creación adjetival nueva para mí) y 2 que, directamente, me deseaban una muerte lenta y cruel.
No sé quién decía que Twitter es una especie de barra de bar en la que hay tíos estupendos que se mezclan con seres humanos que están como una cuba y no paran de gritar. Y debe ser que a mí me tocaron dos o tres que estaban mamados. Porque a mí, que me critiquen, me da igual. Hombre, no voy a mentir; preferiría no haber generado ninguna polémica y que todo el mundo dijera que soy un tío guay, pero hay veces en las que uno tiene que tomar decisiones sabiendo que puede no gustar a muchos. Y por eso, porque llevo muchos años en esto, respeto profundamente al que me critica, al que piensa que soy un manta o al que considera que los programas que yo hago son una basura inaceptable. Y no me molesta que se me diga. Lo que me sorprende es que alguien pueda tener la suficiente mala leche en el cuerpo como para desearle la muerte a un padre de familia por no estar de acuerdo con que el susodicho sea el nuevo presentador del programa que le gustaba. Sé que son minoría y por eso ni les he contestado, ni les he bloqueado, sobre todo porque, para hacerlo, me temo que tendría que volver a leer unos cuantos mensajes que me deseasen el ingreso inminente en la caja de pino. Y, qué quieren que les diga, pues no me apetece.
Pero, como comentaba al comienzo, todas las cosas tienen su parte buena y, en estos días, decenas de amigos y familiares me han mandado mensajes cariñosísimos, algunos de ellos muy emocionantes, que me dan una idea de lo que me quieren y de la cantidad ingente de hostias que me estaban cayendo. Y me quedo con el afecto. Ya digo que hubo muchos mensajes que me emocionaron, pero sobre todo encontré uno a las 9’14 minutos de la mañana posterior al primer programa. Era de mi hija Paula, la mayor. Me decía: “Salió genial; Papi eres un crack. Para mí eres el mejor…” y no pude leer más porque a mí, que a esas horas estaba bastante blando, se me saltaron las lágrimas.

EL HIJOPUTA

Menos mal que mi madre no tiene Twitter. Y lástima que no sea analfabeta, porque si hoy entra, por ejemplo, en algunos periódicos digitales no leerá cosas bonitas sobre su hijo.
Anoche me estrené presentando el programa “Punto Pelota” de Intereconomía en sustitución de Josep Pedrerol. Recibí al mediodía una llamada en la que se me preguntaba si estaba dispuesto a hacerme cargo del programa esa misma noche. Uno de esos aquí te pillo aquí te mato tan típicos de nuestra profesión y, más concretamente, de la tele. Y dije que sí. Es una de las cosas por las que me apasiona la televisión, porque te permite vivir momentos tan intensos y tan rejodidos como el de anoche. Porque no fue fácil. En ningún sentido. La mitad del equipo habitual del programa no estaba allí. La otra mitad, lógicamente, estaba bajo el impacto emocional de saber que el que hasta anoche había sido su jefe dejaba la casa y era sustituido por otro al que no conocían. Hubo que montar deprisa y corriendo un programa sin que se notase en exceso que habíamos empezado a hacerlo a las siete y media de la tarde y encontrar a no menos de 6 tertulianos para que nos acompañaran en el plató. Las últimas 4 horas antes de arrancar estábamos llamando a amigos periodistas y ex jugadores de fútbol para intentar cubrir un hueco que había quedado vacío y que había que tener lleno a las 12 de la noche. Y llegamos. No fue el programa ideal de ninguno de los que estábamos allí. Ni en el plató, ni fuera de él. Pero lo hicimos y esta noche tenemos el compromiso de hacer otro y conseguir que la nave vuelva a navegar sin zozobras cuanto antes.
El otro día escribí una Cabra que titulé “La Hijaputa” hablando de la liberación de la etarra Inés del Río. Hoy el Hijoputa soy yo. En las redes sociales, sin profundizar demasiado, he leído a gente diciéndome, además de hijo de mala madre, traidor, esquirol, mal compañero, ladrón, imbécil, arrastrado… Algunos aventuraban sobre (dicho finamente) mi tendencia a practicar el coito con las novias de mis amigos y no sé cuántas lindezas más que les ahorro. Y yo entiendo el cabreo, pero pido también a la gente que comprenda. Yo, además de periodista, soy empresario. Como nos pasa a todos por la cadena de impagados en la que se ha convertido este país, llevo casi un año pasándolas más que canutas con mi empresa para llegar a fin de mes y poder pagar las facturas. Hace meses tuve que despedir a todos mis trabajadores. En este momento mi productora no tiene ningún programa en el aire. Estoy felizmente casado y tengo tres hijos y llevo más de un año sin poder pagarme un sueldo porque mi empresa no se lo puede permitir. Y no pretendo dar ninguna pena, porque soy un tío inmensamente feliz y sé que hay millones de personas que lo pasan mucho peor que yo. Pero ¿debo en estas circunstancias decir que no a una oferta de trabajo que me hace una cadena de televisión? Yo creo que no. Evidentemente lamento la situación que ha vivido Josep Pedrerol al que no conozco personalmente y al que deseo lo mejor. Por supuesto me parece tremenda la angustia de los trabajadores de Intereconomía a los que se les debe dinero. ¿Pero alguien es capaz de decirme que, en mi situación, habrían rechazado un trabajo como el que me ofrecían? Yo creo que no. Pero me da igual. Yo me considero una buena persona, creo que soy un buen profesional y anoche, como esta noche y las que vengan, intentaré hacer el mejor programa de televisión posible. Y si a alguien le parece mal, lo lamento muchísimo. Si tengo que elegir, sinceramente, prefiero que me llamen hijoputa personas que no me conocen, a que me llamen tontolculo mi mujer y mis hijos por renunciar a un trabajo en un momento como este.