AY

En general no me gusta quejarme mucho. La verdad. Soy de natural optimista y, casi siempre, le busco el lado bueno a las cosas. Puede que eso, en ocasiones, haga que la gente piense que soy un poco tonto, o muy tonto, pero a mí me da un nivel de felicidad bastante aceptable. Por eso en estos días de tremenda convulsión para mi vida he intentado evadirme, porque soy optimista, pero lamentablemente no soy una piedra.
Desde que, hace una semana y un día, empecé a sustituir a Josep Pedrerol en el programa Punto Pelota sé que ha habido infinidad de mensajes, noticias y comentarios en los que aparecía mi nombre no siempre asociado a elogios, por decirlo con un giro eufemístico. He conseguido aislarme con bastante eficacia, pero es inevitable que te lleguen determinadas cosas. Que te enteres, vaya, de que te están poniendo a parir. Uno de los caminos de entrada de las críticas fue este mismo blog. Cuando arranqué esta “Cabra en el Garaje”, me prometí que iba a contestar a todas y a cada una de las personas que me escribieran. Yo, que soy todavía un poco cateto en esto de las redes, sigo considerando una descortesía que alguien te escriba y no responderle. Por eso me agobian Twitter y Facebook. A veces hay tal cantidad de comentarios a una publicación que se hace absolutamente imposible contestar a todo. De manera que preferí no entrar en Facebook, más que para dar un mensaje de gracias a los que me apoyaban y criticaban. Contesté a los casi 300 comentarios de la Cabra y entré en Twitter de un modo muy controlado. Aún así, el viernes por la mañana pude comprobar por qué ha habido varias personas públicas que han abandonado esta red.
Era un día festivo y estábamos mi esposa y yo, después de desayunar, planificando el día. Mi mujer, que es poco morbosa, me dijo: “¿Por qué no miras un poco qué están diciendo en Twitter?”. La verdad es que en ese momento me alegré por los orates de este país de que mi mujer se dedique al marketing y no a la psicoterapia, porque como psicóloga no tiene precio. Je. A mí mucho no me apetecía, pero yo que, como periodista, sí que soy morbosillo, acepté. Nada más abrir mi cuenta comprobé, para empezar, que mis seguidores se habían multiplicado por 3. Yo, que estaba muy contento con tener unos 900 y pico, pasé a casi 2.700. Lo siguiente que hice fue mirar en los tweets referidos a mí y flipé. Sólo leí 20. De ellos, había 3 que me daban ánimos, 15 que lo mejor que me decían era mojabragas (creación adjetival nueva para mí) y 2 que, directamente, me deseaban una muerte lenta y cruel.
No sé quién decía que Twitter es una especie de barra de bar en la que hay tíos estupendos que se mezclan con seres humanos que están como una cuba y no paran de gritar. Y debe ser que a mí me tocaron dos o tres que estaban mamados. Porque a mí, que me critiquen, me da igual. Hombre, no voy a mentir; preferiría no haber generado ninguna polémica y que todo el mundo dijera que soy un tío guay, pero hay veces en las que uno tiene que tomar decisiones sabiendo que puede no gustar a muchos. Y por eso, porque llevo muchos años en esto, respeto profundamente al que me critica, al que piensa que soy un manta o al que considera que los programas que yo hago son una basura inaceptable. Y no me molesta que se me diga. Lo que me sorprende es que alguien pueda tener la suficiente mala leche en el cuerpo como para desearle la muerte a un padre de familia por no estar de acuerdo con que el susodicho sea el nuevo presentador del programa que le gustaba. Sé que son minoría y por eso ni les he contestado, ni les he bloqueado, sobre todo porque, para hacerlo, me temo que tendría que volver a leer unos cuantos mensajes que me deseasen el ingreso inminente en la caja de pino. Y, qué quieren que les diga, pues no me apetece.
Pero, como comentaba al comienzo, todas las cosas tienen su parte buena y, en estos días, decenas de amigos y familiares me han mandado mensajes cariñosísimos, algunos de ellos muy emocionantes, que me dan una idea de lo que me quieren y de la cantidad ingente de hostias que me estaban cayendo. Y me quedo con el afecto. Ya digo que hubo muchos mensajes que me emocionaron, pero sobre todo encontré uno a las 9’14 minutos de la mañana posterior al primer programa. Era de mi hija Paula, la mayor. Me decía: “Salió genial; Papi eres un crack. Para mí eres el mejor…” y no pude leer más porque a mí, que a esas horas estaba bastante blando, se me saltaron las lágrimas.