LOS HIMNOS

¡Qué espanto cómo cantan los de la nueva grada joven del Bernabéu! Jamás pensé que iba a decir esto, pero anteanoche, en el partido de la Copa del Rey contra el Espanyol, hasta se echaba de menos (musicalmente hablando) a los Ultras Sur. Es que da igual lo que entonen los nuevos mozos, porque todas las canciones parecen la misma y da la sensación de que los que cantan son quinientos tíos que se han emborrachado para mitigar el dolor que les ha provocado la extracción sin anestesia de varias piezas dentales a cada uno. No lo digo sólo porque desafinen como gatos capados violentamente, sino porque, además, vocalizan como si tuviesen inflamadísimas las encías. Espero que ensayen y mejoren, porque no me gusta nada ese sentimiento de añorar a los Ultras, ni siquiera por su empaste coral.
Lo pensaba el otro día a raíz de la muerte de Blas Piñar. Leí en Internet algunas necrológicas laudatorias y no se me ocurría el motivo por el que alguien puede alabar a las personas totalitarias. Y pensando en eso, dándole vueltas a los motivos de alabanza, llegué a la conclusión de que, al menos para mí, la única aportación positiva de los totalitarios al mundo ha sido su escenografía. Y ahí dan igual izquierdas o derechas. Los que tienen como objetivo aplastar al que no opina como ellos son conscientes de que deben hacer fastos increíblemente espectaculares con dos objetivos; el primero animar a los tibios para que se sumen a sus gloriosas filas y, el segundo, acojonar tremendamente a los enemigos para que se den cuenta de que ellos tienen un poder babilónico. Hay que reconocer que embelesa y acoquina a partes iguales ver los desfiles que montaba Hitler, o los que organizaba la URSS o, más recientemente las paradas militares del amigo de Dennis Rodman, el dictador Norcoreano Kim Jong-un. Y luego hacen unos himnos sobrecogedores. Lo malo es la cantidad de muertos y gente jodida que han dejado a su paso, pero hay que reconocer que muchos himnos fascistas y comunistas tienen la capacidad de hipnotizar al que los escucha porque buscan hacer parecer como menos malos a los que matan envueltos en acordes de tanta belleza.
Que esto de los himnos me recuerda que somos una de las pocas naciones del mundo que no tiene letra en su himno nacional. Y a mí me da pena. Porque es una de esas cosas que nos convierten en un país pedorro, visto desde fuera. Un país en el que la mitad de la gente se avergüenza de su bandera, en el que, para millones de personas, sentir emoción al oír tu himno nacional es ser un facha. Una tierra en la que millones de personas, ven imposible que uno pueda sentirse catalán, vasco, gallego o andaluz sin que eso suponga renunciar a sentirse español. Y viceversa. O, afinando más, un parlamento en el que políticos de un partido nacional, son capaces de decir que el homenaje mensual a la bandera en la plaza de Colón que propuso en 2002 el entonces ministro Trillo podía “herir sensibilidades” y en Euskadi y Cataluña se podía entender como una “provocación”. Estamos muy tontos. Y esa tontería es la que ha hecho que durante décadas hayamos sido incapaces de sentarnos para aprobar una letra de himno. Y no pasa nada por hacerla. De hecho hay himnos de muchos países que dicen burradas chocantes en países democráticos y pacíficos. Por ejemplo, la Marsellesa, que habla de sangres impuras y de brazos vengadores. O el himno italiano y el polaco, por poner dos ejemplos, que mezclan a Dios y a sables y a la muerte para unir a Italia o liberar Polonia. Pero es que también podemos hacer un himno tan políticamente correcto como el inglés o el americano, salvo la parte esa del “God save” o el “in God is our trust”, porque dicen los no bíblicos, que se refieren al Dios judeo-cristiano. No sé, cualquier cosa excepto seguir viendo a nuestros deportistas internacionales poner cara de “pues yo no canto”, mientras entre el público suena atronador el “LOLO-LOLO-LOROLOROLOROLO-LOLO-LOLOROOOOOO” que tanta vergüenza me produce sobre todo cuando lo he escuchado junto a algún extranjero. Porque, lo normal, es que, al oír esos versos, el forastero te pregunte: “¿Y qué dice la letra?”. Y no sabes qué contestarle porque te da fatiga reconocer que no tenemos letra porque a la mitad del país le parece un himno facha y no hemos conseguido ponernos de acuerdo para encontrar un poema que encaje.
Claro que tampoco está mal la vergüenza que te da cuando alguien de fuera te pregunta por nuestros políticos. Y no sólo por lo que malgastan o por lo que han robado o han permitido robar a otros impunemente. Es que últimamente preguntan mucho por nuestro Ministro de Justicia, que está que se sale. La última ha sido que parece sacada de un guión de Faemino y Cansado. O sea; dice el Ministro que la ley del Aborto que él propone va a hacer crecer la economía porque va a aumentar la natalidad. Joder; no puede ser que lo haya dicho en serio. Pero claro, con cosas como esas, me pasa que, cada vez que Gallardón abre últimamente la boca, me recuerda a aquella muchacha del primer Gran Hermano llamada Ania. En un hallazgo lingüístico sin precedentes, la tal Ania, para expresar lo mucho que necesitaba evacuar su vejiga dijo a sus compañeros y a toda España: “Me meo que te cagas”. Pues eso.

ESTOY GORDA

Seguro que les suena la frase. Si es usted hombre, la habrá oído a su madre, hermanas, primas, amigas, esposa e hijas. Incluso, con un pelín de confianza, a alguna compañera de trabajo. Y si es usted mujer, me jugaría un brazo a que la ha pronunciado al menos 50 veces a lo largo de su vida. Mi mujer y mi hija la mayor me van a matar, pero ellas lo dicen por lo menos 50 veces al año. Y me quedo corto. Y les juro que están muy lejos de ser gordas.
Buff. Me estoy acordando de mi amiga Marta Barroso, que es una magnífica periodista y últimamente la estoy descubriendo como una finísima articulista. Vaya; no me acuerdo de Marta por lo de gorda, que quede claro… Me acuerdo porque ella habla con frecuencia en su blog “Gente y aparte” de temas familiares y su marido la tiene medio amenazada con mandarla a la porra si no corrige la deriva de sus artículos. Pero ella, ahí sigue, como dirían unos amigos míos, “to the foot of the canyon” sin temor a las represalias. Pues yo, igual que Marta, sin miedo a que mi esposa me patee los testículos, confesaré que mi mujer se ve como una foca y que, cuando yo le digo que no, me mira con desprecio y responde: “Eres un pesao. Tu opinión no me sirve. Tú siempre me ves bien.”
Es una extraña capacidad que tienen la mayoría de las mujeres que conozco; que convierten en algo malo una cosa que es objetivamente buena. Yo imagino que a cualquier mujer de cuarenta y tantos le tiene que complacer que su pareja le diga: “Me gustas”. Pues, para mi mujer, que yo la vea siempre bien, lejos de ser bueno, es malo y una demostración de que soy un tío sin criterio.
Pero es que, siendo sinceros, a mí mi mujer me gusta y no me parece que esté gorda y, desde luego si algún día se le pone un kilo de más, no me fijo. Puede que se fijen las cabronas de sus amigas, pero yo no me fijo. Yo, cuando miro a mi mujer, y cuando he mirado a las mujeres que me han gustado, miro el conjunto. No voy a decir esa chorrada de que me fijo en la mirada, ni me voy a poner Disney con lo de que la belleza está en el interior, pero, dando por sentado que me fijo, con perdón, en culo y tetas, lo que me agrada es el conjunto. Y creo que a todos los tíos nos pasa. Que nos gustan nuestras mujeres y nuestras novias como están, aunque a ellas eso les ayude poco en su autoestima. Para la mayoría de las mujeres pesa mucho más un comentario sin importancia de una amiga, o una visión fugaz de un pseudo-michelín en un escaparate, que doscientos halagos de sus parejas.
¿Y a cuento de qué digo esto jugándome el bienestar de mis criadillas? Pues porque ayer de nuevo comprobé que la redes sociales, que para algunas cosas son un tostón, de vez en cuando sirven para algo. Una amiga me mandó un vídeo que les recomiendo que muestren a todas las mujeres que tengan cerca, especialmente a las chicas más jóvenes. Habla en él Jean Kilbourne, una señora que lleva muchos años estudiando la publicidad y criticando el uso frívolo que se hace de la mujer en infinidad de campañas de marketing. En el vídeo, esta investigadora estadounidense defiende que, durante décadas, la publicidad ha convertido a la mujer en un objeto; en una cosa. Y que, cuando conviertes al ser humano en una cosa, estás dando el primer paso para justificar la violencia contra esa persona. Que tiene un punto. Pone muchos ejemplos y dice cosas como que la publicidad y la moda venden un tipo de mujer imposible. La señora Kilbourne asegura que nadie puede parecerse a las modelos de los anuncios, ni siquiera esas propias modelos y cita a Cindy Crawford que dijo en varias ocasiones que a ella lo que realmente le gustaría es parecerse a la Cindy Crawford de las fotos y los anuncios.
Esas mujeres perfectas del photoshop, adelgazadas hasta el absurdo; esas chicas sin arrugas, ni papadas y con pechos, nalgas y muslos despampanantes ponen un listón inasumible para las niñas y mujeres de todo el mundo. Y esa imposibilidad de llegar a ser perfectas es la que hace que millones de mujeres no estén satisfechas con sus físicos y surjan reacciones que pueden ir desde un simple complejo de gorda, como el de nuestras novias y mujeres, hasta dramas espantosos como la anorexia.
Por si sirve para algo, aquí tienen el enlace y me comprometo a difundir todo lo posible este vídeo a ver si conseguimos que algunas de las niñas y mujeres que nos rodean escapen a esa dictadura de la delgadez.
Y, a partir de ya, voy a dedicar la jornada, entre reunión y reunión, a convencer a la gordo-foca que tengo por esposa a ver si consigo que me acepte esta noche a su lado en la cama, que después de esta Cabra… No sé yo…
http://www.upsocl.com/mundo/5-minutos-de-lo-que-los-medios-de-comunicacion-le-hacen-a-las-mujeres/

UN LÍDER

No sé lo que ha estado pasando realmente en estos días en Burgos. No sé si, como aseguran los entornos PP, los que se enfrentaron a la poli eran violentísimos anti-sistema o si, como dicen los de entorno PSOE y los propios vecinos del barrio de El Gamonal, eran sencillamente cudadanos cabreados como monas. Imagino que, como suele, pasar en estas cosas habrá un poco de todo, pero me hace gracia ver cómo se divide la lectura de lo que pasa en Burgos según de qué pie cojees.
Entre los políticos y medios del PP queda claro que la obra que quiere hacer el Alcalde Javier Lacalle estaba en su programa electoral, se había debatido durante meses y está refrendada por una mayoría absoluta. Por tanto, los que se oponen a ello violentamente son poco respetuosos con el juego democrático. Incluso, la mete gambas oficial del partido gobernante en Burgos y en España, se ha desmelenado hablando de “los atentados de el Gamonal”. Lo de la Botella es de estudio psico-sociológico. ¿Dice estas cosas en serio y es que, sencillamente, se le va más la pinza que a la Sophia Petrillo de la Chicas de Oro? ¿O es una finísima estrategia de comunicación del PP para meter ruido y distraer atenciones? Yo me inclino por lo primero.
Pero como estamos en esta época de la España partida en dos, si oyes a los políticos y medios cercanos al PSOE parece que lo de Burgos ha sido el heroico triunfo de Fuenteovejuna. Después de que el alcalde paralizara el proyecto para buscar consenso, la alegría se ha desbordado y por esos muros del Facebook me he hartado de ver cosas como que “el pueblo unido jamás será vencido” y a amigos míos con mensajes de “No Pasarán”, “Yes we Can” y uno muy gracioso que decía: “Antes en Burgos éramos famosos por nuestras morcillas, hoy lo somos por nuestros huevos.” En fin.
Pues eso, que no sé muy bien de qué va esto, pero, lo que me parece obvio es que se está cociendo algo y lo raro es que haya tardado tanto en pasar. Hace meses, yo hablaba en una Cabra de lo extraños que somos los españoles. Que pase lo que pase, sólo nos indignamos horriblemente y salimos a la calle si sucede algo tan grave y trascendental para nuestras vidas como que nuestro equipo baje a segunda injustamente. Pero que rara vez nos movilizamos por cosas mucho menos importantes como que un partido gobernante se pase por la zona escrotal su programa y recorte derechos y suba impuestos salvajemente. Para qué nos vamos a manifestar por memeces como que en Andalucía el partido gobernante y los sindicatos den motivos para que los corran a gorrazos; por fruslerías como que decenas de etarras condenados por matar monten una rueda de prensa para defender sus derechos pisoteados; por nimiedades como que el ex tesorero del PP esté en prisión y aún no haya habido ni una sola consecuencia política; por chorraditas como que políticos y juristas diversos se empeñen en que no declare la hija del Rey y hasta haya un ministro que diga la soplapollez de que la Infanta no debe llegar andando al juzgado. Me hacen gracia estos monárquicos que están haciendo más daño al Rey que el partido republicano más recalcitrante. Y la lista de bobadas que jamás nos llevarían a manifestarnos puedo alargarla; el presidente del PNV que la primera vez en su vida que habla de derechos Humanos en Euskadi, es para hablar de los derechos de los presos etarras. El suicida de Mas y el plasmado Rajoy que siguen conduciendo a Catalunya a un callejón sin salida en el que da la sensación de que todos vamos a salir perdiendo. La que han liado con el aborto… Menos mal que en estos días, se ha producido otro acontecimiento planetario, que habría dicho Leire Pajín, y Obama nos ha tranquilizado tremendamente al reconocer en Washington el innegable liderazgo de Rajoy. Manda huevos. Se le podrán reconocer virtudes a Rajoy, pero que se le atribuya liderazgo a un hombre que no habría ganado por sí sólo ni las elecciones a presidente de su escalera, da risa.
Lo malo es que todo esto no tiene ninguna gracia. Porque haría falta un verdadero líder en España para gestionar esta tremenda olla exprés sin pitorro en la que nos hemos convertido. Millones de familias en mala situación económica, una debilidad del estado que hace que cualquiera, a día de hoy, le plantee retos y un gobierno que sigue friéndonos a impuestos a ciudadanos y empresas. Yo no defiendo en absoluto el uso de la violencia, pero no me extraña que pasen cosas como lo de Burgos. Espero, sinceramente, que no sea un fuego que se extienda, pero creo que Rajoy debería salir de su plasma y empezar a darse cuenta de que el país en el que vive se parece mucho más al que hay en las colas del paro que al que vendió alegremente el otro día ante varios empresarios estadounidenses.
Y, por cierto, una tontería, pero es que el otro día escribiendo en mi móvil la palabra “tweet”, mi autocorrector me propuso: “féretro”. No sé si será mi subconsciente, o es que a veces la tecnología esconde analogías sorprendentemente brillantes.

EL RESCATE

Yo de pequeño odiaba las matemáticas. Me da cosa reconocerlo, porque tengo hijos todavía en edad escolar y uno, ante la progenie, tiende siempre a fantasear con su currículum académico. Las notas de los padres; ¡ese gran secreto que algunos mantenemos oculto de las miradas de nuestros hijos! Porque vaya, yo tampoco es que fuera un desastre, pero tenía más SF que SB, aunque alguna I se colaba, al hablar de matemáticas. Y encima es que era un poco chulito piscinas. Recuerdo una bronca con don Marcelo, mi profesor de mates de cuando tenía 13 años. Yo, que ya entonces tenía clarísima mi vocación, le decía, con la insolencia propia de los pre-adolescentes, que para qué quería las matemáticas un periodista. Y don Marcelo, en vez de darme una colleja, tirarme una tiza (tenía peor puntería que don Juan) o ponerme un cero, se entretenía en discutir conmigo. Don Marcelo me hablaba de estadísticas, de ordenación del cerebro, del pensamiento matemático y de algunos cálculos que, inevitablemente, iba a tener que hacer en la vida. Quizás por aquella insistencia de este profesor, hoy me entretengo de vez en cuando en hacer cuentas. Y en ocasiones esas cuentas me generan un mosqueo monumental.
Imagino que, cuando han leído el título de este artículo, todos han sabido de qué estaba hablando. Y sin necesidad de ser economistas. Hasta hace un par de años para mí “El Rescate” era un juego infantil o, en Málaga, el nombre de una cofradía y uno de los Cristos más populares de la Semana Santa de mi tierra. Ahora todo el mundo habla de ”El rescate” como si fuera un amigo de la familia de toda la vida. Y realmente no se sabe muy bien lo que es, porque el gobierno se hartó de decir que nadie estaba rescatando a nadie y se buscaron distintos eufemismos para decir lo obvio; que había que echarle un cable a los bancos y a las cajas y que la broma nos iba a costar a los españoles un huevo de la cara, porque ya no nos quedan ojos. Entre los avales del rescate de la UE, las ayudas a los bancos por quedarse con cajas y las diferentes inyecciones a esas cajas que se han tirado años despilfarrando dinero aconsejadas por los políticos de turno, el asuntillo nos ha salido por unos 80.000 milloncejos de euros de nada. Y hay algunos que dicen que es mucho más. Collons, que diría Artur el Libertador. Es que ya hablamos de los euros como si fueran pipas. Pero ¿se han parado a pensar en lo que son 80.000 millones de euros? Es que la cifra en pesetas, además de que no cabe en mi calculadora, marea; son 13.310.880.000.000 pesetas. O sea, trece billones, trescientos oncemil millones de pesetas. Y de ese dineral mareante, ¿Qué parte se fue directamente al retrete por una gestión lamentable y manirrota de amiguetes de nuestros políticos?
¿Cuántos patrocinios absurdos? ¿Cuántas operaciones financieras fallidas para favorecer a los amiguetes? ¿Cuántos avales a proyectos faraónicos y fuera de la realidad? ¿Cuántos créditos concedidos con criterios que no tienen nada que ver con el buen gobierno de una entidad bancaria? Son preguntas tontas a las que no me va a responder nadie, pero que yo me hago para quedarme a gusto. Lo peor de esto es que la mayoría de los directivos que hicieron aquellos desmanes están hoy tralarí tralarí mirando para otro lado como si tuvieran una tortícolis gravísima. Y no creo que a ninguno, o a casi ninguno, le vaya a caer encima el peso de la ley por malgastar nuestro dinero.
En fin, menos mal que, a pesar de estas cosas y de los novedosísimos mapas de Espanya de TV3, de vez en cuando la vida te regala momentos de risa. Ayer varios amigos compartieron con mi mujer y conmigo el típico texto de esos que corren por el Facebook. Está en inglés y se titula “My promise to my children”. Viene a decir aquello de que, quien bien te quiere, te hará llorar y que la función de un padre no es ser el amiguete enrollado de los hijos, sino el que marca los límites y que eso no siempre gusta. Se lo leímos anoche en la cena a nuestros hijos y terminaba así: “Si nunca me has dicho, murmurando entre dientes, “te odio” es que no he hecho bien mi trabajo como padre.” Después de unos segundos de ligero desconcierto de mis hijos, Paula, la mayor, soltó mientras rebuscaba con el tenedor entre la menestra, “Bueno; yo os lo he dicho mazo de veces”. Mi mujer y yo no supimos contener la risa, aunque, la verdad, yo a estas alturas no sé si la frase significa que hemos hecho bien nuestro trabajo o que la hemos cagado tremendamente. Visto lo maja que nos ha salido la niña, me inclino por lo primero.

MY PROMISE TO MY CHILDREN

EL DUELO

En las últimas 3 semanas han muerto dos de los mejores amigos de mi padre. Pepe Jiménez Villarejo falleció el día 15 de diciembre y, el día de Año Nuevo, murió su hermano Fernando. Ambos fueron importantes en mi infancia y en mi juventud, no sólo por ser íntimos de la familia, sino porque eran de esas personas que hacían mejor el mundo que les rodeaba.
Pepe era jurista y justo fue que llegara a lo más alto en su carrera como presidente de dos de las Salas del Tribunal Supremo. Era un hombre fundamentalmente bueno y alegre y yo recuerdo en aquellos años del tardo franquismo y la primera transición la valentía que tuvo de ponerse en el lugar en el que te podía coger el toro apostando por la democracia y por una nueva justicia. Pero más allá de sus virtudes como juez o su mérito como hombre comprometido, lo que más me gustaba de él era su faceta de hombre de familia y amigo conversador. Daba gusto siempre ir a casa de los Jiménez Villarejo. Trini, Pepe y sus hijos eran una gente habitualmente tranquila y contenta con la vida que les había tocado vivir. Aunque escondían algunos juguetes cuando llegábamos mis hermanos y yo (para que no los arrasáramos), he de reconocer que aquellos fines de semana y días de verano en su casa de Chilches son de los favoritos de mis recuerdos de infancia. Años más tarde, cuando ya vivían en Madrid, me gustaba sentarme a hablar con Pepe de lo que fuera; de política, de periodismo, de la Justicia, de la Iglesia o de poesía. Pepe era un gran poeta, pero, sobre todo, era un gran conversador. En la misa corpore insepulto que se hizo en el tanatorio el sacerdote dijo que Pepe nunca hablaba como desde un púlpito; que siempre tenías con él la sensación de estar de igual a igual. Y así era. A mí me encantaba, a mis 20 años, poder hablar con uno de los amigos de mi padre con la sensación de que, verdaderamente, escuchaba y valoraba lo que le estabas diciendo, aunque yo imagino que muchas de las cosas que me escuchaba le daban para estar riéndose un buen rato.
El otro hermano era Fernando. Era sacerdote. He conocido a pocas personas tan alegres como él. Recuerdo cuando éramos pequeños que mi padre nos hablaba de su amigo Fernando que estaba en las misiones en África. Y nosotros nos hacíamos a la idea de un Fernando heroico luchando con leones y otras fieras para llevar la palabra de Dios a los negritos del África Tropical. Muy de Tintín. Y cuando regresó de las misiones, paró en casa de mis padres unos días y sacó un cargamento de diapositivas que había ido haciendo. Nosotros nos sentamos esperando ver a Fernando blandiendo su machete triunfante sobre las fieras de la sabana y nos encontramos con una serie de fotos en las que curiosamente, sobre todo, lo que salía era gente contenta. A mí me resultó muy chocante aquella felicidad africana, pero con el paso de los años comprendí que esa alegría, sin duda, era Fernando que, por cierto, nos enseñó a no hablar de “negritos” con esa superioridad benevolente de los blancos. De hecho, esas “filiminas”, que decíamos de pequeños, me hicieron pensar durante un tiempo en hacerme misionero de la Compañía de Jesús, hasta que mi tío Carlos, que era Jesuita y me conocía bien me dijo: “pero sabes que, para ser jesuita, hay que estudiar 14 años, ¿No?”. Y, en aquel instante, San Ignacio perdió una vocación. El tío Ferdi, como le llamaban sus sobrinos y como le acabamos llamando mis hermanos y yo, volvió a pasar algunas temporadas en nuestra casa de Madrid y aunque ya no venía con diapositivas africanas, siempre nos contaba anécdotas divertidas y nos hacía sentir unos niños especiales a los que él quería como si fuéramos sus sobrinos.
Eran dos hombres buenos que hacían mejores a los demás. Y se han ido. Y sus muertes me han removido en estos días en los que estamos a punto de celebrar que hace 3 años, en la mismísima Noche de Reyes, mi padre descansó. Y digo que me han removido porque, cuando murió mi padre, yo me quedé con la sensación de que su muerte, después de un largo sufrimiento, me iba a producir alivio. Y no fue así exactamente. Por supuesto me alivió que dejara de sufrir, pero, en ese egoísmo tan propio de los hijos, al fin y al cabo, yo estaba contento con tener a mi padre ahí. Le podía coger la mano. Y hablarle. Me lo habían avisado. Que son como mínimo tres años de duelo. Y a mí me parecía que, a mi edad, ya no podía afectarme tanto que muriera mi padre. Pero vaya si afecta. Yo hoy, recordando a sus buenos amigos, he añorado a mi padre más de lo normal, que es bastante. Supongo que el duelo terminará el día en el que vea una foto de mi padre que tengo en mi cuarto y no me suponga ninguna emoción especial. Hoy, todavía, cada vez que la veo me da un pellizco en la boca del estómago. El mismo que sentí hace veinte días, primero, y hace 3 días, después, cuando me dijeron que las sonrisas de Pepe y de Fernando se habían ido para siempre. Al menos sé que ellos, como mi padre, descansan en Paz.