¿CAPTARÁN EL MENSAJE?

Era una de las bases de la clase de redacción cuando yo estudiaba Periodismo; JAMÁS comenzar con un titular entre interrogantes. O sea; un cero. Pero no se me ocurre otra manera de arrancar esta breve Cabra de emergencia tras lo de las Elecciones al parlamento Europeo. Porque los resultados de ayer a mí, lejos de parecerme alentadores, me dieron miedo. No sé que tiene de bueno esta fragmentación tremenda del electorado. No le hizo bien históricamente a Italia la época del pentapartito, y no les cuento cómo le fue a Cataluña con el tripartito. Ciertamente es bueno que PP y PSOE se den cuenta de que estamos de ellos hasta las mismísimas, pero ¿Creen de verdad ustedes que ellos ayer captaron algún mensaje? En la alocución de Cospedal y Arias Cañete no hubo ni una sola frase referente al enorme bofetón que supone perder 8 escaños. Todo su argumento era: “Hemos ganado y hemos aumentado la ventaja sobre el segundo”. Vaya, como ese chulito al que le han partido la cara reventándole siete dientes y te dice que sí, que sí, pero que no veas el daño que se ha hecho el otro en los nudillos.
Pero es que el resto de los partidos también deberían hacérselo mirar. Lo del PSOE es para que convoquen un Congreso urgente en la reunión de la Ejecutiva Federal que se celebrará esta mañana. Izquierda Unida y UPyD, que suben mucho, deben hacer una reflexión y preguntarse cómo un partido recién creado como es el de Podemos, puede ponerse un escaño por delante del partido de Rosa Díez y tan sólo uno por detrás de la coalición de izquierdas. Y ya que hablamos de reflexiones, quizás en el partido de Pablo Iglesias, deberían darle una vuelta al tufillo de república bananera que tiene el hecho de que en las papeletas aparezca la efigie del líder, en vez del logotipo. Y lo peor es cuando te lo explican y te dicen que es porque la gente así identifica mejor la papeletea porque a su líder lo conoce mucho la gente por la televisión. Coño; ¿Eso es pensar que los que le van a votar son iletrados o lelos? ¿O estoy haciendo demasiadas preguntas?
En fin, eso por no hablar, porque ya da pereza, la verdad, de la que se está liando en Cataluña, donde la coalición liderada por ERC ha ganado claramente, los partidos nacionales se hunden y el conjunto de los que apoyan la consulta supera el 55 por ciento de los votos. ¿Y lo de Andalucía? Como andaluz, me parece deprimente que, a pesar del paro y del terrible estancamiento de nuestra economía, sigan ganando los mismos con un resultado peor que otros comicios, pero magnífico, comparado con el resto de España.
Esto va a dar para días y, probablemente, semanas de análisis y réplicas del seísmo y, como había prometido que iba a ser una Cabra corta, acabo ya. Pero, hombre ya puestos, cómo un merengue como yo no iba a hablar hoy de la Décima. Mira que me dan pena los del Atleti, pero ese gol de Ramos en el descuento fue de las alegrías más gordas que me he llevado como espectador de fútbol. Eso y comprobar que Íker Casillas es el mejor portero del mundo y uno de los tíos más afortunados del Planeta. Dije hace meses en una Cabra, que cuando Íker falla el Madrid nunca pierde y que eso era porque este gran portero tiene en el culo, no una flor, sino el huerto entero de las Clarisas de Carrión de los Condes. Hoy rectifico, lo que tiene en el pompis este muchacho es el Real Jardín Botánico de la Plaza de Murillo de Madrid.

HÉROES

Mira que me dan ganas, pero no voy a dedicar una tercera Cabra consecutiva a los descerebrados de Twitter. Parece que, entre el gobierno y la Comunidad judía, se están empezando a tomar las cosas en serio y hay ya unos cuantos a los que el soltar veneno por las redes sociales, les va a costar un disgusto. A mí me sigue pareciendo que regular las redes sociales es como defenderse de un Tsunami poniendo las manos mu apretás, pero si sirve para que algún desalmado se lleve un susto, pues me alegro.
Tampoco voy a hablar de la polémica por las declaraciones desafortunadas de Cañete y Jáuregui, que son un ejemplo perfecto de lo que es la política. Uno mete la gamba; el que sea. Y el rival político sale al rato con cara de mártir al borde de su holocausto para decir de su contrincante: “¡¡¡Huy qué malo, qué malooooo!!!” Los del PSOE le han dado la del pulpo al tufo machista de Cañete, tanto que el candidato del PP a las europeas, ha acabado pidiendo perdón, aunque él, en el fondo, no cree que tenga que pedir perdón por nada. Con Jáuregui sucedió igual; los del PP dándole caña por manifestar sus dudas respecto a la condena por maltrato a su colega de partido Jesús Eguiguren. Jáuregui acabó rectificando aunque él, realmente, piensa lo que dijo.
Pero me estoy desviando y no quiero que teman ustedes, ni por un minuto, que el calificativo de héroes se lo dedico en modo alguno a los políticos. Héroes, en todo caso, somos nosotros que, con la cantidad de motivos que nos dan para mandarlos a la mismísima mierda, ahí seguimos votándoles por millones como si no hubieran pasado las cosas que han pasado. Pero no. No hablo de los políticos. Me refiero a los toreros que, para mí, cuando yo era chico, eran unos héroes a la altura de Simbad, Daniel Boone, Superman o Luke Skywalker.
Imagino que todos habrán conocido la noticia de la suspensión de la corrida del pasado martes en la plaza de toros de Madrid. Tras la lidia del segundo toro, hubo que dar por terminado el festejo porque los tres matadores estaban en la enfermería. Uno de ellos, David Mora, había sufrido una cornada gravísima que no lo mató porque estaba en la Plaza de Madrid y en las manos de un cirujano como Máximo García Padrós. Tras salir de la plaza, en las horas posteriores busqué constantemente información sobre el estado de Mora y, en cada noticia que encontraba, me topaba con los comentarios despiadados de lectores antitaurinos que decían cosas tremendas sobre el torero. Insisto en que no voy a hablar de tuiteros, ni de esos comentaristas que dan la sensación de tener la mente muy enferma. Pero sí creo que alguien debería hacer algo para defender una parte de nuestra cultura que, a este paso, puede acabar muriendo en unos años. Yo comprendo a los antitaurinos, que creen que los aficionados disfrutamos viendo sufrir a un animal. Porque creen eso. Pero alguien, y aquí hablo de las instituciones españolas, debería saber explicar a cualquier niño que se educa en España, qué es la Tauromaquia, por qué se hace lo que se hace y cuál es la fisiología de un toro. Porque la lidia es una prueba de bravura. Cada paso que se sigue en los 15-20 minutos que el toro está en el ruedo, tiene un sentido y da información al ganadero sobre si la línea de cría de ese toro, puede seguir dando buenos ejemplares o no. Ninguna de las cosas que se le hacen al toro le daña de manera irreparable, excepto, y lamento la obviedad, la estocada. Y, hombre, no es lo mismo hacerle todo eso a un toro que, y es lo que piensan los animalistas, a un perro o a un lindo gatito. El daño que se le hace al toro, se le concentra en la zona del morrillo, entre la cabeza y el lomo. Si se le hacen bien las suertes, el animal no tiene por qué sufrir un daño estructural y prueba de ello es que, cuando un toro es indultado, en un porcentaje elevadísimo de ocasiones, unas semanas después, está curado y paseándose por la finca cubriendo vacas.
Pero no. Aquí en España hasta los que somos taurinos vamos como pidiendo perdón y hacen más las instituciones francesas por la tauromaquia que las españolas. De este modo, los matadores de toros, a su faceta heroica de enfrentarse a un animal que los puede partir por la mitad, deben unir en los últimos tiempos, el coraje y la intrepidez para sobrellevar la soledad. Están solos. Y así se sienten los empresarios, los ganaderos, los subalternos y los miles de personas que forman parte de la Fiesta de los Toros. Lo malo es que yo creo que no acaban de darse cuenta del peligro que corren y, en vez de unirse, van cada uno por su lado a ver si alguien lo arregla por ellos. Y eso es imposible imposible. Como decía un amigo mío poco agraciado y que tiene escaso éxito con las mujeres; «Tan imposible como que yo tenga una luxación de cadera por exceso de sexo”. Pues eso.

MENSAJES DE LA MASA

Las masas están claramente sobrevaloradas. Las únicas veces en las que se debe hacer caso a lo que dicen las mayorías es en los procesos democráticos, pero, quitando las votaciones, en general, las masas me ponen nervioso. No voy a decir aquello de que “la democracia es el menos malo de los sistemas” porque pensamientos como este acaban abriendo la puertecita a esos mesías que, desde que la humanidad existe, deciden que van a venir a salvarnos a los demás. No. La democracia es un sistema magnífico en el que, de vez en cuando, se cuelan hideputas que la pervierten y dan munición a los que están deseando pasarse al pueblo por el arco escrotal.
Digo esto porque me sorprende la importancia que le damos, fuera de los procesos democráticos, a las supuestas opiniones de “la mayoría”. Me hace gracia la cantidad de políticos que utilizan frases como “mucha gente exige”, “el pueblo pide”, “los ciudadanos reclaman” para apoyar sus argumentos. Pero nunca explican de dónde han sacado el material demoscópico con el que nos deleitan. También tenemos nuestra parte de culpa los periodistas que mostramos una tendencia admirable a convertir en general lo que suelen ser comportamientos de tres o cuatro orates sin demasiada masa cerebral en funcionamiento. Por ejemplo, un equipo, después de una mala racha, pierde un partido muy señalado y, al salir de los vestuarios, se quedan quince o veinte aficionados a llamar de todo al entrenador, a los jugadores y/o a los directivos. Pues normalmente, esos periodistas, en vez de decir: “15 ó 20 aficionados increparon a”, suelen decir “la afición abuchea a”. ¿Representan 15 ó 20 exaltados a la afición de un equipo? Yo creo que no. Del mismo modo que 20, 200, 2.000 o incluso 200.000 personas diciendo cosas en Twitter, no representan a nadie. Ninguna cosa es mejor por el hecho de que la digan muchas personas a la vez. Ningún argumento es más válido porque, el que lo profiera, tenga un enorme megáfono. Pero en estos días de éxito de las redes sociales, partidos políticos, empresas e instituciones, varían sus estrategias en función de cómo se mueve Twitter o Facebook. Conozco empresas que han dejado de lado proyectos porque han recibido unos cuantos miles de menciones críticas en las redes sociales. Claro que también estuve hablando el otro día con un gran empresario español que me decía, y cito textualmente, que le importaba “tres cojones lo que digan los de Twitter”. Varios de sus subordinados y miembros de su consejo de Administración le invitaban a cambiar una decisión empresarial por la protesta de 100.000 twiteros en una de esas operaciones pseudomilitares de las redes sociales que nadie sabe quién arranca pero que tienen una eficacia sorprendente. El empresario dijo que no pensaba hacer ni caso, aguantó el chaparrón y hoy ni Blas se acuerda de lo que provocó aquel aluvión de mensajes contrarios.
Viene todo esto a cuento de lo que ha sucedido en las redes sociales con el asesinato de la presidenta de la Diputación de León a manos, supuestamente, de una señora que quería vengar el despido de su hija. Hubo dos imbéciles muy imbéciles, curiosamente ambas concejalas gallegas del PSOE, que soltaron bilis en las redes sociales contra la muerta. Una diciendo que “el que siembra vientos, recoge tempestades” y, la otra, afirmando que este asesinato debía poner en guardia a otros líderes del PP y soltaba: “Tiembla Bauzá” en referencia al Presidente de la Diputación de Pontevedra. Estos dos comentarios y otros miles de personas con evidentes problemas de socio y psicopatía, han llevado a decenas de comentaristas a advertir un ambiente general de inquina y de pre-guerra civil que a mí me parece una desmesura. Es cierto que comentarios como los de las dos concejalas dan una idea de lo que ellas habrían hecho de 1936 a 1939 con sus rivales políticos, pero creo que esa insistencia en decir que estamos en un clima de pre-guerra es una demostración terrible de desconocimiento de lo que sucedió en el 36.
Es cierto que estamos mal, es verdad que hay mucha gente desesperada, que abundan los representantes políticos infames y que a veces dan ganas de poner una guillotina en la carrera de San Jerónimo, pero estamos infinitamente mejor que en 1936. Lo único que tenemos que hacer es recordarle a nuestros políticos que somos nosotros los que mandamos. Que los podemos mandar a esparragar cuando nos dé la gana. Y una ocasión magnífica para hacerlo son las próximas elecciones europeas. A mí me gustaría que estos comicios, aunque no tengan que ver exclusivamente con España, los utilicemos los ciudadanos para gritar sin gritar nuestro cansancio. ¿Y si en vez de mostrar nuestro cabreo no yendo a votar, lo mostramos dejando de votar como autómatas a los dos partidos hegemónicos? Quizás así no arreglemos nada, pero les íbamos a dar un aviso a navegantes con mucho mayor valor que las mamonadas que se escriban en Twitter y en Facebook, por mucho que quien las diga haya sido elegido como concejal.

BORRACHOS DE TWITTER

Un lío. Mira que, por lo general, tengo una opinión clara de las cosas, pero hay otras que me hacen estar dando vueltas y no aclararme durante mucho tiempo. Imagino que habrán escuchado la noticia de que han condenado a pagar 1.300 euros al troll que insultó a través de Twitter a la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. Para empezar habría que explicar qué es un troll. Este tipo de seres dicen cosas tremendas a través de las redes sociales, escondidos tras un pseudónimo y, habitualmente, con una cuenta abierta con datos falsos, para evitar ser perseguidos. Este anonimato, a ellos les da una sensación de impunidad que, de vez en cuando, es alterada por la policía y por los jueces. Lo que sucede es que, salvo que hablemos de delitos mayores, la policía y los jueces sólo intervienen si el perjudicado denuncia, con lo que, en la mayoría de las ocasiones, uno puede decir casi cualquier cosa de casi cualquier persona sin temor a sufrir ninguna consecuencia.
A mí eso me parece cobarde y estoy seguro de que, quienes hacen esto, son de esas personas que no aguantarían ni una mala mirada de aquel al que critican. Pero una cosa es que yo crea eso y otra que considere que se debe perseguir judicialmente al que insulta en Twitter. No opina lo mismo que yo Cristina Cifuentes y por eso, cuando L.J.M la llamó puta bajo el pseudónimo de Ximicomix, le denunció. El tal Ximicomix no debía estar tan bien escondido, porque la policía le localizó y lo puso a disposición de un juez. Antes de que hubiera juicio, los abogados se han puesto de acuerdo y han cambiado la solicitud de ¡¡4 años de cárcel!! por una multa de 1.300 euros para el bocazas internáutico.
Por un lado me alegro tremendamente de que uno de estos gallitos con capucha se lleve un palo de este calibre y de que se haga un aviso a navegantes. Por otro, me pregunto si, el hecho de que alguien te insulte debe recibir un castigo. Yo creo que, cuando uno tiene exposición pública, debe aceptar que haya muchos que no estén de acuerdo con lo que dices, con lo que haces o con lo que no haces o no dices. Y, si en uno de esos desencuentros, a alguien se le escapa un insulto, pues qué se le va a hacer. A mí, en los 27 años que llevo trabajando, me han dicho de todo. Lo que pasa es que, cuando yo empecé, el nivel de difusión de los insultos era mínimo. Llamaba alguien a la radio o a la tele, o escribía una carta y te ponía a caer de un burro. O salía un crítico al que no le gustaba tu trabajo y te hacía un destrozo literario y personal sin meter ni un insulto en su texto. Ahora no. Ahora mismo cualquiera, sin necesidad de que se le dé el título de crítico, ni un espacio en un medio de comunicación, puede darte estopa de manera inmisericorde. Y, si lo que dice tiene éxito, puede resultar que cientos de miles de personas se enteren de que hay alguien por ahí que te está poniendo a parir. Y esto hay que aceptarlo. Aunque no nos guste.
Hace unos meses, cuando sufrí enormes varapalos por aceptar presentar el programa Punto Pelota en Intereconomía, escribí una Cabra en la que decía que lo de Twitter es como la barra de un bar en el que hay dos tíos muy mamados gritando a pulmón. Antiguamente en los bares, al borracho, le oían cuatro gatos y, tocándole un poco la chepa, te lo llevabas a casa intentando que no se abriera la frente contra una acera. Esas barras de bar con dos tíos muy mamados, con las redes sociales, se han convertido en una enorme plaza de pueblo en las que un solo borracho, encapuchado para que no se sepa quién es, puede conseguir que sus insultos los escuchen cientos de miles de personas.
A mí todavía hoy, cada vez que digo algo de Mourinho, hay un grupo de fieles del ex entrenador del Madrid, que me insultan y me dicen de todo menos bonito por no estar de acuerdo con ellos. Pero, aunque me insulten, aunque me deseen una muerte lenta y cruel, ¿Debo tener derecho a denunciarles? Yo creo que, si yo fuera una persona anónima, podría tenerlo, pero, desde en el momento en el que decides dedicarte a una profesión con proyección pública, y el periodismo y la política lo son, debes aceptar que te van a caer palos que no les caerán a otras personas que trabajan en entornos discretos.
Dicho esto, no crean que soy Mahatma Gandhi. En general los insultos y las críticas me la bufan, pero otras veces me dan ganas de irme a por el de la capucha que está mamado y quitarle la cobardía y la borrachera con un buen par de hostias. Lo que pasa es que, no sé por qué, creo que eso no me iba a ayudar a estar más tranquilo.

UNA OPORTUNIDAD

Vaya dos noches de alegrones consecutivos que he tenido esta semana. Y no hablo de atletismo sexual, ni nada parecido. Ya lo siento. Hablo de los partidos en los que el Madrid y el Atleti han conseguido clasificarse para la final de la Champions. Me van a perdonar los no futboleros, pero si no dedico hoy un poquito de mi Cabra a hablar de esto, yo creo que me da algo.
Allá que nos vamos a ir mis hijos y yo el 24 de mayo en coche a Lisboa con mis cuñados y mis sobrinos; unos del Atleti y otros del Madrid. Sabemos que algunos van a volver, seguro, contentos en el coche. Y algunos muy jodidos. Pero creo que esa es la gracia del fútbol; que se tengan esos sentimientos intensos de derrota o de victoria sin que, al que pierde, le den ganas de partirle la cabeza al que ha ganado. Yo espero que, en esa final, los del Madrid y los del Atleti demos un ejemplo de aficiones que van allí a disfrutar de lo que pase, aunque lo que pase sea que nuestro equipo del alma pierda.
Claro que puestos a ser ejemplares, podrían aprovechar la oportunidad los dos equipos de la capital de España para cambiar un poco esa imagen chusca que transmiten, habitualmente, los futbolistas. No sé si ustedes se han preguntado alguna vez por cosas que ni siquiera los que hemos jugado al fútbol entendemos. Y no voy a entrar en esas modas recientes de no agacharse los de la fila de delante cuando les hacen la foto de equipo antes de comenzar el partido. Cuando yo era chico, los de delante posaban en cuclillas. Ahora se ponen con el culo en pompa, como si estuvieran de visita en el proctólogo. Y tampoco me voy a referir a la manía que les ha dado a todos de taparse la boca para decirse cosas; coño, que parece que se estén dictando la receta de la Coca-cola. Lo malo es que los niños les copian y el otro día, en un partido de alevines, vi a un defensa hablando en un córner con uno de su equipo con la mano puesta en la boca, como si hubiese comido ajos y tuviera un aliento pestilente.
Pero ya digo que estas cosas, me chocan, pero no dan mala imagen. Lo que sí da repelús es la cantidad de veces que escupen, se suenan los mocos y se tocan el paquete los jugadores profesionales de fútbol durante los partidos. Y yo creo que es cosa de que los tíos somos en general más guarros. Porque no es que yo vea mucho fútbol femenino, pero estoy seguro de que las chicas no escupen tanto, ni expulsan mocos, ni se tocan el pubis con la frecuencia de los chicos. Vaya, yo no digo que los jugadores vayan con un pañuelito metido en la manga, como hacían nuestras abuelas, simplemente podían aprender de los jugadores de baloncesto, que hacen un esfuerzo físico parecido o incluso superior y sólo escupen si a alguno le rompen la boca y sangra abundantemente. Y jamás he visto a un baloncestista taparse un orificio nasal y hacer, por el otro orificio, un lanzamiento de moco estilo Mazinger Z al grito de ¡Mocos fuera!
Por eso yo tiendo a pensar que estos comportamientos son consecuencia de la unión de un deporte como el fútbol, con un grupo de seres humanos de sexo masculino juntos y solos. Y para que lo entiendan, les voy a contar algo que hacíamos en el equipo de fútbol en el que jugué varios años; algo que pertenece a esos secretos de vestuario, pero han pasado ya tantos lustros que no creo que ninguno de mis compañeros se moleste por contarlo. Yo nunca competí en ligas de primer nivel, pero estuve muchos años jugando con un equipo de amigos en ligas menores. No recuerdo que fuéramos máquinas de escupir y moquear, pero teníamos una manía muy chorra. La típica tontada que hacemos los tíos cuando nos dejan juntos y solos entre los 15 y los 90 años. No sé quién del equipo decidió un día que, al que marcase un gol, había que darle un manotazo en los testículos. Absurdo. Lo sé. Pero lo hacíamos. Y había que vernos cuando marcábamos un gol. Imagino que recordarán con los pelillos de punta la carrera frenética que se pegó Iniesta cuando metió el gol que daba la victoria a España en la final del Mundial de Suráfrica. Pues esa galopada fue un trote cochinero al lado de las carreras que dábamos los de mi equipo cuando marcábamos un tanto. Los equipos rivales y la gente que iba al campo se quedaban de pasmo cuando nos veían correr desmelenados. El que había marcado haciendo un sprint tipo Bolt y los demás del equipo detrás de él gritando como 10 neanderthales a punto de cazar el bisonte que les arreglaba la semana. Todo muy masculino. Lo que no sabían los que no eran del equipo era que aquella carrera del que marcaba, no estaba influida por la alegría de haber hecho un gol, sino por el miedo real a perder un huevo en un campo de tierra del extrarradio de Madrid y no saber cómo explicarle la cosa, después, al cirujano que tuviera que reparártelo.