LO NORMAL

No, si eso es como tó; lo normal. Quienes hayan sido, como yo, fans de Gomaespuma, conocerán sin duda esta frase que ellos utilizaban frecuentemente para reforzar el asentimiento frente a su interlocutor. Y recuerdo a mis ídolos Fesser y Cano porque en esta semana pasada he tenido esa frase en la boca varias veces al ver lo que estaba sucediendo en Estepa con decenas de vecinos ejerciendo el intento de linchamiento de varias familias de supuestos ladrones. Puedo entender el enorme cabreo de la gente de esta localidad sevillana ante la impunidad con la que entran y salen de las comisarías y los juzgados personas a las que una legislación garantista deja en la calle con decenas de denuncias a la espalda.
No me parece casual que lo de Estepa haya sucedido en la misma semana en la que la Audiencia Nacional ha hecho pública una de las sentencias más disparatadas que yo he leído en los últimos tiempos. Ya se ha comentado hasta la saciedad esa decisión de absolver a 19 de los 20 manifestantes que, junto a otros cientos, bloquearon la entrada al Parlament Catalán el 15 de junio de 2011. Y al único condenado, no crean ustedes que le ha caído una pena muy dura; una faltita por pintar con un espray la espalda de una diputada. Imagino que en la absolución ha influido el hecho de que había solicitudes de pena excesivas (hasta de cinco años) y las dudas que tenía el magistrado ponente sobre la autoría directa de los 20 acusados. Lo malo es que, para absolver a esos 19 ciudadanos, el juez Ramón Sáez Valcárcel dice cosas que acojonan.
Este magistrado es uno de los cocos de la derecha en España y ha tenido ya actuaciones y artículos que han recibido palos tremendos desde la prensa y los tertulianos más conservadores, pero yo le he leído algunos artículos muy interesantes y reflexiones bastante bien fundamentadas. Pero claro, llega el señor Sáez Valcárcel, te sale en esta sentencia con unos argumentos perrofláuticos y te desarma a la hora de poder defenderlo en las próximas ocasiones en las que desbarre un poquito. Porque el magistrado viene a decir cosas como que si uno quiere que su protesta sea eficaz tiene que pasarse siete pueblos. O que al estar los medios de comunicación en manos de una élite privada y partidista, los ciudadanos cabreados no tienen otro cauce más que el de montar pollos. Que, vaya, Valcárcel no es tan mayor e imagino que sabrá que, ahora mismo, cualquiera sin un medio masivo a su servicio puede llevar el mensaje que desee a millones de personas haciendo un buen uso de las redes sociales.
Pero esto no es lo importante. Lo que a mí me parece terrible es que una sentencia así abre la puerta a que, los que decidan tomarse la justicia por su mano, se sientan amparados de ahora en adelante. Si un juez de la Audiencia Nacional dice cosas así en una sentencia, ¿quién puede hoy criticar a los vecinos de Estepa que llamaban a gritos al linchamiento de varias familias gitanas? Es obvio que no es lo mismo ir a quemar unas casas que ir a amedrentar a unos parlamentarios que pretendían hacer recortes sociales, pero, ¿quién es el que establece los límites? Porque aquel día en el Parlament no pasaron más cosas porque había casi más policías que manifestantes. Y a pesar de la presencia de los agentes, hubo agresiones físicas leves, coacciones verbales evidentes y los manifestantes desaforados provocaron en muchos de los políticos una sensación de miedo cerval. ¿Puede esto considerarse el ejercicio ciudadano del derecho a la manifestación y a la libre expresión? Yo creo que no. Del mismo modo que es inaceptable que estos vecinos de Estepa decidan que ha llegado el día de que los chorizos se enteren de lo que vale un peine. Es cierto que quema la sangre ver la impunidad con la que se mueven determinados delincuentes, pero si empezamos a abrir la puerta a los linchamientos estamos aviados.
Porque puede haber muchos jueces y fiscales que cometan errores y policías que no hagan bien su trabajo, pero qué quieren que les diga, prefiero vivir en un sistema garantista en el que pueda haber cien malos en la calle a cambio de que no haya ni un solo inocente en el trullo. Y, desde luego, prefiero que me juzgue un magistrado profesional, por mucho que de vez en cuando se le vaya la pinza, a que mi vida y mi hacienda estén en manos de manifestantes como los del Parlament o de vecinos gritando con la vena a punto de explotar y con una lata de gasolina en la mano.