SUS SEÑORÍ@S

Pues hasta me produjo ternura. Y no hablo de un bebé, ni de un vídeo de gatitos, ni de un powerpoint hortera con amaneceres, ni de un sollozo de Belén Esteban, con lo que empatizo con ella. Hablo de Celia Villalobos. Lo sé; pensarán que he sufrido algún trastorno en las últimas horas, pero si me dejan que les explique lo van a entender perfectamente.
Ayer acudí a un Pleno del Congreso de los Diputados. No crean que el trastorno me viene de ahí. Antes de la sesión de Control al Gobierno, el ejecutivo iba a informar sobre una cumbre europea y, a las 9 de la mañana, el Presidente del Gobierno subía al estrado. Yo estaba en la tribuna de invitados y, como el discurso era más bien mortecino, me puse a fijarme en lo que iba viendo.
Lo primero que me pregunté fue: “Pero ¿qué hacían estos hombres y mujeres cuando no había móviles?”. Como si fueran una turba de adolescentes wasaperos, todos y cada uno de los diputados y diputadas andaban ahí con sus smartphones, sus tablets o sus ordenadores dale que te pego mientras Mariano Rajoy les contaba cosas que, se supone, les debían interesar. Había algunas excepciones; lógicamente el Presidente del Gobierno no tenía el móvil a mano. El líder de la oposición remataba el discurso que iba a leer. Algún que otro diputado miraba las musarañas y solamente hubo una persona que, durante la primera hora del pleno, no parecía un quinceañero compulsivo; Celia Villalobos. La Vicepresidenta del Congreso, a la que pillaron en un pleno jugando al Candy Crush, estaba como aquellas niñas de los cuentos de posguerra. No sé si será por el nombre, pero me acordé de aquellos recargados relatos sobre su tocaya, Cuchifritín y Paquito. La Villalobos parecía una de esas mozas de las que decían: «María Pilar es una niña traviesa, pero de gran corazón». Y si a María Pilar, la pobre, la sorprendían haciendo una trastada, tras recibir el castigo pasaba varios días mostrando a todo el que la viera una conducta de modestia y recato “comme il faut”. Y así estaba mi paisana. Mientras todas sus señorías y señoríos wassapeaban, leían la prensa online o jugaban al Candy Crush, ella, que fue puesta de cara a la pared con las orejas de burro, de manera ejemplar, no tocaba ningún elemento electrónico, no fuera a pensar el personal que estaba comiendo golosinas electrónicas.
Sólo 3 veces en esa primera hora acercó la mano a su móvil; como imagino que se acerca un alcohólico a un chato de vino, se puso sus gafas de ver y comprobó que no tenía mensajes nuevos. Pero soltó el aparto, como si le quemara, en menos de 30 segundos. Y a mí ese comportamiento de niña picaruela de buen corazón, que habría dicho Elena Fortún, me pareció enternecedor. Claro, que me duró poco la ternura, porque, justo al lado de la Villalobos, estaba sentada otra señora; la vicepresidenta 3ª del Congreso, Dolors Montserrat. Se nota que es de las más jóvenes diputadas. Me fijé en ella desde el principio porque, estando sentada en la Mesa del Congreso, a sólo 3 metros del orador, estuvo dándole al móvil continuamente. Creo que lo que hacía era wasapear o mandar emails, porque daba la sensación de que escribía, pero me resultó muy sorprendente la intensidad en el ejercicio y me lo tomé como un ensayo científico; la cronometré. En esa primera hora estuvo 53 minutos con el móvil en la mano. Hubo no más de siete minutos en los que soltó su smartphone y atendió, no a Rajoy o a Sánchez, sino a unos papeles que hojeó y en los que hizo dos o tres garabatos. Una vez consumada la anotación, cogía de nuevo su móvil y a chatear, que es gerundio, como diría la Esteban.
En fin. Esto me pareció lo más tremendo, pero también me resultó impropio de personas educadas la falta de atención a los oradores. Cuando habló por primera vez Rajoy, todo el hemiciclo estaba en silencio respetuoso. Cambió después, en el turno de Pedro Sánchez en el que un murmullo muy molesto iba creciendo, por la parte derecha de los escaños. Pero ya es la repanocha cuando intervienen los restantes portavoces de cada grupo. No les hacen caso ni sus respectivas familias y, si alguno logra que no haya ruido, es porque se produce el tristísimo silencio de la incomparecencia. Vaya; se te oye, porque no te está escuchando ni Blasete. No sé; quizás debería haber una regla en el Congreso que obligara a que hubiera un mínimo de diputados, aunque sea una chorrada. Lo que sí me parece obvio es que debería haber alguna norma que impidiera que nuestros Padres de la Patria se desaforen en el uso de la tecnología. Mi hija Macarena, anoche, se quedó dormida con el móvil a 20 centímetros de su cabeza y hoy va a estar castigada sin él. Por lo que yo vi ayer, sus señorías tienen menos autocontrol que mi hija de 13 años, así que igual debería haber alguien con autoridad para imponerles un castigo.
Claro que, a lo mejor, existen esas normas y no están muy claras, y a sus señorías les pasa como a los clientes de un Parking de Sevilla en el que metí mi coche hace unas semanas. Como verán en la foto, algún cachondo se dejó encendidas tanto la luz de Libre como la de Completo, con lo cual, el que llega, lee “Combreto”, en una intersección de letras y colores que llevaría al colapso a un alemán, pero que a un andaluz, optimista y de letras, como yo, le hizo dirigirse hacia la barrera convencido de que había sitio de sobra.