COGEDME EL RÁBANO

Ya siento que este titular cabrero me quede así como bajondino, chabacano y faltón, pero en cuanto me explique van a entender perfectamente por qué me refiero a los rábanos y por qué pido que me lo agarren por el bulbo, y no por las hojas. Bueno, realmente no soy yo el que pide tal cosa. Es una licencia que me he permitido; la de ponerme en la piel del líder de Ciudadanos y hablar por su boca después de la que se ha liado con lo que dijo anteayer.
Me hace mucha gracia, en estos días de acojone pre-electoral de los partidos tradicionales, cómo están todos los líderes prestos y dispuestos, que diría José Mª García, a salir a la arena a poner a parir a Albert Rivera cada vez que tropieza, mete la pata o dice una palabra más alta que otra. Y no sólo son los políticos; ya se sabe que entre los tertulianos hay una especie que es el “tertuliano partidario”. Se trata de aquel periodista, o asín, que cuando acude a una tertulia tiene, como objetivo principal, soltar los dos o tres mensajes que le ha indicado su político de cabecera. Son esos que tienden a ridiculizar a los que no opinan como ellos. Los que, cuando ven a alguien brillante que puede hacer daño a su “jefe”, pelean como jabatos para hacer ver, en algún momento, que ese ser brillante no lo es tanto y que, incluso, su brillantez puede ser consecuencia de algo oscuro.
Son mercenarios de la palabra. Son soldados con una disciplina que ya querrían para sus tercios algunos capitanes de la Legión. Son tíos listos con un objetivo claro y con una determinación implacable porque saben que, el día en el que dejen de ser así, el “jefe” les retirará el apoyo y se acabarán las prebendas, las tertulias pagadas estupendamente y los pesebrazos de alrededor.
Digo esto porque seguramente ustedes también conocerán lo que dijo el líder de Ciudadanos en un desayuno hablando de sus candidatos al ayuntamiento y la comunidad de Madrid. En un discurso bien construido, Albert Rivera acaba llegando a una conclusión discutible, pero con la que yo estoy bastante de acuerdo. La construcción defendía que el primer gran cambio lo trajo Suárez al meternos en la democracia, siendo un hijo de la Dictadura. El segundo gran avance lo provocó Felipe González que modernizó España llegando desde la clandestinidad contra Franco y demostró que podía gobernar la izquierda sin que se quemaran iglesias ni ricos. El tercer empujón fue la convergencia con Europa; lo protagonizó Aznar, que dejó claro también que la derecha era capaz de tomar el gobierno sin arrasar totalmente el estado del Bienestar. Según Rivera, ahora lo que hace falta es una regeneración de nuestra democracia y ese vuelco de la pileta se debe hacer principalmente con gente que ha nacido en democracia. Eso fue lo que dijo inicialmente. Luego, en esos arrebatos de claridad y concisión que les dan a los políticos, quitó el “principalmente” y remató su argumento diciendo que esta regeneración “sólo” la pueden hacer los que hayan nacido después del 75 y no tengan mochilas de corrupción, ni cuentas en Suiza. Y ahí la cagó, porque les dio munición a todos los que van por el país con la escopeta abierta para, en cuanto Rivera o uno de los suyos mete un poco la pata, dispararles dos o tres cartuchos a la ingle.
Porque, a ver; ¿Alguien cree de verdad que Rivera piensa que los mayores de 40 años están incapacitados para la política? Yo creo que no, sobre todo porque, si así fuera, tendría que echar a más del 70 por ciento de las personas de sus equipos. El líder de Ciudadanos pudo patinar, puede que su argumento tenga elementos frágiles, pero lo que es indiscutible es que en España hace falta un tiempo nuevo y va a ser difícil que los que lideren esa regeneración sean los que llevan décadas en la poltrona. ¿Alguien confía en que Susana Díaz va a hacer que Andalucía sea mejor, si ella representa al partido que ha llevado a mi tierra adonde está hoy? ¿Alguien piensa que Rajoy puede liderar una cruzada contra la corrupción habiéndole mandado aquel “sé fuerte, Luis” a un tío que se llevó a Suiza, que sepamos, 43 millones de euros? Llámenme suspicaz, pero yo opino que no.
Y ahora les ruego que me dejen que vaya a lamerme las heridas después de que un canterano del Madrid, Morata, que tuvo que salir de aquí por la puerta de atrás, nos dejara anoche sin la Final de la Champions contra el Barça. Ya podrán imaginar con quién voy a ir ese día. Y no sólo porque yo quiera que pierda hasta el Barça de Hockey sobre patines, sino porque soy de la Juve desde los 8 años. Una prima de mi padre se casó con un turinés. En el año 1973 vinieron a vernos a Málaga y, el marido de mi tía, me trajo una camiseta de la Juve. En aquella época, había que comprarse por un lado la camiseta y, por otro, el escudo y luego coserlo a la pechera. Al día siguiente yo, todo ufano y sin escudo, me llevé mi camiseta blaquinegra para utilizarla durante la clase de Educación Física. Cuando me la puse, me sentí el más elegante de mis amigos, pensando en los Bettega, Mazzola, Zoff o Gentile y recordando las victorias míticas que contaba el tío Giancarlo. Todo muy épico, hasta que uno de mis amigos, que jamás había visto un partido de la escuadra italiana, dijo: “Anda Jirfe, vete a la mierda, que esa camiseta es del Castellón”. Yo la seguí usando durante mucho tiempo, aunque no hubo manera de convencer a mis amigos de que, realmente, aquella camiseta, y sea esto dicho con todo respeto, era de un equipo mucho más glamuroso que el de la Plana.