LO DE LOS DESAHUCIOS

Pues depende, oiga. Igual alguien piensa que soy un mal tipo por decirlo, pero a mí no me dan pena todas las personas que sufren un desahucio. Así, a bollo. Ni me parece que todo aquel que provoque un desahucio sea un hijoputa.
Creo, sinceramente, que los periodistas en este asunto estamos haciendo rematadamente mal nuestro trabajo y estamos participando de ese “to er mundo e güeno” tan habitual en nuestro país. Cada vez que veo una noticia de un desahucio yo noto que me faltan datos. Porque obviamente no es lo mismo un desahucio que otro y normalmente en los informativos de televisión nos cuentan las noticias sin entrar en determinados detalles que pueden ser fundamentales a la hora de sentir pena por el desahuciado o de decir: “Pues que le den”. La ancianita, la familia con niños o incluso la persona con discapacidad pueden tener una historia detrás que merezca compasión, o pueden ser unos caraduras que merezcan, verdaderamente, que se les eche del lugar que ocupan. ¿Por qué nunca pasa que nadie te cuente esa historia completa? Jamás he oído en ninguno de estos reportajes al desahuciador y quizás en la mayoría de los casos el expulsado de su casa es una persona que merece recibir ayuda, pero estoy seguro de que debe haber alguna ocasión en que el que expulsa tenga razón.
Pongo el ejemplo de mi vecino el moroso, del que ya he hablado en alguna Cabra. El tío sigue debiendo a la comunidad más de 10.000 euros. Sólo va pagando a sus numerosos acreedores por vía judicial y cuando ya no le queda más remedio. Ahora; eso sí, el sujeto sigue vistiendo ropa de las mejores marcas, cada uno de sus hijos tiene un coche, él se mueve en un vehículo de altísima gama y, cuando se va de viaje, lo hace con una maleta de Louis Vuitton de las buenas. Si mañana viene la Policía Nacional a desahuciarle, ¿Debo sentir lástima pensando en que está en la ruina y va a dormir en la calle? Pues qué quieren que les diga. A mí no me da ninguna pena.
A lo que voy es a que estoy seguro de que, entre las personas que sufren un desahucio, tiene que haber historias terribles de gentes a las que la vida ha golpeado una y otra vez y no les ha dejado levantarse. A esos es a los que debe ayudar el Estado. Pero también estoy seguro de que entre esos desahuciados hay capullos que han vivido a crédito gastando 20 cuando ganaban 10, comprándose cosas que no podían pagar, haciendo viajes idílicos con la familia pagados a plazos y aprovechando, que ya que me meto en la hipoteca, pues, coño, renuevo el coche. En este festival de la gilipollez colectiva, desde luego tuvieron mucha culpa los bancos. La avaricia de las entidades bancarias condujo a dar créditos absurdos a personas que iba a ser difícil que pagaran y, ese marrón, pues que se lo coman ellos, aunque no estén dispuestos. Yo recuerdo cuando firmamos una hipoteca en el año 2009. La directora de la oficina nos presionaba y nos miraba como si mi mujer y yo fuéramos tontos por no aprovechar, pedir más dinero y, ya de paso, cambiar de coche. Y nos decía esa frase bancaria que tanto daño ha hecho en la España de estos últimos años: “¡Pero si lo vas a pagar sin enterarte!”. ¿Cuántos dramas de hoy son consecuencia de aquella época de descerebramiento colectivo? ¿Cuántos directores de banco deberían dormir mal pensando en lo cabrones que fueron? Porque, entre los productos financieros y las hipotecas, los bancos pasaron una época de la que espero que hayan aprendido por nuestro bien y por el suyo.
Pero me estoy desviando. A lo que iba es a que claro que siento pena cuando veo a una familia salir de su casa, como siento tremenda lástima ante un agricultor al que el pedrisco le ha arrasado la cosecha, pero no creo que deba ser el Estado el que, en todos los casos, se encargue de que recuperen lo que han perdido. En las últimas semanas, diferentes tormentas han arrasado cultivos de todo tipo en varios lugares de España. Y salían en las noticias unos agricultores pidiendo al Estado que se hiciera cargo de su terrible situación. Y claro, te dan una pena que lo flipas. Hasta que por casualidad, el otro día escucho en la radio un programa de estos de sábado a las 7 de la mañana en los que se habla del campo. Entrevistaban a uno de esos agricultores y el tío estaba indignado diciendo que no podía ser que, en su sector (que no recuerdo si era el vino o la fruta), menos del 30 por ciento de los que cultivan pagan los seguros que te protegen ante catástrofes como estas. Que él tenía sus seguros y que tenía que repercutir el coste de las pólizas en sus precios y que, por tanto, era menos competitivo que los cachondos que decidían no pagar a la aseguradora. Y se preguntaba que por qué iba a tener que ayudar el Estado al agricultor que le echaba morro. Pero claro, a este no lo sacan en el informativo de televisión, no les vaya a joder la lírica del reportaje compasivo con el pobre agricultor que llora a cámara con las manos llenas de barro sin contarle al periodista (que tampoco le ha preguntado) que de lo del seguro mejor no hablamos.

¿SE LES HA PASADO YA?

Pues tengo que reconocerlo. Este nuevo tiempo político me tiene desnortado. Estoy con un desorden anímico que me lleva desde el estupor profundo hasta el asentimiento feliz y desde la risa tonta hasta la tristeza preocupada. La colección de nuevos alcaldes, alcaldesas, concejales y concejalas, me tiene loco aunque debo poner algunos matices a la ligereza con la que algunos critican a los recién llegados.
Percibo en mis amigos de derechas y/o de buenas familias un cierto tufillo clasista al valorar a los “melenúos” y “desharrapaos” que han estado tomando posesión de sus respectivos cargos en los últimos días. Quizás el campeonato del mundo de risas lo haya batido la nueva alcaldesa de Jerez, Mamen Sánchez, del PSOE, con sus zapatos con retrovisores meñiquiles. Ha habido críticas con gracia como no sé quién que dijo que esta nueva alcaldesa “iba a elegir a todos sus concejales a dedo”, pero ha habido otras muchas reprobaciones en las que subyacía esa altivez que hace pensar que no puede ser una buena alcaldesa una tía hortera como Mamen. Los políticos, sobre todo de derecha, a los que he visto hablar con desprecio de estos advenedizos lo hacen como partiendo de la base de que, entre sus filas, solo hay políticos impecables, líderes intachables y hombres y mujeres de elegancia innata y «charme» como para enamorarse de ellos. No me jodan. En PP, PSOE y en cualquiera de los partidos tradicionales hay políticos de ambos sexos que son para darles de comer aparte y poco.
Pero no me quería quedar con la anécdota del dudable gusto de la alcaldesa jerezana. A mí me han resultado mucho más preocupantes las cosas que han pasado en el ayuntamiento de Madrid y en otros lugares en los que he visto tomar posesión a gentes inquietantes. Pero, sin salirnos de Madrid, la cosa da para hablar un rato.
Dimite el concejal de Cultura Guillermo Zapata por unos desafortunados tweets que publicó hace unos años haciendo gala de un humor negro muy discutible. Lo indiscutible es que uno es lo que ha escrito y no se puede pretender borrarlo como si no hubiera pasado y que eso no cuente a la hora de ocupar determinados cargos. Yo, por ejemplo, con lo que he escrito en mi Twitter, jamás pretenderé ser director de comunicación del Real Madrid, mientras esté Florentino, ni se me ocurriría optar a ser el jefe de prensa de José Mourinho. Pues, coño, no puede ser concejal de cultura un hombre que ha dicho burradas como las que escribió este caballero, por mucho que se hayan sacado de su contexto. Tampoco me parece la más indicada para tal responsabilidad, la moza que va a sustituir a Zapata, Alba López Mendiola. Es que lees su perfil de Twitter y se te erizan los pelillos testiculares: bollera, camionera, desviada, leñadora, feminazi, marxista-leninista. Esta simpatiquísima señorita va a ser la que, a sus 23 años, decida qué se hace con el presupuesto de cultura y deportes. Y podríamos seguir hablando de otros como el tal Pablo Soto que hablaba de torturar y matar a Gallardón o de quemar bancos, o de Jorge García Castaño, que animaba a sus amigas a empalar a Toni Cantó.
A mí no me preocupan ni su juventud, ni su inexperiencia. Ni siquiera el hecho cierto de que hayan escrito burradas inaceptables. Para mí el problema de estos políticos nuevos es el odio que parece que destilan, o que han destilado recientemente. ¿Se les ha pasado ya? Porque la portavoz del ayuntamiento de Madrid, Rita Maestre, está esperando juicio por vulneración de los derechos fundamentales de las personas. Quizás recuerden el asunto; Rita y sus colegas entraron en una capilla a criticar el hecho, quizás criticable, de que haya un espacio de oración en una facultad. Pues vale. Propón que se quite o que se haga un espacio para varios cultos como hay en aeropuertos y hospitales. Pero no seáis cobardes. Porque esa presunta libertad de expresión que alega Carmena para no destituir a esta moza apuesto a que no tendrían el mismo valor de aplicarla para entrar en una mezquita. ¡¡Ah, no!! ¡Que los musulmanes son mucho más tolerantes que los hijosputa de los católicos!. ¡Dónde va a parar! Podrá decirme la concejala que no hay espacios de culto musulmán en las universidades, pero estoy seguro de que hablando un rato con una feminista radical como ella se nos ocurren dos o tres buenos motivos para que ella y sus amigos se vayan a montar el pollo a una mezquita. Pero no, claro, eso ya no sería libertad de expresión. Hacer eso seria fascismo. Y a mí me parece que hay el mismo fondo intolerante, abusón, violento e intransigente en una cosa como en la otra. Dice Carmena que no fueron violentos. Hombre; creo que no pegaron a nadie, pero irrumpir a grito pelado, a empujones, con el torso desnudo lleno de pintadas en un lugar de oración para acojonar a un religioso y a unos cuantos fieles a mí me parece violento. Yo jamás entraría en una mezquita sin cumplir con los ritos y los signos de recogimiento que se exigen. Por una simple cuestión de respeto. Que es lo que me parece que falta en la mayoría de los que he visto y oído en estos días.
Podrían aprender Rita y sus compinches de las amigas de Gonzalo. Aunque, para ella, Mariquilla y las Bollychurias probablemente sean unas pijas a las que habría que pasar por la guillotina. Les explico muy brevemente.
Gonzalo Serra es un niño con parálisis cerebral. Hace unos años le dijeron que era esencial para su salud que se moviera, pero, por su discapacidad, no puede jugar al ritmo de otros niños. Y su madre, Mariquilla López-Bachiller, decidió buscar una solución. A Gonzalo le apasiona el baile, pero no era fácil encontrar niños que danzaran con él, de manera que Mariquilla pidió en 2010 a un grupo de amigas que se unieran a ellos y, desde hace años, cada miércoles Gonzalo baila ritmos indios con 13 señoras y disfruta de manera radical.
Las Bollychurias y Gonzalo utilizan sus danzas para organizar espectáculos y, a día de hoy, llevan ya recaudados 100.000 euros para la Fundación Bobath. Quizás estaría bien que les echáramos un cable porque quieren construir una residencia con 38 camas para casos extremos. Y como no parece que este proyecto vaya a estar entre los favoritos de la bollera feminazi, pues yo les doy su dirección del Facebook por si se les ocurre el modo de ayudarles. Hacen una gala el próximo día 25 a las 7 y media de la tarde en Madrid.
www.facebook.com/bollychurias

TENGO PACTOS PARA HOY

Pues no me queda claro. No sé si Albert Rivera es un panoli de derechas o un imbécil de izquierdas. Porque depende de a quién escuches en estos días de zozobra post electoral te quedas con una cosa o con la otra.
Por ejemplo, en Andalucía, Ciudadanos ha cerrado ya un pacto con Susana Díaz para que la líder socialista pueda seguir gobernando mi tierra. Lógicamente, ese acuerdo ha dejado a la líder de Podemos más mosqueada que Belén Esteban en unos ejercicios espirituales de San Ignacio. Tan enfadada estaba Teresa Rodríguez que llegó a anunciar que Susana Díaz iba a ser “embestida”, en vez de “investida”. En qué estaría pensando… Pero, claro, en Andalucía ella no es la única indignada, porque también los del PP consideran que Ciudadanos está cavando su tumba pactando con el PSOE y mostrando una patita rojilla que no les gusta un pelo.
En Madrid los mosqueos cambian de acera. El que ayer estaba que fumaba en pipa era Gabilondo viendo que parece hecho el acuerdo entre PP y el partido de Albert Rivera para que Cifuentes sea la nueva presidenta madrileña. El candidato del PSOE venía a decir que Ciudadanos, con este pacto, demostraba que estaba con la vieja política y que no tenía ninguna intención de cambiar de verdad las cosas. Y yo, mira que respeto a Ángel Gabilondo, pero no estoy de acuerdo.
A mí me parece estupendo lo que está pasando. Me encanta ver al PP jodido. Y me encanta ver al PSOE pasando las de Caín. Estoy convencido de que, a pesar de sus muy diferentes modelos de corrupción, de las maneras de gobernar que han mostrado en los últimos 30 años, de las gestiones de la crisis-no-crisis, estos viejos partidos, con sus viejos políticos y sin mayorías absolutas pueden hacer que cambien las cosas. Pero les toca tragar. Tienen que aceptar que el rodillo se lo deben introducir por el recto y empezar a ceder a otros para poder seguir gobernando. Puede que, aún así, nos salgan rana, pero, a pesar de todo, me fío más de PSOE o PP que de estos profetas de la «nueva» política que, se supone, nos van a enseñar lo que es la Democracia verdadera. Joder. Si me tienen que enseñar lo que es la democracia Pablo Iglesias y sus colegas, la verdad, prefiero quedarme en el limbo de la inconsciencia.
Que pacten. Que se sienten a hablar. Que practiquen con ese sustantivo del que se les llena la boca para exigírselo a los demás, pero les cuesta un mundo aplicarse. El Consenso. Pues practiquen consenso, señores. Acostúmbrense a escuchar lo que dice el de enfrente, que a lo mejor no es tan malo. Dejen de utilizar las instituciones como si fueran ese pesebre en el que sólo pueden meter el hocico los de su cuadra. Dejen de repartir cargos, prebendas y subvenciones a sus colegas y dense cuenta de que hay otras opciones y que, incluso, se puede gobernar sin pensar que estás en tu cortijo y todo lo que abarcan tus ojos es tuyo. Y si, en esos consensos, los de Podemos o sus marcas blancas, acaban gobernando, me alegraré también. Será un modo de comprobar si se cumplen mis peores temores o si terminan siendo, como anuncian, una alternativa de democracia verdadera y pureza virginal.
Lo sé. Con tantos buenos deseos, sueno ingenuo. Pero también pensaba hace unos meses que la crisis se iba a llevar por delante mi empresa y ese optimismo que Dios me dio me hizo no deprimirme del todo. Y seguir insistiendo con eso que los amigos que me quieren llaman tenacidad y, los que no me quieren, pesadez extrema. Y por eso hoy puedo contar a mis amigos cabreros que este próximo sábado día 13 a las 13 horas estreno con Marta Solano un programa que se llama Seguridad Vital en la 1 de TVE. Yo, que no soy muy supersticioso, tengo algunas pequeñas manías. Una de ellas es la de la sal en la mesa, la otra lo del amarillo (jamás he vestido de ese color en un plató) y la otra es una cierta fatiga cuando veo el número 13. Pues ahí vamos; estrenando un 13 a las 13. Como ya no tiene remedio, confío en que la llegada de mi amigo Jesús Hermida al cielo, haga que, desde allá arriba se me proteja y el programa funcione. Y, si no, pues como otras veces, a encajarlo con deportividad y a seguir montado en la bici. Y, si nos toca irnos al hoyo, al menos, que entremos en la fosa con buena cara. Y pedaleando.

LA SONRISITA

Es una regla no escrita del bloguerismo. No hables de un tema del que ya se ha dicho todo. Y yo que soy de natural tirando a insumiso con las reglas no escritas, pues me paso todas esas normas por el arco escrotal.
Los lectores cabreros más amigos ya sabrán que hace un par de semanas me afanaron el ordenador. A pesar de las recomendaciones de cualquiera que tenga dos dedos de frente y de haber visto cosas que les han pasado a otros, yo no tenía hecha ninguna copia de seguridad de todo lo que había en mi portátil. Un drama informático, coño. La cuestión es que me voy dando cuenta de ese drama de la memoria a pocos y uno de esos momentos fue la semana pasada cuando me puse a escribir la Cabra. Me entró tal mala leche al constatar que he perdido todas las Cabras, que ya no tenía guardados los contactos de los amigos a los que les mando el blog, que no fui capaz de terminar el artículo. Preferí levantarme, dejar colgados a mis lectores e irme por ahí a lamerme un rato las heridas.
Y, aunque suelo publicar los jueves, como ayer fue festivo en Madrid, he cambiado a hoy viernes el día de publicación. Así que pido disculpas por el fallo de la semana pasada y por las 24 horas de retraso de hoy. Y me ha dado rabia tanto la demora como la cancelación de lo de la semana pasada, porque ha habido tantas cosas de las que hablar, que un bloguero de pro como yo estaba deseando comentar lo de Carmena y Colau, lo de la Espe, lo de Rajoy, que sigue pensando que ha ganado… No sé; estas elecciones locales y autonómicas han dejado el panorama político español que parece una manta de esas de patchwork. Va a tener sus cosas buenas el que los políticos tengan que sentarse a pactar, pero creo también que esto de ponernos en plan pentapartito a la italiana le puede hacer daño al país. Pues quería hablar de todo esto y de alguna cosa más, pero, sobre todo, quería hacer una Cabra sobre la sonrisita.
Imagino que sabrán que me refiero al gesto placentero del presuntamente Honorable Artur Mas mientras escuchaba en la final de la Copa del Rey la tremenda pitada que se llevaron, al alimón, Felipe VI y nuestro himno nacional. Porque cómo no voy a hablar de esa sonrisita. Es que parecía el malo de aquellos inolvidables Spaghetti Western. Es la típica cara que ponía Lee Van Cleef en las de Sergio Leone cuando le estaban haciendo daño al bueno rebueno. Ese gesto, no muy inteligente, que viene a decir: «cómo me alegro” y “te lo mereces». No afirmo con esto que Artur Mas sea bobo y una mala persona (que pudiera ser que lo fuera) lo que digo es que el presidente de una comunidad autónoma, un hombre que representa a sus ciudadanos, a los que pitarían el himno y a los que no, no puede comportarse igual que Belén Esteban, un tertuliano de Sálvame o, ya que hablábamos de cine glorioso, como el villano de “Aquí llega Condemor; el Pecador de la Pradera”.
Lo malo es que comportamientos tan irresponsables como el de Artur Mas, sacan lo peor de nosotros mismos. Muchos le insultan gravemente, a otros les salen discursos llenos de fervor nacionalista y otros se cagan en Cataluña y en los catalanes; así, en general. Y, aparte de que, como dijo Ortega: “No es esto, no es esto”, lo peor de estas reacciones viscerales es que dan alimento al victimismo nacionalista. Todos estos insultos a Mas y a los que silbaron el himno, esas reacciones de vena hinchada, ayudan al nacionalismo tontorrón a seguir pensando que los que no opinamos y no sentimos como ellos somos unos fascistas.
Y debería todo ser mucho más sencillo. Hacer leyes que prevean este tipo de comportamientos. Y actuar, pero no quedarnos en este sí es no, tan de Rajoy, en el que ni se sanciona, ni se dice que nos parece fenomenal que se piten los himnos. Esta feo autocitarse, pero hace un par de meses escribía yo una Cabra titulada “Lo del Himno” en la que pedía, sencillamente, respeto. Sin que nos explote la yugular y sin que mezclemos churras con merinas. No puede ser que un tipo al que yo considero un buen chaval como es Xavi Hernández, diga que pitar el himno de un país es una manifestación de la libertad de expresión. No me jodas, Xavi. Pitar los símbolos de alguien es una demostración de pésima educación y aplaudir a los maleducados es poner abono para que algún día alguien pise también tus símbolos. Y entonces puede que no te parezca que sea algo que tenga que ver con la libertad de expresión. Pero claro, estas cosas siempre nos parecen fatal cuando las sufrimos nosotros. Es como lo de los robos y el trato que deben recibir los chorizos. A todos nos sale el demócrata que llevamos dentro hasta que el chorizo se mete en tu coche y te roba tu portátil. Entonces te sale el cromagnon, que también todos llevamos dentro, y te encantaría que fuera como en las pelis, que un poli amiguete que conoce a los malotes de la calle, se vaya a por el que te ha robado, le pegue dos leches bien dadas y te devuelva lo que es tuyo. Pero eso sólo pasa en las pelis. En la vida real sucede lo que cantaba Sergio Makaroff cuando le robaron la mountain bike, que me parece que es lo mismito que le ha pasado a mi portátil. Sniff.

“qué dura es la vida hermano
me quedé con el candao en la mano
y mientras te canto mis penas
la bici va rodando por sus venas.”