EL NIÑO HONRADO

Que viene a ser, directamente, el padre, o la madre, honrados. Los niños, casi siempre, son un reflejo de los que son o han sido sus padres. Es muy raro que a unos padres estupendos les salga un niño profundamente imbécil. Del mismo modo que resulta improbable que, con unos progenitores imbéciles, venga al mundo una progenie modélica.
Les pongo un ejemplo claro que tiene que ver con mi familia y, en concreto, con mi hija la mayor. No es por nada, pero mi mujer es una de las tías más listas que conozco y no es de esas personas fáciles de convencer de una u otra cosa. No sé si es por esa inteligencia o por el hecho de que pertenece a una estirpe de mujeres educadas en la autonomía personal, porque, en unos años en los que las mujeres no estudiaban y se quedaban en casa con la pata quebrada, mi suegra y sus 8 hermanas estudiaron carrera universitaria y aprendieron a tomar las decisiones sobre sus respectivas vidas. Vamos, lo que quiero decir es que, si cogemos el concepto de mujer sumisa y entregada a su marido, tipo Geisha, mi mujer, su madre y sus tías no dan el perfil. Eso hace que las cosas en mi casa se analicen, se les dé la vuelta y que, con frecuencia, mi esposa tienda a colocarme en aprietos dialécticos de los que no siempre escapo triunfante. Y claro, eso no sé si se hereda o se aprende, pero mi hija Paula, con tres años escasos ya iba enseñando la patita. Paula, desde prácticamente un año de vida, hablaba como un académico. Era muy raro verla balbucear o decir palabras a medias. O decía la palabra con total corrección o no la decía. Eso la hacía una niña muy de concurso de la tele porque, en las tiendas, si me decía algo desde el carrito, la gente la miraba como si estuviera poseída o como si yo hubiera puesto en marcha un radiocasete.
A lo que voy, que me pierdo, es que un día yo paré en el quiosco de al lado de casa para comprar el periódico y le dije a Paula que no se soltara de la sillita porque iba a volver en un minuto. Ella insistió en que quería venir conmigo y yo le dije que no y que ni se le ocurriera soltarse. Bajé del coche, cerré las puertas y, mientras me dirigía al quiosco, la niña me miró y me dijo, lo leí claramente en sus labios, “me voy a soltar”. Tardé un minuto en comprar la prensa y, al volver, Paula estaba esperándome, retadora, de pie delante de su sillita. La senté, le advertí de que estaba castigada y le empecé a soltar el típico discurso de padre indignado sobre que hay que ser obediente y tal y tal. Cuando terminé la perorata, la cabrona de la niña me dijo: “Es que tú no mandas. Manda Mamá.” Con dos miniovarios. Aquello, lógicamente, aunque me dio un poco de risa, me tocó bastante las pelotas y me hizo reaccionar de un modo penoso. Le dije a la niña: “Pero, si no está Mamá, mando yo”. Y Paula, que no sé dónde había oído tal adjetivo, me dijo: “Qué patético”. Y ahí sí que me dio la risa, pero abiertamente, porque la jodía niña se detuvo en cada sílaba: QUÉ-PA-TÉ-TI-CO, como sabiendo que la palabra iba a tener un efecto demoledor sobre el panoli de su padre.
Cuento esto porque el lunes descubrí en la web www.ten-golf.es una noticia de esas que te hacen pensar que hay gente que se entretiene, de verdad, en educar a sus hijos. Y que, como decía al comienzo, cuando un niño sale bueno o malo es porque tiene algún modelo en el que fijarse. Hablo de un niño de 7 años, que se llama Yago Horno, que jugó el sábado pasado un torneo de golf de benjamines en Huelva. El niño ganó en su categoría con un resultado de 50 golpes, pero, al llegar a casa y repasar con su padre la tarjeta, descubrió que, en uno de los hoyos, se había apuntado un golpe menos y que, por tanto, la suma debía haber sido 51. El padre, Kostka Horno, le dijo al niño que, cuando uno firma un resultado mal y entrega la tarjeta, el castigo por el error es la descalificación y que Yago debía devolver el trofeo y los regalos que le habían dado por su triunfo. Imagino que el trago no debió ser agradable ni para el padre ni para el hijo, pero Kostka obligó al niño a escribir una carta que se debería enmarcar y repartir por todos los campos de golf de España. Les recomiendo que, si tienen un segundo, hagan click en el enlace que copio aquí abajo y disfruten de una lectura emocionante. Hay muchos agoreros que dicen que los niños de hoy son peores que los de antes. No sé, yo creo que no. En todo caso, si fuera cierto, puede que haya más padres capullos que antes. Aunque yo no lo creo. Y, si los hay, de vez en cuando aparecen especímenes como Kostka y su hijo Yago que convirtieron una anécdota, que podía haberse convertido en un pequeño remordimiento durante un par de meses, en una lección admirable que este niño recordará, probablemente, toda su vida. Y nosotros, también.
http://www.ten-golf.com:82/es/los-que-saben/el-arreglapiques/20943-golfista-de-siete-anos-renuncia-a-sus-trofeos-tras-descubrir-que-firmo-mal-la-tarjeta.html