Y A ESTE ¿QUIÉN LE PAGA?

Es una de esas anécdotas que caen en mi familia, cada cierto tiempo, como sin querer. Hace ya muchos años, el novio (y actual marido) de mi hermana Julia, o sea, mi cuñado Nacho, vino a Málaga a pasar unos días con la familia. Entre que mi cuñado es un tío bien dispuesto, que acababa de sacarse el carné de conducir y que tenía que hacer méritos ante su futura familia política, mi abuela y sus cuñadas lo tenían todo el día, de acá para allá, pidiéndole transporte a este o a otro sitio. Padecía mi cuñado su quinto día de chófer vocacional, totalmente entregado a la causa, cuando escuchó a una de mis tías abuelas decirle a mi abuela: “Pilar; y a este muchacho, ¿quién le paga?”
Pues eso mismo deben estar preguntándose millones de españoles. Yo, el primero. Y a Pedro Sánchez, ¿Quién le paga? Porque viendo la tarea de demolición incontrolada que está haciendo en el PSOE, no tengo claro si le están pagando desde la calle Génova, desde las filas de Podemos o de las de Ciudadanos. No sé a cuál de los tres partidos le está haciendo más feliz esa tarea de termita con gigantismo. Miras a la bancada del PSOE en el Congreso y parecen el Grupo Mixto. Te pones a echar cuentas con el exiguo número de diputados nacionales y autonómicos y el de concejales y te empiezas a preguntar si el partido socialista va a ser capaz de pagar el nivel de gastos que tenía hasta hace dos o tres años. No es una broma. Yo opino que a España no le viene bien que la parte izquierda del Congreso quede en manos de unos que, hasta hace 3 días, eran leninistas amables y querían poner guillotinas en la puerta del Congreso. Creo que un partido de izquierda moderada es tan importante como uno de derecha moderada y el mapa se está quedando cojo por la parte de la socialdemocracia. Porque, francamente, los de Podemos tienen tanto de socialdemócratas, como los fascistas de Demócratas Cristianos.
No sé si, cuando lean ustedes esta Cabra, Sánchez le habrá dado una vuelta y habrá decidido ser generoso, pensar en su partido, y en el país, y decir adiós con la manita. Sospecho que no, aunque he de reconocer que, en cierto modo, lo de este hombre me parece que tiene un punto admirable. Su capacidad de resistencia frente a todo y a todos, su perseverancia, su convencimiento de que, aunque le tomen por loco, está haciendo lo correcto, me ha recordado a la enorme fortaleza que ha mostrado, en los últimos meses, un hombre al que admiro profundamente.
Ahora los finos lo llaman resiliencia. Nos cuesta mucho hablar con palabras normales y de toda la vida. Yo prefiero hablar de resistencia, fortaleza, capacidad de caer, levantarte y seguir caminando cuando te duelen los pies de tanto andar sin avanzar ni un metro. Alegría para mantener el ánimo y adaptarte a todo aunque no vendas ni una silla. Esperanza para ser capaz de ver luz al final de un túnel cegado por toneladas de piedras. Fe para saber que, aunque todos piensen que no lo vas a conseguir, tú lo vas a hacer.
Los gurús del bloguerismo, mi amigo Josesain y mi mujer afirman que no debería hablar en este blog ni de golf, ni de fútbol. De fútbol porque hay muchas personas a las que les produce repelús y de golf porque la mayoría de la gente no juega y ellos opinan que, visto desde fuera, el lenguaje y la pinta que proyectamos los golfistas da pereza y no suele gustar.
Pero yo no quiero hablar de golf. Sino de un hombre. Un empresario. Un padre de familia. Un marido. Y un deportista. Que resulta que es profesional de golf. Sé que le va a tocar las narices que diga que lo de Pedro Sánchez me recuerda a lo que él ha vivido, porque apostaría a que no está PS entre sus estadistas favoritos. Pero creo que lo que ha hecho el golfista Gonzalo Fernández Castaño es algo que yo propondría que se contara en los libros de Gestión de Crisis como caso de éxito en un entorno hostil.
Gonzalo tenía una carrera hecha en el circuito europeo. Estaba ya felizmente casado con Alicia, tenían niños, un entorno familiar que les apoyaba, una empresa que empezaba a ir viento en popa… Pero Gonzalo tenía el sueño de llevarse a la familia a Estados Unidos y probar suerte en EL CIRCUITO. Con mayúsculas. Él quería intentarlo en la Champions League del golf mundial, que diría ZP; el Circuito de la PGA Americana. Obtuvo la tarjeta para jugar y, después de dos temporadas duras, hace un año, perdió esos derechos. Decenas de comentaristas y amigos opinaban, le daban recomendaciones y, sotto voce, decían que se había equivocado, que debía volverse, que para qué ese esfuerzo personal y familiar. Que por qué no volvía a jugar en Europa, donde le había ido tan bien. Y Gonzalo decidió resistir. Tomó el camino menos fácil, mantuvo a la familia en Miami y tuvo la humildad, después de haber estado entre los 50 mejores del mundo, de competir en la segunda división del golf estadounidense, para ver si conseguía recuperar la tarjeta. Ha sido una temporada difícil. Casi imposible. Hace poco menos de dos meses, Gonzalo veía muy lejana la posibilidad de lograr su objetivo. Cuando muchos se habrían rendido, este hombre resistente como pocos, apretó el culo, con perdón, y empezó a jugar su mejor golf de los últimos años. Y esa fortaleza, esa capacidad de salir adelante, esa resiliencia de los finolis, le llevó, hace una semana, a poder comunicar a su mujer, a sus amigos y a todos los que no creían ya en él, que lo había conseguido; que el año que viene jugará en el circuito americano. Imagino la emoción de Gonzalo. Conozco bien la sensación de llegar a la meta el último, cuando ya nadie mira porque piensan que seguro que te has retirado. Soy capaz de sentir con él esa mezcla de rabia, alegría, emoción, congoja y euforia. Esas ganas de pegar con el puño en la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja, pero con un puntito de mala leche, diciendo: “Sí, coño. Sí”. Así que, Gonzalo, mi enhorabuena y todo mi respeto. Y suerte el año que viene. Igual, para cuando termine la temporada 2017, tenemos gobierno, se han ido Pedro Sánchez y Rajoy y, por fin, Pablo Iglesias ha pedido que le administren el Sacramento del Bautismo, que con lo cambiado que está últimamente, yo, no lo descarto.

HACER ALGO POR MI PAÍS

Sé que, en el botepronto, a todos los adultos de hoy nos sale una frase crítica, despectiva, incluso cruel, con los jóvenes que estamos educando. Creo que ha pasado siempre; que los adultos hemos considerado que, los que vienen por detrás, son peores. Uno sabe que se está haciendo viejo cuando usa al menos una vez al día una frase en la que da por hecho que “nosotros lo hacíamos mejor” y que “los jóvenes de hoy en día lo han tenido demasiado fácil” y “son más blandos, menos luchadores y peores que nosotros”.
Y, hombre, pues depende. Es cierto que, en algunos aspectos, son una generación atontada. El abuso de los móviles, el exceso de detritus que les llega a través de la Televisión, los supuestos “modelos” que tienen como referente en programas como “Gran Hermano” o “Mujeres y Hombres y Viceversa”, pueden conducirnos a los adultos a pensar que nos hemos equivocado y que, de estos que estamos criando, no va a salir nada bueno. Pero también es cierto que, entre toda esa basura, hay mucha información buena y que, obviamente, son una generación que ha tenido, desde la cuna, un acceso a la información que ya nos habría gustado disfrutar a nosotros. Y no digo a nuestros padres.
No creo que sea casualidad. En los últimos meses he conocido a dos personas que me han dicho que sus hijos quieren ser Presidentes del Gobierno. Y son, al menos, tres los candidatos porque mi hijo Carlos, que acaba de cumplir 19 años, me dijo hace cuatro o cinco años que él quería ser presidente del gobierno “para ver si arreglamos esto, que nos estáis dejando el país hecho una mierda”. Ninguno de los tres lo dice desde el punto de vista infantil del “quiero ser bombero”. Los tres quieren llegar a Moncloa para hacer algo por su país. Es tal la pena que produce la situación política que vivimos que a algunos de nuestros jóvenes les está dando por intentar ayudar.
En el caso de mi hijo, yo creo que influye el hecho de que viviéramos 3 años fuera de España. Una de las cosas que más le sorprendían a Carlos era que sus compañeros del colegio de Ginebra estaban, todos, orgullosos de sus países. No hablo de los niños suizos, que son un país especial y del que deberíamos aprender su alto concepto del respeto y la convivencia entre lenguas y diferentes maneras de sentir. Me refiero al resto; niños de todo el mundo que llevaban con orgullo su bandera y que hablaban de su país sacando pecho. En aquellos momentos España estaba para sacar poco pecho; al borde de un rescate y con noticias constantes que hablaban de una corrupción endémica que afectaba a todos los partidos que habían tenido algo que ver con el gobierno de la nación, de una región o un ayuntamiento. Evidentemente no digo con esto que en otros países no existan esos males. Lo que quiero decir es que España lleva años con diferentes losas de tonelada y media encima de nuestra imagen internacional y cuesta quitárselas. Lo cierto es que todo eso, al menos a mi hijo, le llevó a empezar a pensar a lo grande y, desde los 15 años, comenzó a soñar con ser presidente del gobierno para hacer algo por España. Al pobre, por desgracia, se le ha apaciguado el entusiasmo porque, en estos meses, ha ido conociendo algo de la política y le da una pereza olímpica pensar en el camino lleno de mamoneos por el que hay que pasar dentro de un partido para acabar siendo el jefe.
El panorama es deprimente, pero a mí me parece alentador que, en mi entorno, haya tres chavales que quieren arreglar esto. Y hace falta. No sé a ustedes, pero a mí me produce una mezcla de pena, cabreo, decepción y hastío ver los informativos y darme cuenta día tras día de que estos líderes que nos han tocado están a otra cosa. No digo ya que les salga por algún sitio la grandeza, que asumo que no les va a salir. Quizás un poco de generosidad. De pensar en que, a veces, uno tiene que renunciar a algo para ayudar. Y que, de las renuncias de todos, pueda salir algo bueno para España. Pero me da que eso no va a pasar. Estoy por mandarles a mi hermano Javier que es, probablemente, la persona más buena que conozco. El otro día pensando en eso de la generosidad de los políticos, de renuncias, no sé por qué, recordé algo que, cada vez que lo revivo, me hace ponerme más tierno.
Yo tenía 11 años y estábamos todos los hermanos, con mi madre, en la Feria de El Palo en Málaga. Había montones de casetas con carricoches, tómbolas, puestos de venta ambulante y de disparos con perdigones. Mi madre nos había dado a cada uno de los pequeños 100 pesetas. Que, entonces, era un dineral. Por lo menos para mí. No sé qué hice con el dinero, pero, cuando fui a pagar el primer trozo de coco que me iba a comprar, me di cuenta de que se me había caído el billete. Desesperado, comencé a buscar por el suelo, desandando el camino que habíamos hecho y, lógicamente, los veinte duros no aparecieron por ningún sitio. Llorando como una Magdalena, asumí que no iba a volver a ver en mi vida aquel billete marrón con la cara de Bécquer. Hasta que mi hermano Javier, que entonces tenía 15 años, apareció de repente diciéndome: “¡Carlos, Carlos! ¡que lo he encontrado!” Yo le abracé y le di mil veces las gracias y me fui con los hermanos pequeños a gastar “mis” 100 pesetas. Al cabo de un rato, volvimos a ver a mi madre y le conté lo que había pasado. Cuando le dije que Javier había encontrado mis veinte duros, mi madre me miró con esa cara que sólo saben poner las madres que es una mezcla de “se me cae la baba y te mataría”. Y me lo dijo. Que obviamente ese billete que me había dado mi hermano mayor no lo había encontrado por el suelo. Que a los mayores les había dado 200 pesetas y que Javier renunció a 100 de ellas para consolarme. En fin. Que me acordé de esto y me hice la pregunta que hoy les lanzo; así, en plan concurso de la tele de sms: “De los 4 líderes políticos de los principales partidos, ¿Quién creen que habría hecho algo así?” O mejor, que tiene un puntito más de mala leche: “¿Quién creen que, jamás, habría hecho algo así?” Pueden comenzar las votaciones.

EL PORCENTAJE

A los periodistas nos encantan las estadísticas. Vamos, me explico; nos encanta hacer estadísticas de esas de la cuenta de la vieja. Porque, reconozcámoslo, nosotros somos de letras y nos da una pereza máxima hacer cuentas levemente complejas. Por eso tantas veces metemos la pata, cogemos el todo por la parte y hacemos la de Amancio; si entrevistamos a 10 personas y 4 dicen algo de manera homogénea, enseguida elaboramos nuestra estadística de la Señorita Pepis y soltamos que “casi el 50 por ciento de los españoles tiroriro…”
Por este motivo yo, desde mi atalaya periodística de observador de la actualidad y de la vida, puedo decir que en todos los grupos humanos hay un porcentaje de imbéciles, otro de listos, otro de gente mala, otro de gente profundamente maleducada, alguno más de gente extraordinariamente buena…Y, en estos últimos días, pensaba en esos porcentajes viendo las informaciones sobre las broncas por el llamado “Toro de la Peña”, que ha venido a sustituir a la salvajada del “Toro de la Vega”; ese torazo que moría, cada año, en Tordesillas, a golpes de lanza de los mozos del pueblo.
Tontos (y listos) los había en ambos bandos, pero yo me voy a centrar en dos antitaurinos que me resultaron especialmente chocantes. Uno de ellos, Jon Amad, era el representante de Provegan, una Fundación animalista que reclamaba el indulto para “Pelado”, que así se llamaba el toro. Amad proponía (yo creo que por desconocimiento, no tanto porque sea tonto del culo) que les entregaran al toro, para llevarlo a un santuario de animales en el que tienen “Caballos, cerdos, vacas y ovejas”. Joder. Menos mal que no les hicieron caso y, finalmente, el cornúpeta fue apuntillado en un lugar discreto. Porque no me habría gustado ser testigo del momento de la entrega del morlaco a los de la asociación animalista. Es que estos se creen que un toro de 550 kilos con dos pitones como cada uno de mis brazos es un lindo gatito que va a recibir sus caricias franciscanas con docilidad. Un toro de estas características no comparte cercado con nadie que no sea de su especie. Tienes que tenerlo en un lugar aislado, con un vallado que impida que escape y con unos portones de un tamaño y peso poco acordes con los que necesita una ovejita lucera, por poner un ejemplo de los animales que acogen en su asociación.
El otro espécimen digno de mención era una señora que se manifestó el domingo por las calles de Madrid y que se mostró indignada por el hecho de que, cuando murió su perro y ella “compartió en redes su dolor, nadie le dio el pésame, en cambio, a la viuda de Víctor Barrio”, (el matador de toros que murió en el ruedo de Teruel este verano) “muchos españoles le habían dado el pésame”. Delirante. No sé si esta señora está en el porcentaje de personas malas, o en el de las alelás, pero es bastante común, entre los animalistas radicales, esa tendencia a igualar a personas y a otros seres vivos, como si estuviéramos en el mismo rango vital. Pero yo sigo teniendo en mayor estima a la especie humana que a los chihuahuas. Fíjense, qué raro soy. Es más, pongamos por caso; si esta señora animalista estuviera siendo arrastrada por una riada junto a un perro/gato/hámster/pato/oveja yo, lógicamente, y sin dudarlo, arriesgaría mi vida por salvarla a ella. Con esto no digo que no sea yo un tipo compasivo respecto a otras criaturas de Dios, aunque, siendo francos, haría lo posible por salvar a los animalitos, pero sin jugarme en ello el pellejo. ¿Soy un hijoputa? Quizás, pero es tan obvio que no somos lo mismo que un perro, que no debería ser necesario ni explicarlo, aunque a un tanto por ciento de las personas con las que convivimos les parezca lo contrario.
¡Ay, los porcentajes! Yo tengo bastante sensibilidad ante las posibilidades estadísticas. Quizás es porque a mí, habitualmente, me pasan cosas que no le suceden a casi nadie. Por ejemplo, jugando al golf. Hay una cosa rara, que es hacer un hoyo en uno. Es decir, meter la bola en el agujero en el primer golpe. Yo, que soy un manta, he hecho ya dos hoyos en uno y, si hacemos caso a mis mini-estadísticas de Feber, en los años que me quedan me tendré que hacer, por lo menos, otros dos.
El otro ejemplo no es tan glorioso. Esto que voy a contar no se lo he oído relatar a nadie ni, en todos los viajes en carretera que he hecho, he vuelto a ver algo similar a lo que me sucedió en un mes de mayo del año 91. Yo, en aquel entonces, estaba en los informativos de Antena 3 y, uno de mis cometidos, era trabajar con el gran crítico taurino Vicente Zabala (q.e.p.d.) montando el vídeo de sus crónicas durante la Feria de San Isidro. Aquella tarde, no recuerdo si Ortega Cano o César Rincón, habían montado un taco mayúsculo y los del informativo de las 9 nos pidieron que les enviáramos imágenes de la faena y de la vuelta al ruedo con las dos orejas. Había muy poco tiempo para llegar. Era un viernes. Había un atasco brutal en la salida de Madrid hacia Burgos y, para que yo llegara a tiempo, nos mandaron un motorista que iba a llevarme sorteando los coches y jugándonos la vida. En menos de 5 minutos, no sé cómo, nos plantamos desde las Ventas en la cuesta de los Dominicos de Alcobendas y, empezando a subir hacia San Sebastián de los Reyes, sucedió. Íbamos entre coches y nos acercábamos a un camión de transporte de ganado. Yo no percibí nada extraño hasta que noté que el motorista, que llevaba casco y una chaqueta de cuero, escoraba extrañamente su cuerpo hacia la izquierda. Entonces lo vi. Como si alguien desde el camión hubiera abierto una manguera, de nuestra derecha salía un caño de líquido de un color muy parecido al de la manzanilla. Cuando me cayó encima y me empapó de arriba abajo entendí que, ni manzanilla, ni leches. Pis. Era pis. Acababa de mearme encima una vaca con toda su potencia. No sé si era una venganza porque sabía que venía de los toros, pero la vaca se alivió sobre mí y mejor no les cuento las risas de mis compañeros cuando me preguntaron si había llovido. Las mismas carcajadas que debió haber ayer en muchas redacciones cuando saltó la noticia de que la Barberá dijo que dimitiera Rita. Que esa es otra; no sé el porcentaje de políticos corruptos. Lo que sí sé es que el de políticos que dimiten cuando deben es cercano a cero.

LA HUMILDAD

Qué importante es la humildad en la vida. No puedo decir, (como cuenta la leyenda que dijo ZP) que “a mí, a humilde, ¡no me gana nadie!”, pero sí puedo afirmar que llevo el lomo de la vanidad bastante curtido. Yo tengo dos dedicaciones que me apasionan y que ayudan a que, a uno, no se le suba la tontería a la cabeza. Una es la televisión. La otra es el golf.
En este deporte que tanto me gusta, de repente hay un día en el que juegas como Sergio García. De hecho empiezas a pensar si no te equivocaste cuando decidiste tirar por el periodismo y que, igual si entrenas fuerte, puedes cambiarlo todo y probar suerte como profesional. Eso en los primeros 12 hoyos, porque, súbitamente, en el 13, o en el 14, te empiezas a dar con el palo en el tobillo y vuelves a tu ser. Y piensas: “Hoy lo dejo”. Porque a uno siempre le sale el hándicap. Eso pasa también en la tele, bueno, en el periodismo en general; nunca dura mucho lo bueno y siempre te sale el hándicap. Cuando te va bien, los halagos, las alabanzas son hiperbólicas y puedes llegar a pensar que la historia de la Televisión cambió cuando tú naciste. Hasta que te pegas la gran leche. Yo de esas llevo unas cuantas. Y, ay, cuando te va mal, igual de hiperbólicas son las críticas aceradas e innumerables aquellos que se sienten mal porque quizás fueron demasiado majos contigo cuando te fue bien. Y se ven en la obligación de crujirte. La parte positiva es que, cuando estás en el fango, sabes que eso también dura poco y, los que nos dedicamos a esto, acabamos disfrutando de ese sube y baja tan estresante para el que no es del mundillo.
Les pongo un ejemplo reciente. Hace unos meses, dieron un premio muy importante al programa “Seguridad Vital”, que hacemos cada domingo por la mañana en TVE1. Llevábamos varias semanas teniendo buenas audiencias, siempre por encima del 7-8%. Pues precisamente el sábado posterior al premio hicimos un 4,6%. El peor índice que habíamos tenido en 30 semanas. Y no sólo eso, ya yendo al terreno personal, justo ese programa era el primero que yo presentaba solo porque mi compañera, Marta Solano, se había escachiforciado un pie y había comenzado una baja médica. La lectura boteprontista, que tanto gusta en las televisiones, habría dicho; “¡¡Coño, que no presente solo el Hirschfeld!!”, pero, por suerte, aquello pasó desapercibido y en las siguientes semanas el programa recuperó sus índices normales.
¡Ah, bueno! Eso sin contar lo del blog. Uno, cuando escribe artículos cada semana y le leen 2.500-3.000 personas, acaba pensando que es un tío influyente y que, esos seguidores, llorarán el día en el que dejes de escribir. Por si a mí se me hubiera inflamado el ego bloguero, les debo decir que, tras casi 4 meses sin poder hacer Cabras, han sido 5 ó 6 ó 7 lectores los que han mostrado su extrañeza por mi ausencia. Y me lo han comunicado. Los demás han aceptado mi silencio en silencio dejándome claro que, si escribo, no es porque vaya a cambiar la vida de nadie sino, sencillamente, porque me gusta. Y ya.
Claro que estas cosas también pasan fuera del periodismo y del golf. Yo creo que soy un tío majo y con el que no resulta difícil convivir, pero no todo el mundo debe pensar eso. En el pasado mes de junio, mi mujer y yo cumplimos 25 años de feliz matrimonio. Cuando comunicamos nuestra dicha a los amigos del coro en el que cantamos, todos (y, sobre todo, todas) se giraron hacia mi mujer y le dijeron “¡¡Enhorabuena Teresa!!”, como dando por hecho que es un milagro inaudito que mi Santa haya conseguido aguantarme todos estos años. Los muy perros. Y no les guardo rencor por ello porque, enseguida, se debieron dar cuenta de mi estupor y alguno que otro también me felicitó.
A lo que voy es a que frecuentemente la vida se encarga de ponerte en tu sitio y por eso a mí me hacen tanta gracia aquellos que piensan que, sin ellos, el mundo sería un lugar mucho peor. Ejemplares de estos abundan en la política y ayer, por enésima vez, volvimos a darnos cuenta de que, por desgracia, en el Congreso de nuestros diputados y diputadas haría falta poner 350 piscinas olímpicas para conseguir que sus señorías se dieran un baño de humildad. A todos nos parece inverosímil. Yo, de hecho, debo reconocer que me llevo equivocando en mis pronósticos desde el mes de noviembre porque no me podía creer que fueran incapaces de ponerse de acuerdo tras el 20D. Y no me creo que vayan a llevarnos a votar con un polvorón en una mano y la papeleta en la otra. Pero tiene mala pinta la cosa.
Opino que a Rajoy le ha faltado humildad para darse cuenta de que, por mucho que haya hecho cosas muy bien, no puede seguir ahí el que fue jefe de Bárcenas y le mandó aquel famoso “Sé fuerte, Luis”. Debería asumir que quizás, sin él, sería más fácil una investidura de un presidente del PP porque hubo muchos de sus votantes (yo conozco decenas) que le votaron tapándose la nariz.
Me da risa al escribir que Pablo Iglesias tendría que ser más humilde. Es más, creo que la RAE debe estar a punto de confirmar “Pabloiglesias” como antónimo de “Humilde”. No puede haber político más soberbio, más convencido de que la democracia española le necesita, aunque sus sueños de acabar en la Moncloa se diluyeran en los últimos comicios.
El baño humilde a Rivera ya le tocó en junio. Mira que me cae bien y me parece que es lo mejor que le ha pasado a la política española en años, pero considero que está demasiado rodeado de gente que le dice que es guay.
Y dejo para el final a Pedro Sánchez. Porque creo que lo que le está haciendo este hombre al PSOE es de juzgado de guardia. Ayer me impresionó ver el plano de la televisión cuando terminó su discurso y vi qué pocos eran los diputados que se levantaban a aplaudirle. Es que son 4 gatos. Está hundiendo a su partido y, con su actitud, da la sensación de que no le importa que vayamos a unas terceras elecciones porque, en el momento en el que haya un gobierno, le montan un Congreso en el PSOE para mandarle a esparragar. Puede que eso se evite si mañana hay 11 valientes que hagan lo que medio PSOE y tres cuartas partes de España está deseando, que es que se abstengan y dejen que el PP forme gobierno. Y ya, si eso, luego que se pongan, como debe ser, a darle a Rajoy hasta en el carné de identidad.