EL PORCENTAJE

A los periodistas nos encantan las estadísticas. Vamos, me explico; nos encanta hacer estadísticas de esas de la cuenta de la vieja. Porque, reconozcámoslo, nosotros somos de letras y nos da una pereza máxima hacer cuentas levemente complejas. Por eso tantas veces metemos la pata, cogemos el todo por la parte y hacemos la de Amancio; si entrevistamos a 10 personas y 4 dicen algo de manera homogénea, enseguida elaboramos nuestra estadística de la Señorita Pepis y soltamos que “casi el 50 por ciento de los españoles tiroriro…”
Por este motivo yo, desde mi atalaya periodística de observador de la actualidad y de la vida, puedo decir que en todos los grupos humanos hay un porcentaje de imbéciles, otro de listos, otro de gente mala, otro de gente profundamente maleducada, alguno más de gente extraordinariamente buena…Y, en estos últimos días, pensaba en esos porcentajes viendo las informaciones sobre las broncas por el llamado “Toro de la Peña”, que ha venido a sustituir a la salvajada del “Toro de la Vega”; ese torazo que moría, cada año, en Tordesillas, a golpes de lanza de los mozos del pueblo.
Tontos (y listos) los había en ambos bandos, pero yo me voy a centrar en dos antitaurinos que me resultaron especialmente chocantes. Uno de ellos, Jon Amad, era el representante de Provegan, una Fundación animalista que reclamaba el indulto para “Pelado”, que así se llamaba el toro. Amad proponía (yo creo que por desconocimiento, no tanto porque sea tonto del culo) que les entregaran al toro, para llevarlo a un santuario de animales en el que tienen “Caballos, cerdos, vacas y ovejas”. Joder. Menos mal que no les hicieron caso y, finalmente, el cornúpeta fue apuntillado en un lugar discreto. Porque no me habría gustado ser testigo del momento de la entrega del morlaco a los de la asociación animalista. Es que estos se creen que un toro de 550 kilos con dos pitones como cada uno de mis brazos es un lindo gatito que va a recibir sus caricias franciscanas con docilidad. Un toro de estas características no comparte cercado con nadie que no sea de su especie. Tienes que tenerlo en un lugar aislado, con un vallado que impida que escape y con unos portones de un tamaño y peso poco acordes con los que necesita una ovejita lucera, por poner un ejemplo de los animales que acogen en su asociación.
El otro espécimen digno de mención era una señora que se manifestó el domingo por las calles de Madrid y que se mostró indignada por el hecho de que, cuando murió su perro y ella “compartió en redes su dolor, nadie le dio el pésame, en cambio, a la viuda de Víctor Barrio”, (el matador de toros que murió en el ruedo de Teruel este verano) “muchos españoles le habían dado el pésame”. Delirante. No sé si esta señora está en el porcentaje de personas malas, o en el de las alelás, pero es bastante común, entre los animalistas radicales, esa tendencia a igualar a personas y a otros seres vivos, como si estuviéramos en el mismo rango vital. Pero yo sigo teniendo en mayor estima a la especie humana que a los chihuahuas. Fíjense, qué raro soy. Es más, pongamos por caso; si esta señora animalista estuviera siendo arrastrada por una riada junto a un perro/gato/hámster/pato/oveja yo, lógicamente, y sin dudarlo, arriesgaría mi vida por salvarla a ella. Con esto no digo que no sea yo un tipo compasivo respecto a otras criaturas de Dios, aunque, siendo francos, haría lo posible por salvar a los animalitos, pero sin jugarme en ello el pellejo. ¿Soy un hijoputa? Quizás, pero es tan obvio que no somos lo mismo que un perro, que no debería ser necesario ni explicarlo, aunque a un tanto por ciento de las personas con las que convivimos les parezca lo contrario.
¡Ay, los porcentajes! Yo tengo bastante sensibilidad ante las posibilidades estadísticas. Quizás es porque a mí, habitualmente, me pasan cosas que no le suceden a casi nadie. Por ejemplo, jugando al golf. Hay una cosa rara, que es hacer un hoyo en uno. Es decir, meter la bola en el agujero en el primer golpe. Yo, que soy un manta, he hecho ya dos hoyos en uno y, si hacemos caso a mis mini-estadísticas de Feber, en los años que me quedan me tendré que hacer, por lo menos, otros dos.
El otro ejemplo no es tan glorioso. Esto que voy a contar no se lo he oído relatar a nadie ni, en todos los viajes en carretera que he hecho, he vuelto a ver algo similar a lo que me sucedió en un mes de mayo del año 91. Yo, en aquel entonces, estaba en los informativos de Antena 3 y, uno de mis cometidos, era trabajar con el gran crítico taurino Vicente Zabala (q.e.p.d.) montando el vídeo de sus crónicas durante la Feria de San Isidro. Aquella tarde, no recuerdo si Ortega Cano o César Rincón, habían montado un taco mayúsculo y los del informativo de las 9 nos pidieron que les enviáramos imágenes de la faena y de la vuelta al ruedo con las dos orejas. Había muy poco tiempo para llegar. Era un viernes. Había un atasco brutal en la salida de Madrid hacia Burgos y, para que yo llegara a tiempo, nos mandaron un motorista que iba a llevarme sorteando los coches y jugándonos la vida. En menos de 5 minutos, no sé cómo, nos plantamos desde las Ventas en la cuesta de los Dominicos de Alcobendas y, empezando a subir hacia San Sebastián de los Reyes, sucedió. Íbamos entre coches y nos acercábamos a un camión de transporte de ganado. Yo no percibí nada extraño hasta que noté que el motorista, que llevaba casco y una chaqueta de cuero, escoraba extrañamente su cuerpo hacia la izquierda. Entonces lo vi. Como si alguien desde el camión hubiera abierto una manguera, de nuestra derecha salía un caño de líquido de un color muy parecido al de la manzanilla. Cuando me cayó encima y me empapó de arriba abajo entendí que, ni manzanilla, ni leches. Pis. Era pis. Acababa de mearme encima una vaca con toda su potencia. No sé si era una venganza porque sabía que venía de los toros, pero la vaca se alivió sobre mí y mejor no les cuento las risas de mis compañeros cuando me preguntaron si había llovido. Las mismas carcajadas que debió haber ayer en muchas redacciones cuando saltó la noticia de que la Barberá dijo que dimitiera Rita. Que esa es otra; no sé el porcentaje de políticos corruptos. Lo que sí sé es que el de políticos que dimiten cuando deben es cercano a cero.