EXCESOS

En el día en el que despedimos a un mago de la ponderación, la contención y la finura, me resulta especialmente chocante la cantidad de personajes excesivos que triunfan en esta vida moderna. El maestro Forges habría dicho “¡Gensanta!” al enterarse, por poner tres ejemplos recientes, de lo que han dicho/hecho en los últimos días el presidente de los EEUU, la portavoza de Podemos y Podemas o el responsable de Autocensura de IFEMA.

Imagino que estarán al tanto de las tontadas, y valga la cacofonía. Empezando por lo de IFEMA; es el perfecto ejemplo de pelota que actúa en modo preventivo. Exceso de celo. Autocensura. Antes de que mi jefe me dé una colleja, ya me adelanto yo y tomo una decisión que, en mi fuero interno, sé que me va a generar un toque de chepa y (quién sabe) quizás un ascenso en la escala “Brown nose” del partido. No sé quién fue el lumbreras que tomó la decisión de retirar la obra de un artista madrileño, Santiago Sierra, que quería provocar en ARCO con unas fotos pixeladas de lo que él considera que son presos políticos de la España Moderna. Y es chocante, porque el presidente de IFEMA no es un político, sino un buen empresario independiente, Clemente González Soler, que debe estar pensando a estas alturas: “Para qué me metí yo en este marrón”.

No significa esto que yo esté de acuerdo con el contenido de la obra retirada. Francamente, si se me preguntara, diría que este artista es un gilipollas, pero nadie me ha preguntado. Aunque creo que esa visión enferma del asunto del “Procés”, que comparte la mitad de la ciudadanía catalana, no hace más que reafirmarme en que este asunto no tiene solución. Dicho lo cual, defenderé siempre el derecho de este papanatas a exponer su arte aunque me repatee lo que piensa.

Lo mismo me sucede con la portavoza. Aunque creo que ella es víctima de dos pesos que se convierten en losa cuando uno tiene que hablar en público tantas veces y, casi siempre, en tono mitinero. Hay que reconocerle a Irene Montero, y a muchos de los portavoces de Podemos, que tienen una extraordinaria facilidad de palabra y que su oratoria entusiástica (tan típica de los líderes populistas) es eficaz y, en ocasiones, brillante. Pero, claro, ese exceso en la verborrea suele producir deslices y esta muchacha lleva dos semanas de campeonato. A la primera losa que lleva encima Montero me referí la semana pasada cuando decía que esa obligación de meter ellas y ellos en todas las frases, conduce a defecaciones como la de portavozas. La segunda losa es la necesidad que tienen los populistas de decir siempre muchas cosas, muy rápido, elevando el tono y terminando con algún remate demagógico que provoque un aplauso enardecido. Tienes que ser muy bueno, Pablo Iglesias es buenísimo, para no meter la pata cada dos por tres. Yo, que creo que tengo un buen control de la oratoria, sería incapaz de hablar a esa velocidad sin decir dos o tres soplapolladas por minuto. E Irene Montero tiene todavía mucho por aprender. Esta misma semana de nuevo derrapó y soltó que las mujeres en España: “no tienen una hora del día libre para dedicarse a ellas mismas; a darse una ducha, a leer un libro o a ver un programa de TV”. La que le ha caído. Intentando defender a las mujeres trabajadoras y las llama, en una misma frase, incultas y guarras.

Pero no siempre los populistas meten la pata por su diarrea dialéctica. Otros, como Trump, dicen mamonadas incluso después de reflexionar un buen rato. Imagino que habrán escuchado lo que dijo sobre su magnífica idea para acabar con las matanzas en las escuelas. “Hay que armar a los profesores”. Y no es una noticia de coña de “EL Mundo Today”. Lo dijo el tío en serio. O sea; en pleno debate sobre la necesidad de controlar las armas y el presidente de la Nación proclama que su idea es armar y entrenar a los profesores. Sólo falta que proponga que las puertas de las aulas sean como aquellas de doble hoja de los “Saloon” de las pelis del Oeste para que pensemos que, definitivamente, el exceso de laca le ha afectado al riego neuronal.

Que, hablando de laca, increíble el cambio de aspecto de la anticapitalista, antisistema, antiEspaña y yo qué sé qué antis más, Anna Gabriel. Que se nos ha hecho más pija que Tamara Falcó. La cosa tiene gracia. Es como ver al actor Arturo Fernández militando en Femen, o al presidente de WWF yendo por China a cazar Pandas. Una anticapitalista, antisistema, atea, en un país cuya bandera tiene una cruz, que es el paraíso del capital y que tiene normas escritas y no escritas como para detener un AVE. Conozco muy bien Ginebra. Amo profundamente esa ciudad en la que viví 3 años y hace bien la Gabriel en camuflarse y quitarse ese aspecto de mujer-modelo de Irene Montero, (la que no se ducha)… Porque allí, si se encuentra un perroflauta, comprobará que el perro es un dálmata con correa de Louis Vuitton y el dueño, sin duda, llevará una flauta de oro de Cartier.

DEPENDE

Qué pesaditos están. Todos. No sé qué pasa, pero según en qué trinchera te pillen los asuntos, se dice una cosa y, al día siguiente, la contraria con una soltura admirable. En eso los políticos son unos maestros. Depende. Si se acusa de corrupción a tu partido miras con desprecio al que te lo reprocha invocando la presunción de inocencia y diciendo que son casos excepcionales y que, los corruptos, están fuera de tu partido. Pero, si al día siguiente, ese mismo caso de corrupción o uno similar, le surge al partido de enfrente, a ese mismo político se le hincha la vena de la honradez, se pone entre los dientes el cuchillo de matar corruptos y exige dimisiones al adversario sin esperar a que haya sentencias judiciales.

O lo de Cataluña. Para media población, Junqueras, los Jordis y compañía son unos delincuentes que se han saltado yo qué sé cuántas leyes para dar un golpe de Estado. Para la otra media, son unos héroes, encarcelados por sus ideas, que sufren los rigores de un estado fascista. Igual que Puigdemont, que se ha tenido que ir al exilio. El pobre.

Claro que lo más gracioso de todo; ese depender de dónde te toque la cosa, ha sido de campeonato mundial con la portavoza de Podemos y Podemas, Irene Montero. Tenía que pasar.

Era obvio que tanta tontería, tanto esfuerzo por no dejar ni una frase sin sus ellos y sus ellas, queridos lectores y queridas lectoras, tenía que acabar en una defecation como la Cibeles de grande. La pobre de la Montero soltó lo de las portavozas y, al segundo y medio, se dio cuenta de que la había cagado. Incluso se le cortó la voz cuando constató que ya no había remedio. Eso pasa a veces cuando uno habla en público; metes una gamba del tamaño de un atún, lo percibes enseguida y te recorre un frío por la espina dorsal que va desde la nuca hasta el mismísimo esfínter. Si llevas mucho en el negocio, puede que hasta ni se te note, pero si la deposición es como la de la portavoza de Podemos y Podemas, pues a los 10 minutos estás en las redes corriendo como la pólvora.

Y lo de siempre; tooooodos los enemigos de Podemos aprovecharon para dar caña. Y tooooodos los amigos de Podemos intentaron convertir un simple patinazo, aderezado con algo de incultura, en una defensa de los derechos de las mujeres. O sea; que todo es relativo, que depende.

Lo de la relatividad de las cosas lo va aprendiendo uno con la edad. La vida te va enseñando que lo que tú ves rojo brillante desde tu lado del cristal, otro lo puede estar viendo, desde su lado, no como un rojo apagado, sino como un verde brillante. Clarísimamente verde. Uno, poco a poco, se va dando cuenta de que hay siempre dos maneras de ver las cosas, pero hay sucesos de tu vida que son como un tantarantán; que te dan una idea muy clara de ese “depende”. Era el invierno de 1987. No recuerdo si a finales del 87 o a comienzos del 88 estaban muy activas las cosas en torno a la participación de España en la OTAN y un grupo de pacifistas había decidido manifestarse ante la embajada de EEUU en la confluencia entre las calles de Serrano y Diego de León, en Madrid. El despliegue policial era exagerado. O eso nos pareció a los periodistas que estábamos por allí, hasta que uno de los veteranos dijo: “Eso es porque saben que va a haber hostias”. A mí me pareció la típica frase preventiva de viejales para poder sentenciar luego: “Ya os lo había dicho yo”. Porque aquello parecía un prado de Woodstock lleno de hippies, ninguno de ellos con pinta de ser agresivo.

Uno de los pacifistas, que iba vestido de pacifista, leyó un beatífico comunicado que yo grabé con mi cassete y me fui a preparar mi crónica. Cuando estaba listo, me metí en una cabina de teléfonos porque Ana Rosa Quintana (que era la directora del programa local de Antena 3 de radio) me iba a dar paso en cualquier momento. En una de esas mentirijillas tan típicas de la radio, Ana Rosa me dio paso diciendo: “Nuestro compañero Carlos Gª Jirsfil, está con la unidad móvil número 7 en la calle de Serrano”. Yo conté que había un gran despliegue policial, pero que no había habido incidentes y que íbamos a escuchar un fragmento del discurso. Como se hacía entonces, coloqué el cassete sobre el micrófono del teléfono y le di a Play. Mientras se oía al pacifista, de repente, comenzaron los bofetones y las carreras. Volví a coger el teléfono para contar los incidentes de última hora, pero me habían cortado. Y, mientras intentaba recuperar la línea, empezó a oler a gasolina. Cuando me di la vuelta, en la puerta de la cabina había un tío encapuchado que estaba rodeando todo con trapos empapados en combustible. Tenía una caja de cerillas en la mano y, con el soniquete ese de los yonquis muy colgados, me dijo: “Sal de la cabina que la voy a quemar”.

Yo estaba en esa edad en la que uno está dispuesto a morir por otras cosas aparte de por su familia y amigos más íntimos. Y, en vez de salir de la cabina y mandar a tomar vientos al tontolnabo de la capucha, me puse a discutir con él y me quedé dentro. El psicópata encendió una cerilla y la lanzó contra los trapos. Tuve la suerte de que el fósforo se apagó en el trayecto. Se me hicieron largos esos segundos en los que pasan las cosas muy despacio mientras pensaba; «este hijoputa no va a ser capaz». Y lo fue. Al instante se agachó, encendió otra cerilla y la aproximó a los trapos impregnados de gasolina. Para mi fortuna, un compañero de una agencia que estaba flipando con la escena, me agarró del chaquetón y me sacó de un tirón de la cabina. En el momento en el que mi pie salía por la puerta metálica, la gasolina entró en combustión y la cabina se convirtió en una pira funeraria. Yo, en vez de irme a matar al anormal que me había hecho aquello, le di las gracias a mi colega y me puse a correr como un loco para encontrar un teléfono desde el que llamar a la Radio. Entré muy azorado en una tienda, le conté a la dueña como pude el lance y llamé a la emisora a narrar mis dramas. El primero; dejarle claro a la audiencia que la unidad móvil número 7 de Antena 3 era una mierda de cabina telefónica. El segundo, que había estado a punto de inmolarme por el periodismo por gilipollas. Y el tercero, darme cuenta de que el episodio, que a mí me puso las pulsaciones a 250, a Ana Rosa le provocó esa risa que les da a las madres cuando un hijo hace una trastada. Yo estaba convencido de que mi hazaña de reportero intrépido iba a conmover los cimientos del periodismo (¿por qué no un Pulitzer?) y mi jefa lo único que hizo fue descojonarse.

LAS MUJERES TONTAS

Sé que me la estoy jugando. Sobre todo porque, si alguien se queda solo con el título, me pueden caer bofetones con mano abierta. Pero con todo lo que se está hablando en los últimos días de las mujeres, me apetecía decir un par de cosas. Ayer mismo, de nuevo, surgió el tema por la elección de Luis de Guindos como candidato español a la vicepresidencia del Banco Central Europeo. El PSOE prefería, como sugería el Parlamento Europeo, que la candidata fuera una mujer de perfil técnico, pero finalmente será el ministro de Economía nuestro candidato.

La semana pasada, el debate sobre la mujer estuvo en torno a la decisión de la Fórmula I de eliminar a las azafatas que adornan la parrilla justo antes del comienzo de cada Gran Premio. Y sí. Digo “adornan”, porque creo que esa es la función que se les da. Se ve a multitud de personas (la mayoría hombres) trabajando en los coches y auxiliando a los pilotos y, en medio del frenesí, decenas de mozas despampanantes sujetan un parasol o un paraguas mientras sonríen a todo el mundo como si ese paraguas fuera el estandarte de su ejército después de una victoria muy trabajada sobre el enemigo.

Y yo, lo siento, pero creo que la Fórmula I ha hecho bien. Y creo que el PSOE hacía bien ayer en reclamar que nuestra candidata fuera una mujer. Llevo mucho tiempo discutiendo con amigos acerca de las cuotas, porque yo creo que las cuotas sirven. Si viviéramos en un mundo ideal, no tendrían sentido, pero si miramos al mando en la mayor parte de nuestra sociedad, las mujeres mandan poco.

Muchos amigos reniegan de las cuotas aduciendo que no se debe premiar el sexo, sino el mérito. Claro. Eso estaría muy bien si todos los hombres que están en lugares preponderantes fueran los más brillantes de la clase. Pero ¿cuántos ineptos, estúpidos y/o malas personas están ahí arriba sin merecerlo? Yo reclamo el derecho de las mujeres tontas y de las hijaputas a ocupar puestos relevantes en nuestras empresas. Y el día en el que pase esto, cuando estén arriba en análogo número mujeres y hombres, listas y tontas, tontos y listos por igual, será porque estemos en la verdadera igualdad. Mientras llega ese día (y creo, evidentemente, que hemos mejorado, pero estamos lejos) debe haber políticas de paridad, y una manera de aplicarlas es eliminar esos lugares en los que las mujeres tienen un papel subordinado en el que simplemente adornan mientras ejercen tareas tan básicas como la sujeción paragüera o la administración de líquidos al piloto de turno.

Entiendo que a las pobres chicas que van a perder sus empleos les parezca mal. Pero estas muchachas deben aceptar que esto no se hace pensando en ellas. Esto se hace pensando en todas esas mujeres del mundo que sufren por ser mujeres. Eso de la «cosificación», que es un palabro horrible, pero es real. Y la mayor parte de las cosas malas que les suceden a mujeres de todo el mundo son consecuencia de la cosificación; de convertirlas en algo parecido a un objeto. Y no tenemos que irnos muy lejos. El piropo inapropiado, el leve acoso en el trabajo a la subordinada que le gusta al jefe. El novio que controla lo que viste su novia, hasta aquel al que un día se le escapa un bofetón. Desde el padre que domina a su hija, hasta el desalmado que le corta el clítoris a las mujeres de su familia. Cuando se hacen políticas de igualdad, no se piensa en las azafatas.

Es cierto que todo esto, siempre, se baña en sectarismo político y que las feministas radicales no ayudan mucho a que el feminismo caiga bien en según qué entornos. De hecho en los últimos días se han visto memes circulando en los que salían dos fotos; una mostrando a 5 azafatas espectaculares luciendo palmito y, la otra, enseñando a 3 mujeres cubiertas con el velo islámico. Y se preguntaba; ¿Qué mujeres están subyugadas por el machismo y cuáles ejercen su libertad? Porque hay que reconocer que, sobre todo en la izquierda, hay un formidable pedorrismo en torno a este tema y me choca que mis amigos progres de salón sean incapaces de censurar al Islam, mientras están siempre con la escopeta cargada para disparar al primer obispo que patina ligeramente. Yo he discutido innumerables veces con amigos que defienden que las mujeres musulmanas llevan velo por una decisión propia. Y me descojono. Esa frase en boca de muchas mujeres musulmanas a mí me parece el gran triunfo de la cosificación de la mujer. Pero claro, si es difícil conseguir la igualdad entre hombres y mujeres en occidente, no les cuento lo que va a ser esto en los países bajo influencia islámica. Pero, igual que cuesta horrores conseguir que la derecha acepte que las cosas deben avanzar, a la izquierda le cuesta tremendamente llamar a las cosas por su nombre y la subyugación de la mujer en los países musulmanes, no es machismo; es, para un buen número de progres «comme il faut», parte del acervo milenario islámico.

Les pasa con todo. Yo, por ejemplo, no me estoy quedando sordo. Estoy empezando a tener diversidad funcional sensitiva. Los ciegos son invidentes o personas con baja visión, los paralíticos de mi infancia, pasaron a ser minusválidos en mi adolescencia, posteriormente; discapacitados y, hoy, ya eso nos suena mal y hablamos de personas con capacidades diferentes. Aunque el remate de la búsqueda de nuevas maneras de denominar se logró hace ya unos años, cuando se eliminó el INEM, para crear el Servicio Público de Empleo Estatal, cuyo penoso acrónimo es SEPEE. Quizás por eso, en la época de ZP, el empleo fue como el culo.

NO ME ACOSTUMBRO

No me acostumbro. Y mira que llevo más de 30 años trabajando y me ha pasado esto muchas veces. Pero no me acostumbro.

Hoy he firmado los finiquitos de los 19 trabajadores que hacían conmigo el programa “Seguridad Vital” en TVE1. Anoche tuvimos una de esas cenas de despedida en las que uno tiene que sobreponerse a la pena y a la rabia y pedir a todos que se vayan al hoyo con algo parecido a una sonrisa. Que piensen, como yo hago, que haber mantenido durante 133 semanas un programa en el aire es un milagro y que, lo que tenemos que hacer, es dar las gracias, cada uno a quien quiera, por haberlo conseguido.

Yo le doy las gracias al equipo por trabajar tanto y tan bien y a TVE por abrirnos la puerta en junio de 2015. Le doy también las gracias a Dios, aunque no sé si mejor dárselas a mi madre, que se hartó de ponerle velas a todos los Santos que conoce (y son unos cuantos) para que el programa de su hijo viera la luz. Y le doy las gracias a mi mujer, a mis hijos, a mis hermanos y a tantos amigos que me animaron en los años jodidos, en los que ni imaginaba que mi productora iba a volver a tener un programa en el aire. Uno de esos amigos fue Jesús Hermida. La tarde antes de comenzar a morirse, estuvimos merendando en su casa. Fue una especie de merienda de despedida. No tenía ningún sentido, pero él estuvo toda la tarde como despidiéndose de mí. Hablamos sobre el programa que íbamos a arrancar y me insistió, como siempre, en que tuviéramos elementos de distinción, que no me conformase con lo que saliera en el primer piloto y, como remate, me dejó una frase muy hermidiana. Muy obvia, pero llena de razón: “Haz lo que te dé la gana, Filfilito. Pero hazlo bien. Joder.” Y luego seguimos hablando del mar y de los peces hasta que me dijo adiós desde el umbral de la puerta de su casa en una despedida que, no sé por qué, ambos teníamos la sensación de que era la última.

Hermida me enseñó muchas cosas. Entre otras a ser siempre un bonito cadáver. A no dar pena. Y creo que, aunque él era muy de ciclos y pasaba por momentos muy bajos, me transmitió frecuentemente esa idea de sonreír ante la adversidad, de no provocar lástima y de entrar en la tumba con una sonrisa y, a ser posible, sin que parezca forzada.

Yo podría estar muy cabreado. El programa es casi cada domingo líder de audiencia, estamos siempre por encima del mínimo que nos marcaba la cadena en el contrato, somos baratos, tenemos prestigio en el sector y nos dan premios cada dos por tres. O sea; que no había motivos objetivos para quitarnos de en medio. Pero tenemos que irnos. Y prefiero quedarme con lo bueno. Claro que no estoy contento, pero, por mi experiencia, quejarse y amargarse solo sirve para dormir mal y, probablemente, para conseguir que los que te rodean te consideren un pesao. Por eso anoche le insistía mucho a los 19 estupendos de producción, realización y redacción en que pensemos que este programa nos ha hecho a todos mejores y que, si tenemos suerte, dentro de poco estaremos todos, juntos o por separado, haciendo otras cosas. Yo ya ando con 3 proyectos en la cabeza, estoy dando clases de inglés y, dentro de dos semanas empiezo un máster. O sea; que no es que estemos para bailar de alegría, pero estamos muy lejos de tener cara de funeral.

Decía antes que esta manera de afrontar los problemas la aprendí, en parte, gracias a Jesús Hermida. Pero mis primeros y más cercanos maestros fueron mis padres. A mi padre jamás se le cayó de la boca esa frase de “Dios proveerá”. Es cierto; a Dios, a veces, le cuesta un huevo proveer, pero ese optimismo yo lo tengo muy metido en el cuerpo. También ayudó mi madre. La vida le dio, desde luego, algunos motivos para estar triste, pero ha sido una mujer alegre y optimista siempre y nos ha transmitido a sus hijos y a todos los que la rodean un sentimiento de agradecimiento a la vida por habernos tratado bien.

Yo, por eso, quiero llegar a los 80 como ella. Hace unos meses, en El Corte Inglés, le regalaron un bono de 3 sesiones de láser y otras 3 de ingles. Las señoras saben seguro de qué va la cosa, pero mi madre, que tiene el despiste propio de la edad, entendió: “3 sesiones de inglés” y se fue a una señorita a decirle que las 3 sesiones de láser no le interesaban nada (no se veía ella peleando con Darth Vader), pero que las de inglés le apetecían tremendamente.

No sé cómo reaccionó la dependienta, pero sé que mi madre, unos días después, nos lo contó, como cuenta otras tantas cosas de su vida, ahogada de la risa con una mezcla de vergüenza y de “pues me da igual, hijo”, que es el talante que hay que tener ante estos sucedidos.

Y ese es el espíritu con el que me gustaría llegar a la jubilación porque me parece maravilloso que mi madre siga pensando en hacer mil cosas y en aprender. Todas las semanas acude a una residencia de ancianos a echar una mano, se reúne con varios grupos de amigas, va al cine, ayuda a sus hijos, cuida, lleva y trae a diversos nietos y, una tarde a la semana, hace timba de cartas y despluma a sus amigas jugando al “Maquiavelo” o al “Conti”. Si algún día se derrumba su casa (Dios no lo permita) las probabilidades de que el techo caiga sobre ella son ínfimas. Y, lo de aprender, no es broma; cada dos por tres me pregunta si hay alguien que le puede dar clases de informática, estudia inglés a salto de mata y sigue convencida de que, si se aplica, llegará a los 90 diciendo “tonic water” mucho mejor que su marido que, en 1973, pidió una tónica en un Teatro de Londres y le pusieron un Whisky Johnnie Walker.