¿DECIDE MADRID?

¿Es una mierda esto de la democracia participativa? Bueno; igual es un poco brusca la manera en la que lo definía el otro día un amigo mío, pero se parece bastante al resultado real que, al menos en Madrid, están obteniendo los cientos de propuestas ciudadanas que inundan una web delirante. Decide Madrid. Suena bien. Es uno de esos verbos malgastados por el abuso, porque a muchos en Cataluña también se les llena la boca del derecho a “decidir”, como si eso que hacemos cada 4 años en las urnas no fuera tomar decisiones. Otra cosa es que no nos guste lo que ha votado la gente. Pero decidir claro que decidimos. Votamos y les decimos a unos políticos profesionales que tomen por nosotros las decisiones para construir un país mejor y más justo. Y eso es la democracia. Da la sensación de que es que Madrid no ha decidido y que es necesario hacer una web farragosa para que los ciudadanos, por fin, puedan expresarse y ser escuchados.

A mí, en esencia, me parece bien el asunto. Podría ser una bonita manera de mantener al político tenso ante la presión y el control del ciudadano. El problema es que, como casi todo lo que hacen los de Podemos y sus socios, el asunto tiene un espantoso tufo a Asamblea de la Facul. A esa política amateur, del botepronto, de la vena hinchada con la prosa acelerada y triunfante que vocifera. Una política aparentemente maja y cercana, pero que, por lo general, cuando toca ponerse a trabajar de verdad y a hacer cosas concretas, se desinfla. La web de Madrid Decide es, para mí, el paradigma. Miles de proposiciones desordenadas. ¿Saben cuántos apoyos tiene la propuesta más votada? Es una que dice “No a la incineradora de Valdemingómez”. Es de octubre de 2017 y lleva 4881 apoyos. Y eso no es lo más triste. Lo penoso es que la mayoría de las propuestas no llegan ni a los 100 votos. Qué digo 100. Muy pocas pasan de unas decenas de votos. Y lo peor; dándole al ciudadano que se atreve a entrar la sensación de que es algo tan inabarcable que para qué te vas a meter. Con lo deprisa que vamos todos en esta época que nos ha tocado vivir, ¿quién tiene tiempo de ponerse a leer todas esas propuestas y de andar analizando y votando? Yo, siendo sincero, no. Y creo que el noventa y tantos por cien de mis vecinos, tampoco. Deben contarse con los dedos de una mano las propuestas que han sido apoyadas por al menos un 2% de la ciudadanía. ¿Pueden tomarse decisiones de una manera seria con un nivel de votos tan exiguo? Por eso me gusta la democracia representativa.

¿Cuál es el problema? Que en los últimos años hemos tenido en Parlamentos y ayuntamientos a tal pandilla de inútiles, chorizos, mentirosos y vendemotos que la sensación que nos han dado a los ciudadanos es que cualquiera de nosotros lo habría hecho mejor. Y eso es un drama para todos esos políticos profesionales que tienen verdadera vocación de servicio, que trabajan bien, que tienen buenas ideas y que, probablemente, estén igual de cabreados que nosotros. O más. Claro que, a todos esos, que son muchos, deberíamos preguntarles por qué han callado y por qué con sus silencios y sus omisiones han permitido que la montaña de mierda crezca hasta donde hoy ha crecido. Y no se salva ni uno solo de los partidos que han tocado gobierno en los últimos 40 años de la vida de España. Es cierto que a los de Podemos and friends aún no les han salido más que pequeñas caquitas, pero estoy convencido de que será cuestión de tiempo y, en cuanto se rasque un poquito aparecerán cosas más gordas que la beca de Errejón, los fraudes a la Seguridad Social de Echenique, la oscura financiación procedente de Irán y/o Venezuela o, más recientemente, todas esas subvenciones de Ada Colau a sus presuntos coleguis.

Quizás lo que deberíamos hacer es votar mejor. Pero no creo que la solución a nuestros males sea una democracia participativa tan caótica como la del Ayuntamiento de Madrid. La prueba de que no es la panacea la tenemos en lo que ha sucedido con el secuestro y muerte del pobre niño Gabriel. Si se hubiera permitido votar a la masa en las primeras horas y en los primeros días después del hallazgo del cadáver, estoy seguro de que la pena de muerte para Ana Julia Quezada habría obtenido más apoyo que todas las propuestas colgadas en Decide Madrid juntas. ¿Significa eso que es algo bueno por el hecho de que lo apoye mucha gente? Yo creo que no. Por eso, frente a esta democracia participativa para unos pocos, existen los procesos electorales. Para que haya suficiente información durante una campaña, para que se respeten los tiempos, para que haya un estricto control del censo y de la mecánica de votación y para que se controle la participación y el recuento con todas las luces y taquígrafos del mundo mundial. ¿Pasa todo eso en Decide Madrid? No digo que no. Pero no lo sé.

En fin; la importancia del reposo. De dar tiempo a las cosas. El otro día reflexionaba precisamente sobre eso recordando la cantidad de cosas que dice un niño que le apetecen y que luego se van diluyendo con el paso del tiempo. Algunas da pena que se pierdan, pero otras, francamente, mejor dejarlas atrás. Pensaba en mi sobrina Marta que hoy es una mujer estupenda y está a punto de casarse, pero, cuando era una niña dejó algo preocupada a la familia cuando le preguntaron qué quería ser de mayor. Ni abogada, ni jueza, ni médica, ni periodista. Ella durante unos meses lo tuvo clarísimo: “Yo quiero ser patinadora del Pryca”.