EL INODORO

Últimamente, siempre que voy a hacer de vientre, me acuerdo de Pedro Sánchez. Y que no piense nadie en ningún tipo de perversión escatológica, ni en que tenga yo una acusada tendencia a defecarme en nuestro presidente del gobierno. No. Sencillamente es porque creo que Pedro Sánchez tiene la misma dificultad para llamar a las cosas por su nombre que aquel que decidió llamar “inodoro” al retrete.

Porque, vamos, no se me ha ocurrido nunca acercarme a oler una taza de váter, pero apostaría mi patrimonio a que, inodora, no es. No me quiero poner grueso, pero, igual que nadie puede decir que un retrete sea inodoro, nadie debería defender como normal que el presidente del gobierno de España se siente a negociar no se sabe qué cosas con una parte del Parlament de Catalunya, con la presencia de no se sabe qué personaje, no se sabe con qué fin. ¿Un relator? ¿Un notario? ¿Un intermediador? ¿Van a cerrar alguna negociación importante para España? ¿O para Cataluña? ¿Puede negociar nada trascendental para el Estado un gobierno español con una mayoría basada en 84 diputados y apoyos frágiles y fragmentados sin contar con la oposición? ¿Puede negociar nada trascendental para Cataluña un gobierno catalán sin la participación de la fuerza más votada en esa comunidad?

La sensación que transmiten Sánchez y su gobierno, casi desde su llegada a Moncloa, es que se han montado en un barco y lo único que tienen claro es que mola estar en la nave y que hay que mantenerse a bordo cueste lo que cueste. El problema es que no saben muy bien dónde van, ni cómo van a hacer para llegar a donde no saben que van. Y, en la travesía, se les abren constantemente vías de agua. Y todos, desde el capitán hasta el último marinero, se afanan en ir tapando los agujeros aunque usen para ello elementos tan inanes como una caja de tiritas. Y van constantemente cambiando el rumbo, confundiéndonos, no solo a los españoles, sino a ellos mismos. Y así ves a una ministra diciendo una cosa y a otro ministro desdiciéndole. Al presidente mostrando su apoyo a un ministro o a una ministra a la que defenestra horas más tarde. Y a la vicepresidenta diciendo que donde dije digo, ahora, no es que diga Diego. Es que digo Manolo. Y te suelta la sandez aquella de que una cosa es lo que decía Sánchez cuando era secretario general del PSOE y otra lo que dice como presidente. O, ayer mismo, ante el estupor de decenas de políticos de su propio partido con lo del relator, Carmen Calvo explica que, quienes critican, es que no tienen toda la información.

Yo, la verdad, es que, humanamente, les entiendo. Pedro Sánchez sigue que no se lo cree. No he hecho cálculos, pero, probablemente, no haya en democracias cercanas ningún político que haya sufrido tantos varapalos como él. Los resultados de Pedro Sánchez en cada cita electoral en la que ha estado presente han sido catastróficos hasta llevar a una formación titánica como el PSOE a la frágil chalupilla que es hoy con menos de 90 diputados. Sin embargo, una chamba inconcebible le hizo llegar a Moncloa. Algún día los libros de Historia nos contarán a cambio de qué, pero el peor candidato de la historia del socialismo español está hoy pilotando una nave en la que en cada cabilla del timón hay un partido político que le dice: “Oye, que si no haces esto, te retiro el apoyo”. Y a golpes de timón de un lado para otro seguimos navegando hacia ningún sitio.

Lo más terrible de esto es que, mientras todo sucede, Pedro Sánchez está desaparecido. Ha aparecido hoy fugazmente en Estrasburgo para regañarnos por estar tan equivocados al criticarle. Quitando esta efímera aparición, lo único que se ha sabido de él es que va a publicar un libro con un título glorioso: “Manual de Resistencia”. Y lo que hay que preguntarse es qué es lo que lleva a un presidente del gobierno a publicar un libro. Ya sabemos que tiene una capacidad literaria, que ni Galdós. Si logró escribir una tesis de 342 de páginas en año y pico, yo me creo que haya sido capaz de, además, escribir ahora un libro sobre la virtud de resistir. Aunque, a medida que voy conociendo al personaje, me pregunto si lo que él considera resistencia, no es algo cercano a la psicopatía. Vaya, me explico; no digo que PS sea un psicópata tipo Hannibal Lécter. Me refiero a que hay algo enfermo en esa visión gloriosa de uno mismo cuando tu trayectoria política es la historia de un fracaso tras otro en las urnas. Quizás Pedro Sánchez debería ser consciente de que ganó en el PSOE porque su rival era Susana Díaz quien, como se ha visto en las andaluzas, es una mujer que genera mucho rechazo. Y le pusieron a él para no tenerla a ella. Pero PS, al menos en una parte importante del electorado, genera rechazo. Solo así se explica el hundimiento al que (salvo en los onanismos mentales de Tezanos, el del CIS) está sometiendo a su partido.

Pero oigan, en Moncloa miran para afuera y, a todos los que opinamos diferente a ellos nos desprecian como si fuéramos lo peor. Es como lo del PP andaluz. No sé cuándo harán examen de conciencia y acto de contrición y se pondrán a analizar la megaleche que se dieron en las últimas elecciones. Que sí. Que Moreno está gobernando y que han quitado al PSOE tras décadas de monogobierno, pero seguir sin darse cuenta de que han entrado en cuesta abajo a mí me parece casi igual de patológico que lo de Sánchez.

Deberían los políticos tener cerca a alguien como mi mujer. Que les hable claro. Sin rodeos. Ayuda mucho a no construirse universos paralelos. Hace unos meses, estaba mi Santa pasando un rato laboral difícil y había estado la pobre dos noches durmiendo mal. Un día de esos, al despertarme, noté que ella estaba como inquieta. En plan marido súper cariñoso le ofrecí todo tipo de servicios maritales (desayuno en la cama incluido) y, al terminar mi retahíla le dije; “¿Estás bien? Quieres algo?”. Y ella, con la rotundidad y franqueza que le caracterizan, me contestó: “Que no me hables”.