LISTILLOS

Como setas. El otro día hablaba de algunas cosas buenas que estaba encontrando en la pandemia. Malas hay unas cuantas muy obvias. Buff. Casi 20.000 muertos. Pero no quiero hablar de lo obvio, sino del afloramiento de cientos de miles, de millones de listillos. Son personas a las que yo, en cierto modo, envidio. Lo tienen todo clarísimo. Siempre. Y te hablan con una contundencia, con una rapidez en el verbo, con unos argumentos tan aparentemente impecables, que tú, pobre mortal, eres incapaz de responder.

Ha pasado con este virus que nos asola. No sé ustedes. Yo, hace un mes y medio o dos meses, veía lo del Coronavirus como algo lejano, de chinos. Como miramos el hambre de África o los huracanes del Caribe. Nos da una pena tremenda, intentamos ayudar desde lejos, pero jamás pensamos que la desgracia vaya a entrar en nuestro salón.

Yo estuve del 18 al 22 de febrero en Estocolmo en una Conferencia Internacional sobre Seguridad Vial. ¡¡Organizada por la OMS!! Y no es que no se suspendiera, es que no vimos ni media mascarilla. Solo vi 4; las que me obligó a meter en la maleta mi mujer (ella sí que es LISTA con mayúsculas) porque temía que, con 2.000 personas de todo el mundo allí, pudiera haber contagios. Y nos parecía tan exagerado que hasta me hice una foto con la gente de mi equipo para mandársela a mi mujer.

Todos medio de coña con el coronavirus, porque allí la única medida de precaución eran unos botes de líquido desinfectante en unos mostradores en los que se ofrecía comida y café. Unos días después de volver de Suecia, la pandemia llegó a Europa y, una semana más tarde, en España empezábamos a pensar que esto iba en serio.

Y ahí comenzaron a surgir los listillos. Son los que, por supuesto, si hubieran estado gobernando, lo habrían hecho no bien, sino de puta madre. Son los que tienen siempre el remedio para el muerto, cuando el finado está más tieso que la mojama. Y da igual la adscripción política. Porque aquí hablan con la misma contundencia los que critican al gobierno que aquellos que siguen defendiendo lo indefendible.

Yo creo que es cierto lo que dice el Ejecutivo de que siguieron, incialmente, las recomendaciones de la OMS. Porque, a las pruebas suecas me remito, la OMS no pensaba que esto se nos iba a ir tanto de las manos. Pero también es cierto que a nuestro gobierno toda esta crisis le ha pillado en paños menores y han ido reaccionando como a golpes, dando algunos palos de ciego que quizás nos han hecho llegar demasiado tarde. ¿O hay que aceptar como inevitable el hecho de que estemos entre los países con más muertos por millón de habitantes?

A mí de nuestros políticos me sorprende la sensación que trasladan de que siguen jugando una partida de algún juego de rol y no de que estén enfrentándose a la peor crisis de España desde la Guerra Civil. Pedro Sánchez ofreciendo constantes discursos eternos sin decir nada y soltando de vez en cuando píldoras en las que intenta ser un Winston Churchill pasado por la Clínica Buchinger.

No entiendo que Sánchez no convocara desde el principio del horror a Moncloa a los líderes de los principales partidos. Serían muy distintas esas ruedas de prensa si estuvieran todos los líderes ahí, a piñón, respondiendo a preguntas de verdad hechas telemáticamente por periodistas de todo signo. Y, probablemente, el resto de líderes podrían estar ayudando en algo a superar este drama.

Pero no. Ellos ahí siguen. Los de la oposición diciendo que no van a ver a Sánchez, o que no se fían, vaya usted a saber con qué excusa y los del gobierno asegurando que lo han hecho todo bien. Y ahí están, sin reconocer un error como el de la manifa del 8-M o la imprevisión. En esas manos, de gobierno y oposición, estamos afrontando un espanto que está tocando con dureza a millones de familias. Eso por no hablar del Tsunami económico. Que a ver cómo salimos de esta.

Tendremos que preguntarles a los listillos. Porque ellos sí que lo saben. Son los que echan la bronca a los dueños de perro por pasear. Los que ponen carteles (anónimos) en el vecindario conminando a los que trabajan en Sanidad o en supermercados a abandonar sus casas temporalmente. También están los que se hartan de mandar distintas mierdas por wassap para redoblar nuestra indignación.

Y da igual si te indignas contra el gobierno o contra la oposición. Son igual de pesados e igual de intensos los defensores de unos y de otros. Lo que han conseguido es algo histórico; que estén empezando a sonar tambores de censura. Uno ya no sabe qué creer, pero es muy mosqueante que el Estado esté tan preocupado por la circulación de bulos.

Ayer me inquietó gravemente esa pregunta del CIS que decía: “¿Cree usted que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?”

Lo terrible no es que hubiera un 66,7% de españoles que dijeran que sí. Lo inconcebible es que un gobierno de un Estado democrático moderno haga semejante cuestión. Porque hay preguntas que, en democracia, un gobierno solo las puede hacer en las urnas. Por ejemplo, ¿Debería el CIS haber preguntado si habría que aplicar pena de muerte a violadores asesinos al día siguiente de descubrirse el cadáver de Diana Quer? Yo creo que no, porque, probablemente, el 66,7% (o más) de los españoles habrían dicho que sí.

El problema, queridos dirigentes políticos, es que esa es una pregunta, como la de limitar la libertad de información, que se cisca en nuestra Constitución del 78. Y no deberíais poder hacerla. Claro que hay tantas cosas que no deberíamos poder hacer y las hacemos….

Cierro esta Cabra con un homenaje de humor negro a todos los que han tenido que despedir a alguien en estas semanas de dolor. Este es un cartel que me dejó estupefacto el otro día en el Cementerio de la Almudena. Es tristísimo, pero nos dio, como suele pasar en los duelos, para uno de esos ataques de risa en los que empiezas riendo y acabas llorando. Como una Magdalena.

DESCUBRIMIENTOS

Mi hija Paula es una Señora. Y yo no lo sabía. Y es un descubrimiento que le debo agradecer a este virus hijoputa que tanto dolor y tanto daño está provocando a nuestras familias, a nuestras empresas y a nuestros países.

Los que me conocen saben que yo intento siempre buscarle la parte buena a las cosas. Sé que algunos opinan que eso es un síntoma de poca inteligencia, pero me importa una higa. O tres. Creo que se vive mejor pensando en positivo y opino que el pesimismo, la melancolía, darle vueltas a lo que no puedes cambiar, solo sirve para hacerte sufrir y para gastar energía de manera inútil e innecesaria.

MI FAMILIA

Por eso estoy intentando disfrutar de las cosas buenas que está dándome este confinamiento. La semana pasada contaba que habíamos tenido la inmensa pena de despedir a mi suegra por el virus. Han sido días duros, pero este duelo enclaustrado, sin poder abrazar a los que más quieres, nos está sirviendo como una especie de terapia familiar. Tampoco es que necesitásemos un tratamiento.

Antes del aislamiento nos llevábamos muy bien. Pero estamos conviviendo en armonía, estamos hablando mucho y haciendo esas cosas que ya no puede hacer un padre cuando sus hijos tienen 25, 22 y 18 años. Por si fuera poco rara la situación, durante más de dos semanas hemos tenido en aislamiento a mi mujer, a mi hija Macarena y a mi hijo Carlillos. Carlos ha salido ya del aislamiento, pero su madre y su hermana la pequeña, ahí siguen sin poder tocar un plato y teniendo que pasar la mayor parte del día en sus habitaciones.

MI HIJA PAULA

Y, en medio de este pequeño caos, de este funcionamiento anómalo de la familia, ha surgido mi hija Paula. Por mucho que crezcan nuestros hijos, por mucho que se conviertan en adultos, que trabajen, que sean absolutamente independientes, un padre siempre tiende a pensar en su hijo como un ser que necesita guía. No digo que les sigamos viendo como niños. Pero casi. Y, en estos días, yo he descubierto que mi hija Paula es una mujer. Y una mujer estupenda.

Hemos estado ella y yo más de dos semanas organizando la casa, cocinando, haciendo de camareros, limpiando, poniendo lavadoras… En muchos momentos toma ella el mando y gestiona menús, decide qué es lo que hay que comprar, cuándo hay que limpiar baños, cuándo aspirar y fregar… Y todo esto sin una queja. En nuestra casa tenemos muchas virtudes, pero también algunos defectos. Y ninguno hemos heredado el gen Mahatma Gandhi de mi abuelo Piló.

Y a Paula no le he oído ni un grito en todos los días de aislamiento. Ha habido pocas discusiones y, las que ha habido, se han resuelto rápido y bien. Ayer vimos la tremenda película de “El Pianista”. Cuando están deportando a los judíos polacos a los campos de concentración, Adrien Brody le dice a su hermana: “Ojalá te hubiera conocido mejor”. Y ambos se ponen a llorar. Y a mí me emocionó mucho la frase, porque esta mierda de aislamiento a mí me está sirviendo para conocer mejor a mis hijos. Y, de paso, he descubierto que se les puede querer todavía más.

En fin, que me estoy poniendo tierno. Y no era eso. Quería hablar también de otros descubrimientos que he hecho en estas semanas duras.

PUNTUALES IMPUNTUALES

Por ejemplo, que el confinamiento nos hace llegar a las citas antes de tiempo. No sé si es la ansiedad de tener un plan. Una cita en medio de la rutina. Porque ¿cuándo en España, hemos llegado todos puntuales a algo? Jamás. Pero, en estos días, si sales a tu balcón a las 19.58 ya llegas tarde porque el aplauso de las 20 horas empieza siempre con uno, dos o tres minutos de antelación. O sea que, los españoles, impuntuales, pero no por retraso, sino por anticipación.

He descubierto también que, en mi empresa, tengo un equipo heroico. En plenas restricciones, con el equipo trabajando prácticamente al 80% desde sus casas, hemos conseguido entregar a TVE, en 3 semanas, 4 programas realizados bajo las estrictas normas impuestas por el Estado de Alarma.

UN EQUIPO HEROICO

Si hace un mes y medio me hubieran pedido entregar dos programas en una semana, habría dicho que no era posible. Pero eso era porque nadie nos había puesto en las condiciones terribles en las que estamos ahora. Y nunca habría podido hacerlo sin el equipo que tengo y, sobre todo, sin el trabajo descomunal de nuestro director de Realización, Jesús Rodríguez, y el de la directora de Producción, Montse Gómez.

También he descubierto que, para muchos, los empresarios seguimos siendo esos hijos de puta gordos, vestidos con traje negro, que fuman un puro y echan la ceniza sobre las heridas abiertas de sus empleados. Al menos, si oyes a la parte de Podemos del Gobierno, se les llena la boca diciendo que van a proteger a los trabajadores sin darse cuenta de que, los que protegemos a los trabajadores, somos los empresarios. Y que, si nos pones una soga al cuello y nos quitas la silla de los pies, lo normal es que nos ahoguemos y que, por tanto, tengamos que cerrar. Y, cerrando, tenemos que echar a todos los trabajadores.

¿EL BUEN EMPRESARIO? LA MAYORÍA

¿Que hay empresarios forrados hijos de puta? Claro. Pero la inmensa mayoría de los empresarios, incluso los que se forran, somos gente normal. Unos ganan más. Otros menos. Muchos empatan. Y otros muchos pierden dinero. Su dinero.

Y no quiero dar pena a nadie. Nos metemos en esto porque queremos. Unos porque nos va la marcha y otros, quizás, porque les ha echado el mercado laboral y no les ha quedado más remedio. Da igual. Ahí están peleando por generar y sostener empleo digno, aunque a cientos de miles de empresarios, entre su sueldo y su beneficio, la cosa no les dé, ni soñando, para comprarse un chalet como el del jefe de Podemos.

Y no es demagogia. Es así.

Quería hablar también del descubrimiento de la enorme capacidad que tenemos para aceptar cosas inaceptables. Pero hace rato que se me ha acabado el folio y, aunque en el mundo virtual los folios no existen, yo, en estos días de confinamiento, estoy intentando ser mucho más ordenado. Otro descubrimiento…