DECIDAMOS

Cada vez soporto menos a la gente maleducada. Está mal comenzar así un artículo, porque, cuando uno dice algo como esto, se supone que se está poniendo a la cabeza de los tíos más educados del universo. Y no se trata de eso. Seguro que yo, analizado desde fuera, a muchos les parezco un maleducado por esto o por aquello. Por ejemplo, cuando me enfado, tiendo a elevar el tono de voz y puedo llegar a ser muy desabrido si alguien me toca excesivamente las narices. Y, a veces, esa reacción hace que te pongas a la misma altura del maleducado, pero es que me estomagan de mala manera.
No aguanto a la gente que no respeta a los demás, a los que se cuelan en las colas, a los que aparcan en doble fila… en general, a los que se pasan por el arco triunfal las normas que otros aceptamos. Porque, además, esos maleducados se indignan muchísimo cuando se les reconviene. No sólo es que piensen que tienen patente de corso; es que consideran que nosotros tenemos que aguantar estoicamente y en silencio sus desmanes y, si a alguno se nos ocurre decirles: “Oiga, por favor, no se cuele” te miran llenos de ira como si les hubieras mentado a la madre y se te ponen chulos.
Cuento esto porque, en las últimas semanas he vivido episodios de esos que te hacen darte cuenta de que los que van a su bola viven en un planeta distinto a los demás. No sé si recuerdan que hace varias Cabras hablé de un vecino de casa que lleva años sin pagar la cuota de comunidad y tiene una deuda de más de 10.000 euros. Como nuestras leyes son absurdas, la comunidad no puede (como hace cualquier empresa si no le pagas) cortarle el agua caliente, negarle la entrada al garaje o a la piscina porque nos puede denunciar por acoso. La única salida es un larguísimo proceso judicial que podría terminar en un embargo de los bienes del moroso. Y la comunidad arrancó hace meses el proceso judicial, le envió un Burofax para anunciárselo y, como no lo recibió en su casa, el administrador, tal y como le permite la ley, lo colgó en el tablón de anuncios del portal. Al parecer, cuando el administrador colgó la copia de la demanda, el vecino había recogido ya el Burofax y resulta que el cachondo de él acaba de anunciar que va a denunciar a la comunidad por exponer información confidencial. Podrán imaginar el estupor del resto de vecinos cuando nos enteramos de esto. El moroso envió una carta delirante en la que nos acusaba de los peores males del universo y de haberle generado a él y a su esposa un mal irreparable al publicar que, los pobres, deben “supuestamente” más de 10.000 euros a sus vecinos. Lógicamente, se convocó una junta para hablar del tema y, cuando estábamos esperando el comienzo, apareció el moroso. Yo, que jamás le había dicho nada acerca de sus deudas, me levanté y me fui hacia él con su carta en la mano y le dije: “Esto es lo que me faltaba por ver”. Y empecé a decirle lo que llevaba callado mucho tiempo. Para que se hagan una idea; este vecino debe 10.000 euros a la comunidad, le ha dejado de pagar a dos vecinos el alquiler de unas plazas de garaje, pero él, su mujer y sus dos hijos conducen a diario cada uno de ellos un coche. Él y su esposa van siempre de punta en blanco y a la última moda con las mejores marcas, sus hijos utilizan smartphones carísimos, tienen una empleada de hogar y, externamente, viven como si la crisis no hubiese pasado por sus vidas. Pues, cuando le dije todo esto, me llamó caradura. Llegaron los demás vecinos y algunos empezaron a increparle, y varias veces tuvo los santos arrestos de reclamar educación, como dándonos a los demás unas lecciones de señorío que, lamentablemente, nos debimos perder cuando fuimos al colegio. A él, por cierto, nadie le enseñó que el señorío y la educación empiezan por pagar lo que uno debe.
Pero me he liado en exceso con lo de mi vecino, cuando yo, realmente, quería hablar de otro que vive en otro planeta y que está incumpliendo las normas, pero nos recuerda constantemente a los demás que es que no le respetamos. Hablo de Cataluña y de ese enloquecido dirigente llamado Mas que, exigiendo su pretendido “derecho a decidir” ha llevado a Cataluña, a sus ciudadanos y al resto de España a un callejón oscuro y sin salida.
Observo entre los miembros del gobierno de Rajoy una firmeza tremenda últimamente. Esta misma semana ha sido la vicepresidenta Sáenz de Santamaría la que ha dicho que Rajoy, de momento, no se va a sentar con Mas. Y, al oír a Soraya, inevitablemente me acordé de los abusones del patio de los colegios. Esos que se ponían chulos con los más débiles hasta que uno de esos débiles aparecía con su primo el de Zumosol. En ese instante, al chulo abusón se le cambiaba el gesto y se mostraba como un manso corderito con el rabo entre las piernas, hasta mejor ocasión. El primo de Zumosol son las próximas elecciones generales de 2015 y la más que probable mayoría relativa del partido nacional que gane. Esa firmeza que hoy muestran Rajoy y sus ministros frente a los nacionalistas catalanes y vascos, se convertirá, en cuanto pierdan la mayoría absoluta, en sonrisas, concesiones de todo tipo, en frases como “Movimiento vasco de liberación”, “hablo catalán en la intimidad”, “el concepto de nación es discutido y discutible” y otras sandeces que, en sí mismas no son graves, pero que esconden una terrible renuncia a defender lo que se supone que nos interesa a todos los españoles. Por eso creo que el derecho a decidir debemos exigirlo todos los españoles. Pero no sólo sobre el tema de Cataluña, sino sobre el modo de regir nuestro Estado. ¿Por qué no propone alguien una petición popular a las Cortes para convocar un referéndum y cambiar la Ley Orgánica que regula los procesos electorales? Si se cambiara esa ley que beneficia a los partidos mayoritarios y a los nacionalistas, estoy seguro de que viviríamos mucho más tranquilos. Lo que pasa es que, no sé por qué me da que PP y PSOE no iban a tener demasiado interés en una reforma que les pondría la soga al cuello. Pero, oiga, hay otros partidos en el Congreso que igual podrían tomar la idea y hacerla suya. Yo se la regalo encantado de la vida.