CUMPLIR LOS COMPROMISOS

Tranquilos, que no voy a hablar de políticos, que está la Cabra ya hasta las ubres de criticar a nuestros padres de la Patria. Hablo del compromiso con los lectores, con los oyentes o con los espectadores que uno tiene. Dicho así, podría parecer que este blog nada en la abundancia y que son ustedes legión. No es para tanto. A mí me flipa que cada semana me lean en torno a 2.000 personas, pero, por lo que sé, un blog con 2.000 lectores no es como para que al autor le dé una embolia de satisfacción. Pero yo, seré simple, porque a mí ustedes 2.000 me hacen una ilusión tremenda y por eso cada jueves (salvo imprevistos) acudo fiel a mi cita con los cabreros.
Digo lo del compromiso porque hace unas semanas estuve en mi tierra, en Málaga, para celebrar los 50 años de matrimonio de mi tía Mª Luisa y mi tío Pepe. Varios de mis familiares me hablaron de la Cabra y me preguntaron que por qué no había contado aquí la historia que, precisamente, dio origen a este blog. Y prometí contarla.
Hace hoy exactamente dos años me llamó una periodista del diario Sur, que es el periódico más antiguo y más leído de Málaga. Estaban haciendo una sección veraniega en la que pedían a diversos malagueños que enviasen una foto de un verano de su infancia y contaran la historia que había detrás. Cuando recibí aquella llamada se me puso un nudo en la tripa. Porque tenía la foto perfecta. Aquí va la foto. Y la historia que la acompaña. El título del artículo fue “Cuarenta años de espera”.

Fue en el verano del 73. Yo tenía ocho años y un retraso dental que me hacía mostrar, aún entonces, varios dientes mellados. Se celebró en el Club El Candado la tradicional travesía del puerto a nado y yo, que tenía mucha moral, decidí apuntarme. Era de los más pequeños de la inscripción, pero, cuando me vi en el muelle de salida estaba convencido de que podía llevarme un trofeo.
Comenzó la carrera y, con espanto, observé que hasta los más enclenques de los pequeños me sacaban metros en cada brazada. Yo nadaba con la sensación de que iba hacia atrás y, cuando el último de mis rivales llegó a la meta, yo aún no había cubierto ni la mitad del recorrido. Lo de sentir vergüenza no está entre mis habilidades personales, pero, lo reconozco, entre la asfixia por el esfuerzo y el bochorno, llegué a pensar por un momento que me iba al fondo a que me comieran las viejas del puerto. Hasta que apareció la barca escoba. Cuando escuché a los que venían a rescatarme decir: “Venga niño, que ya han acabado todos. Súbete.” Me dio un arrebato de esos toreros y dije: “que se monte tu madre”.
Aquello no tenía ningún sentido e incluso los de la barca me regañaban, pero al público mi reacción de novillero volteado le pareció tierna y, cuando toqué las piedras de la meta, sonó una ovación tremenda. Vamos, tipo Moussambani; aquel nadador guineano que pasó a la historia de los Juegos por ser un manta. Y, como a Moussambani, me fue mejor en el fracaso absoluto que en el éxito. Porque me dieron una copa. Vaya; era el trofeo a la Deportividad, pero eso yo no pensaba contárselo a nadie. Era una señora copa de plata y allí ponía “Travesía del Puerto El Candado”. Con la copa en la mano, más contento que la mar, un amigo de mis padres me hizo una foto y mi padre tuvo la magnífica idea de decirme: ”Esta mañana sale en el Sur”.
Como si no me hubiera conocido. Al día siguiente, a las seis y media de la mañana estaba yo al pie de su cama pidiéndole ir a comprar el “Sur”. Busqué arriba y abajo, atrás y adelante y mi foto no aparecía por ningún lado. Durante meses esperé que, por fin, mi cuerpo serrano luciera en “mi” periódico sosteniendo la copa. Pero no llegó nunca aquel momento. Le pedí a mi padre que llamara al director, intenté mover Roma con Santiago, pero mi foto jamás llegó a ser publicada. Y perdí toda esperanza. Hasta que hace unos días recibo un email de una periodista que precisamente se llama Ángeles y que, como si fuera una enviada del pasado, me ofrece publicar una foto mía de algún verano que tuviera una historia detrás. Y he tardado cuarenta años, padre, pero aquí la tienes; en el Sur la foto de tu hijo sosteniendo aquella copa que ganó por ser el peor. Pero esto, mejor, no se lo contamos a nadie.