MOLT POC HONORABLE

Me está costando arrancar con esta Cabra después de un mes y unos días de vacaciones caprinas. Sobre todo porque han pasado tantas cosas desde aquel último artículo de finales de julio que no sabe uno por dónde empezar. Así que vamos por la vía directa: ¿Por qué en Cataluña nadie abuchea a Jordi Pujol cuando sale de su casa? Desde que estalló el escándalo Pujol he estado pendiente y, salvo tres o cuatro personas aisladas que han gritado algo a Marta Ferrusola, no he visto ni una sola vez en un aprieto callejero al presuntamente Molt Poc Honorable expresident de la Generalitat.
Vaya, no es que esté pidiendo yo que se le haga un escrache, ni, por supuesto, que se someta a ningún tipo de vejación a un anciano, pero habiendo reconocido que ha defraudado al fisco y habiéndose publicado que, presuntamente, se ha llevado a su casa cientos de millones de euros, me choca que no haya nadie que tenga el valor de gritarle ¡¡chorizo!!, o como se diga eso en Catalán. Porque tenemos ejemplos recientes de chillidos e insultos a políticos de diverso signo, o a la Infanta Cristina y a su marido, a los que se les ha pillado presuntamente con el presunto carrito de los presuntos helados. Pero, oigan, al Molt Poc Honorable, ni un solo epíteto para ponerle colorado. Y a mí, eso, me parece un síntoma más de lo enferma que está la sociedad catalana desde hace ya muchos años. Una enfermedad que creo que ha entrado en fase crítica desde que el, de momento, Molt Honorable Mas, abrió la caja de los truenos sin tener ni puta idea de cómo cerrarla.
¿Por qué nadie abuchea a Pujol? Pues porque mientras los líderes de la cosa no señalen claramente a Don Jordi como el “malomuymalo”, nadie va a tener el valor de mostrarse en contra de un símbolo catalán, no vaya a ser que le confundan con un españolista fascista fill de puta. Porque bien se encargan los nacionalismos excluyentes de provocar en sus ciudadanos ese miedo al que ellos llaman “prudencia” o “no me voy a meter en líos”.
Los nacionalismos hegemónicos y totalitarios siempre se basan en el miedo, en buscar la uniformidad y en reclamar al ciudadano demostraciones de adhesión inquebrantable. Y el que no se muestra así, es un traidor; alguien que no merece más que el desprecio de sus conciudadanos. Y a esa tarea de aislar al no afecto se dedican, por supuesto, los medios de comunicación. Los que están bajo el control directo de quien manda y los que viven de la publicidad institucional que saben que, si no hacen su trabajo, pierden el pesebre. También ayudan a señalar con el dedo al felón los que de un modo u otro maman de la gran teta, pero lo más sorprendente es que siempre en estas dictaduras o regímenes excluyentes, aparecen los que, sin ganar nada en ello, son furibundamente pro lo que sea. Son esas personas a las que los sistemas liberticidas les producen gran tranquilidad porque les reducen el número de incertidumbres.
No sé si habrán leído dos textos que, en los últimos días, a mí me han resultado muy significativos. Ambos protagonizados por dos personas catalanas, que aman su lengua y su nación. Uno es un artículo de la escritora Nuria Amat, titulado “Querido Orwell” que habla en El País de la exclusión a todos los que no son partidarios de la deriva independentista en la que ha entrado Cataluña. El otro es una entrevista, menos novedosa, pero también chocante, en la que Albert Boadella, también en El País, recuerda que él tuvo que huir de Cataluña tras el apartheid al que fue sometido por su desafección al Catalanismo de Pujol and friends. Boadella dice que el nacionalismo español no existe y que es absolutamente insignificante frente a otros nacionalismos como el vasco o el catalán.
Y en mitad de todo esto ayer el CIS hacía públicos los resultados de una encuesta en la que preguntaban a los españoles si estarían dispuestos a derramar su sangre defendiendo a España. Según ese estudio ni siquiera dos de cada diez españoles estaríamos dispuestos a ir a la guerra para defender a España de una agresión exterior. Ja.
Me hacen mucha gracia esas encuestas hechas con preguntas que están contestadas casi de antemano. Si tú hubieras preguntado por la pena de muerte al día siguiente del asesinato de Miguel Ángel Blanco, estoy seguro de que más de la mitad de España habría pedido el regreso del garrote vil. Del mismo modo hoy, a un país en paz no le puedes preguntar por algo que vemos lejano e imposible; ¿Una guerra por las calles de Madrid? Ni de broma. En España no hay un nacionalismo porque, gracias a Dios, llevamos mucho tiempo sin sufrir una agresión exterior. Países como Gran Bretaña, Francia, EEUU… Han sufrido invasiones y agresiones en el último siglo. Pero, mientras Europa se preparaba para luchar contra Hitler, nosotros estábamos matándonos unos a otros. Y, cuando dejamos de matarnos, el que ganó nuestra guerra se encargó de eliminar cualquier resto de la otra media España que perdió la contienda. Y de aquellos polvos vienen estos lodos.
Ahora, una cosa es esto y otra pensar que ese sentimiento de nación no nos saldría si sufriéramos mañana una agresión de fuera. ¿Imaginan a esos simpatiquísimos muchachos del estado Islámico reclamando para sí Al-Andalus y queriendo vestir con burkas a nuestras madres, mujeres e hijas? Pues no sé ustedes, pero yo que soy un tío pacífico y tolerante, si pasara eso, desde luego no me iba a quedar en mi casa esperando a que me pusieran mirando para la Meca.

http://elpais.com/elpais/2014/08/27/opinion/1409164594_027926.html
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/28/actualidad/1409242612_894325.html