SER DE

Cuesta mucho que la gente entienda que tú no eres de nada. A mí en los últimos años decenas de personas me han calificado, o descalificado, porque no era realmente “de”; por no tener una adhesión inquebrantable. Si digo o escribo algo que me acerca a posiciones conservadoras, mis interlocutores/lectores más de izquierda parten de la base de que soy más del PP que las gaviotas. Si esas manifestaciones las hago criticando a Rajoy and friends o acercándome a postulados progresistas, los que son más de derechas me critican por ser un “sociata” o, aún peor, un Podemista. Pero no pasa sólo con la política. Cuando en alguna ocasión he criticado al presidente del Real Madrid, o al que fue su entrenador, José Mourinho, he recibido acusaciones indignadísimas de amigos míos que me han definido: “tú no eres de verdad del Madrid”. Eso mismo me ha sucedido con otros que me han dicho algo similar sobre mi catolicismo. Si yo expresaba que no entendía algunas cosas de los Papas anteriores, o criticaba aquel empeño en hacer la misa de las Familias bañándonos a los católicos de política, muchos amigos me soltaban: “pues es fácil; si no te gusta, no seas católico, pero no se puede ser para unas cosas sí y para otras, no”. Por eso me encanta este Papa. Porque huye precisamente de los sectarismos y acepta que estén cómodos en la Iglesia los de un lado y los del otro, los de misa diaria y los de una vez al año, los que jamás se divorciarán y los que han decidido casarse con alguien de su mismo sexo, los que tienen 10 hijos y los que Dios les dé y los que eligen tener uno solo. O ninguno. Mira; eso sí que puedo decirlo y me da igual si molesta. Yo soy del Papa Francisco. Ahora; si algún día Su Santidad desbarra, que ya me extrañará que lo acabe haciendo, reclamaré mi absoluta libertad para ponerle a parir y dejar de ser tan de Francisco al minuto siguiente.
Digo esto porque la Cabra que dediqué semana pasada a los atentados de París, generó un interesante debate y recibí en el blog y en redes sociales numerosas críticas de personas decepcionadas, que consideraban mi mensaje muy propio de conservadores; vaya, tirando a facha. Yo, resumiendo mucho, decía que esto es una Guerra no declarada, aunque ya ha empezado, y que no estábamos haciendo nada. Y que, en mi opinión, esa falta de reacción era consecuencia de la condescendencia que se ha tenido tradicionalmente desde la izquierda con el Islam. Con el Islam normal (que, entre otras cosas, da a las mujeres un papel subordinado en su sociedad) y con el Islam radical. Y a muchos no les gustó. Y les pareció que yo ya no era tan de los suyos diciendo aquello. Que es, por cierto, calcado a lo que dijo anteayer el primer ministro francés ante su parlamento. Y, ya de paso, lo de las medidas que se van a tomar da para otra Cabra; entre que van a acabar haciéndonos un tacto rectal en los aeropuertos y esas frases tontas de “si no has hecho nada malo, no tiene por qué importarte que te miren el email”, se ve venir algo oscuro.
Pero, a lo que vamos; no seré nunca suficientemente del Madrid, ni suficientemente católico, ni suficientemente moderado o agresivo. O suficientemente tolerante o intolerante. Sobre todo para los que consideran que hay que ser tolerantes excepto con los que no opinan exactamente igual que tú. Yo desde siempre he pretendido ser un hombre libre. Absolutamente libre. Y creo que así debe ser un periodista. Que lo que yo diga le pueda tocar las pelotas tanto a uno de derechas como a uno de izquierdas. Esa, desde mi punto de vista, debe ser la esencia de los que ejercemos mi profesión; que nadie pueda decir que eres de los suyos. Porque no soy de nadie. Si acaso, soy de la vieja escuela de Martín Ferrand. Y allí me educaron en la necesidad de mantener al poderoso tenso contigo. Que el político, el empresario, el del sindicato, el dirigente de fútbol, el líder religioso sepan que no les guardas ninguna inquina, pero que sepan también que no vas a ser amigo suyo y que no les vas a pasar ni una. Que se puede mantener una relación cordial y educada, pero, ¿amigos? Jamás. Ya conté hace unos meses que, cuando entré como becario en Antena 3 de Radio, Manolo Martín Ferrand nos invitó a mis compañeros y a mí a que hiciéramos un periodismo crítico y libre con dos únicos límites; la Constitución y la Familia Real. No sé si don Manuel, desde su tumba, hoy revocaría esa protección a la Familia Real, pero sé que mantuvo hasta el último de sus días esa independencia y esa capacidad para poder cantarle las cuarenta a cualquier político de cualquier color porque no le debía nada a nadie. Por eso, cuando la gente te pide que seas “de”, si eres periodista, tienes que sospechar. Y dar dos pasos atrás. O hacia un lado.
Y por cierto, ya que hablamos de ser de. Ahora que lo pienso, yo, además de Francisco, soy taurino. Aunque últimamente nos caigan chuzos de punta y estemos mal vistos. Los Toros no están de moda y yo voy a luchar para que la Tauromaquia no desaparezca de mi país. Y que no me pasen cosas como la de anoche, que en un mensaje del móvil escribí la palabra “tentadero*” y el teléfono me la cambió por la palabra “testaferro”. Y a botepronto me acordé de mi padre y de sus hermanos, que eran todos grandes aficionados a los toros y pensé que ellos no habrían aceptado que el diccionario predictivo de sus smartphones hubiera cometido semejante tropelía. Es más, es que veo a mi tío Juanito diciendo, indignado: “qué jodía tiene que estar España para que haya aquí menos tentaderos que testaferros”. Pues eso.

* Un tentadero es la prueba de bravura a la que se somete a las reses bravas para saber si dedicarlas a la cría, a la lidia o enviarlas al matadero.