PENA DE MI CORASOOOOÓN

Bueno, más que pena, es una mezcla de vergüenza, rabia, tristeza, cansancio y desesperanza. Mis más allegados se preguntarán qué puede hacer que un optimista radical como yo se halle así, pero a mí lo de las elecciones andaluzas del domingo me dejó desolado. No voy a decir, como han hecho algunos, que mis paisanos son unos incultos, unos analfabetos o que se han equivocado. Pero algo debe pasar para que, a pesar de todo lo que ha sucedido en los últimos años, el PSOE vuelva a ganar las elecciones con el mismo número de diputados que en 2012.
Yo creo que lo que ha sucedido muestra síntomas de una sociedad enferma. Creo que no es sano que parezca que a los andaluces nos da igual 8 que 80. Hay al menos indicios de que la enfermedad no es tan grave. Ha habido partidos que han recibido un castigo acorde con el mal que han provocado. El PP nos está sacando de la crisis y ha hecho muchas cosas bien, pero se lo ha puesto a huevo a sus rivales con una política bestial de recortes e impuestos que ha empobrecido de manera acusada a la clase media y media-baja del país. Por si eso fuera poco, lo de Bárcenas, la Gurtel, la financiación ilegal, las obras pagadas en negro, dan munición a los rivales que, en plena campaña electoral, quieren disparar contra el partido en la Moncloa. Y por eso perdieron 17 diputados el domingo.
En estos comicios, IU sufrió una hecatombe similar. El haber gobernado junto al PSOE ha demolido al partido pequeño que, además, sigue sin saber cómo hacer frente al Tsunami de Podemos. El maremoto de Pablo Iglesias ha arrasado a los comunistas, aunque la tropa podemista esté mohína porque creían que iban a ser clave para el gobierno y, al final, pues no tanto.
Otros que pueden ir haciendo las maletas tras lo de Andalucía son los de UPyD. El brutal ascenso de Ciudadanos, con 9 escaños, pone al partido de Rivera en condiciones de ser bisagra y al de Rosa Díez en condiciones de ser el dedo pegado en la bisagra con superglue justo un segundo antes de que se cierre la puerta y sea aplastado con gran dolor. O sea, pal arrastre.
De manera que no se puede decir que sea el andaluz un pueblo adormecido, que no piense, así en general. Porque ha habido reacción del electorado ante determinadas cosas. Lo que a mí me resulta chocante es que ese castigo o premio del electorado se aplique a todos los partidos excepto al que lleva gobernando en Andalucía desde hace treinta y tantos años. Coño, es que el otro día me decía un amigo que si en Euskadi se elige Lehendakari y en Cataluña al Molt Honorable, en Andalucía parece que elegimos al Caudillo. Y, hombre, no tiene nada que ver, porque el Caudillo llegó al poder tras un golpe de estado y una guerra, pero esa eternización en el gobierno suele ser sospechosa. O a mí, al menos, me lo parece.
Porque yendo por partes; da la sensación de que a muchos andaluces les ha calado más el mensaje de Susana Díaz de que el PP les ha robado con los recortes, que la infinidad de noticias, mandamientos judiciales e imputaciones que dan por hecho que desde el gobierno de la Junta el PSOE ha robado al pueblo con los ERES, los cursos de formación y otras mandangas. Y ahí es donde yo me pregunto: ¿Es que a la gente que ha votado al PSOE no les indigna que haya sucedido esto? Porque da la sensación, tras ver los resultados, de que a muchos andaluces, no les importa que la pasta se la lleven a casa de manera ilegal algunos, siempre y cuando esos algunos sean “de los nuestros”. Y lo que ya es de campeonato es la lamentable grabación de esa delegada de empleo de la Junta en Jaén. Esa tal Irene Sabalete que, como en las pelis de la mafia calabresa, conmina a su equipo a dejar de trabajar en lo suyo y ponerse a hacer campaña por el PSOE porque, si gana el PP se acabó el chollo.
Mi pregunta es ¿Cuántas Irenes Sabalete hay hoy en Andalucía? ¿Cuántos alcaldes de pueblos pequeños acojonan a sus vecinos diciéndoles que si no gana el PSOE se acabó el escándalo ese de las peonás? Que esa es otra. Está tan clara la utilidad electoral de las peonadas, que hasta los partidos de la oposición se cagan antes de anunciar en una campaña que le van a meter mano a una de las cosas que, desde mi punto de vista, tienen hundida a mi tierra. Porque esos miles de jóvenes que parece que tienen suficiente con esos 400 euros al mes más sus chapucillas, probablemente estarían más activos si alguien tuviera la buena idea de hacer que ese dinero les ayudara a emprender. Yo es que no me creo las cifras. Si el paro en mi tierra diera la imagen real de los ingresos de los andaluces, habría diariamente quema de contenedores y acosos a políticos en sus casas. Pero no. Allí estamos felices con nuestras ayuditas y nuestras chapucillas en negro y, si los nuestros roban un poco, pues bueeeno. Tampoco pasa ná; que los de la derechona y los señoritos estuvieron robando muchos siglos. Y así nos va. Y me imagino que esta Cabra me va a provocar algún dolor de cabeza y que se defequen en mis muelas unos cuantos de mis paisanos, también me lloverá algún aplauso desde la derecha, pero igual si comenzamos ya a llamar a las cosas por su nombre pueda empezar a cambiar algo por el Sur. Y así que deje de correrme la pena por las venas, “con la fuersa dun siclóoooon”.

ELOGIO DE LA ALEGRÍA

Pues fíjate tú que, a pesar del nombre, igual resulta que Ronaldo no es un buen Cristiano. Imagino que habrán visto que el jugador portugués luce en los últimos partidos una cara que oscila entre la angustia, la frustración, el enfado, la ansiedad y la ira. Lo que viene siendo cara de mala leche. Y hombre, se supone que, aunque lo haya dejado con Irina Shayk, debería ser uno de los hombres más felices sobre la faz de la tierra. Triunfa en lo suyo, juega en el Real Madrid y gana más pasta que la que ganan en un año, todos juntos, los vecinos de manzanas enteras de edificios en cualquier ciudad del planeta. Pero él está cabreado. O triste. Es raro que encadene dos partidos sin hacer un mohín a un compañero, sin quejarse por esto o por aquello, o sin explotar de rabia si él no marca y sus colegas sí lo hacen. Y, aunque en los últimos tiempos es especialmente notable, no es algo nuevo en el 7 del Madrid. Sus compañeros le disculpan y dicen que es el gen competitivo y tal y tal… ¡Qué van a decir! Pero yo creo, sencillamente, que es un muchacho malcriado. Y no me refiero sólo a su semblante de mal café, sino también a su tendencia a celebrar los goles con cara de haber conseguido soltar (por fin) un truño que se le había atascado en el conducto evacuatorio cular. O a aquel gesto altivo quitándose el polvo del escudo de campeón del Mundialito, cuando le expulsaron en Córdoba por patear a un defensa que le estaba volviendo loco.
Sé que esto me puede generar enemistades, sobre todo en ese grupúsculo de gente averiada que circula por Twitter. Son esos que, cuando dices algo que no les gusta, te sueltan burradas, insultan a tu madre, a tu mujer, a tus hijos y te desean la muerte, supongo que con la esperanza de que, la próxima vez, se te quiten las ganas de seguir diciendo cosas. Pero vamos; no vean ustedes cómo me la refanfinflan. Estos maleducados de Twitter depondrán en toda mi familia, pero a mí me parece que Cristiano Ronaldo debería hacer honor a su nombre de pila y escuchar al líder de la Iglesia Católica. Igual así me caía algo mejor.
Digo esto porque, ahora que se cumplen dos años del papado de Francisco, tengo muy presentes varias de las cosas que dijo el Pontífice en sus primeras homilías. Me gustó desde el principio un hombre que vino a quitarle aspereza a la Iglesia, a hacerla cercana. Dijo Francisco un día de aquellos algo que se me quedó marcado: “El cristiano es un hombre de alegría”. Y no crean que fue una frase que a mí me cayó en el saco roto de las cosas que escuchas y se van como si fueran arenas en un tobogán. Por eso me acordé del Papa este lunes.
Jugué un torneo de golf que organiza cada año la Fundación Síndrome de West para obtener fondos e investigar esta enfermedad rara. Era una competición entre toreros y periodistas (que ganamos los de la canalla, por cierto) y en la ceremonia de entrega, se anunció que el Premio a la Trayectoria Golfística de 2015 se le daba a un jugador histórico que ha hecho mucho por el golf en España. Se llama Manolo Piñero y le recordarán porque fue de aquellos pioneros que, junto con Seve y los Garrido, Cañizares, Barrios, Sota y demás valientes pusieron al golf español en el mapa surgiendo desde la nada.
Manolo nos emocionó a todos hablando de sus comienzos. De cómo su familia, muy humilde, llegó a Madrid a mediados de los años 60. Cómo él arrancó de caddy con 11 años llevando las bolsas de los señoritos que eran los únicos que, en aquella época, podían jugar al golf. Cómo se hizo profesional a los 16 para intentar ayudar en su casa. Y cómo sus padres reunieron, con un esfuerzo sobrehumano, 24.000 pesetas (lo que vendrían a ser hoy unos 6.000 euros) para que Manuel pudiera ir a jugar 5 torneos y probara si era capaz de sobrevivir en esa selva del deporte profesional.
Manolo nos habló también del resto de su carrera, de las tremendas alegrías, de alguna pena, de lo agradecido que está al golf y a sus compañeros y de lo que ha disfrutado de la vida que ha tenido y sigue teniendo gracias a este deporte. Pero nos reveló que en ningún torneo tuvo nunca mayor presión que en aquel arranque de su andadura. Decía Manolo que muchas veces le habían preguntado por la tensión, por los nervios de saber que un putt vale un torneo, o que en un buen golpe te juegas muchísimo dinero. Y nos confesó que para él, eso no era presión. “Presión es que tus padres humildes consigan reunir 24.000 pesetas para que juegues al golf y tú sepas que tienes 5 torneos para devolverles ese dinero.” “Y el mayor orgullo, volver tiempo después y poder darle a tus padres las 24.000 pesetas y 5.000 más que había conseguido”.
Manolo luego ganó torneos importantísimos; campeonatos del mundo, Ryders, premios individuales, pero a pesar del dinero y de la gloria se mantuvo siempre en ese filo de la navaja. Ese difícil equilibrio que te permite recordar de dónde vienes e ir por la vida con una sonrisa satisfecha, compartiendo con los demás un sentimiento bastante cercano a la alegría.

LO DEL HIMNO

Menuda se ha liado. Y menuda se va a liar. La propuesta de Esperanza Aguirre de suspender la final de la Copa del Rey de fútbol si se silba al himno y/o al Rey ha removido la tierra. Van a jugar el Athletic de Bilbao y el Barça y no hay que ser adivino para prever una pitada tremenda.
Y es curioso, porque yo, así a botepronto, no tengo una opinión muy clara sobre el asunto. A esa falta de una visión contundente ayuda el hecho de que se opongan a esta medida muchos seres que me parecen especialmente abyectos y el que la apoyen personas con las que, indudablemente, no iría a ninguna guerra. Porque uno lo piensa tranquilamente y dice: “coño, pues que silben”. A mí, en uno de esos alardes de moderación que nos dan de vez en cuando a los que no estamos en un bando muy concreto, me puede parecer que silbar al himno o al Rey puede ser una manera de expresar la libertad de opinión de cada uno. Pero, cuando me suceden estas cosas, siempre, intento mirarlas desde el otro lado.
Pongamos por caso que estamos en un acto oficial de Cataluña o de Euskadi y que, mientras suena Els Segadors o el Gora Ta Gora, miles de personas se ponen a gritar y a proferir insultos. Yo imagino que los otros miles que sientan ese himno como suyo pueden tomar como una agresión el hecho de que alguien desprecie la música que les representa o la bandera bajo la que se sienten unidos a otros. Por eso a mí jamás se me ocurrirá pitar el himno de nadie. Cuando he ido con mis hijos a partidos internacionales y había trangresores abucheando al himno nacional del equipo contrario les he prohibido taxativamente que sigan como borregos a los irrespetuosos. Es como cuando vamos al Bernabéu y escuchamos a la gente gritando “¡Puta Barça eoéeee!” o “En el Calderón hay mucho maricón”. Yo le dejo a mi hijo que cante y anime pero nunca le permito que grite insultando a otros. Porque de estos polvos vienen otros lodos. Y estamos de fango hasta las axilas.
En el caso del himno español y de nuestro Rey, se trata de respeto a los símbolos que son importantes para mucha gente. Alguna vez, cuando lo he hablado con amigos nacionalistas, me dicen que esa bandera y ese himno (los de España) fueron utilizados por Franco y la Dictadura para machacar a los que no opinaban como ellos. Joder. Que han pasado cuarenta años desde que murió el Dictador y seguimos con que la abuela fuma. Claro que sí. Pero también en torno a esa bandera y a ese himno han pasado en nuestro país en los últimos años cosas mucho mejores. También los alemanes usaron su “Deutschland Über Alles” para, literalmente, pasar por encima de casi toda Europa. Y hoy, cuando oigo ese himno al que se le ha cambiado la letra, no pienso en Adolf Hitler, ni siquiera en la Merkel, Dios me libre, sino en los millones de alemanes que sienten ese himno como suyo y que viven hoy en una democracia moderna.
Esto, España, es una democracia moderna. Por mucho que los pesados de Podemos digan que nuestra Constitución está caduca y que es una herencia del Franquismo, es mentira. Las mentiras no se convierten en verdad por repetirlas mucho y con cara de haber visto a una Virgen o a Josif Stalin encima de un olivo. No, majos; nuestra Constitución la aprobaron de manera abrumadoramente mayoritaria los españoles, no los suecos, y ese texto nos metió, tras años de discordia, en un país de concordia en el que yo creo que hemos convivido bastante bien durante los últimos 37 años.
Por eso, mientras escribo, me está empezando a parecer bien lo de cancelar la final si se pita. Sé que muchos dirán (yo mismo me lo decía hace un rato) que esta medida generaría más sentimiento en contra, pero no creo. También se decía hace años que metiendo en la cárcel a los batasunos y a los que recolectaban dinero para ETA iban a surgir cien mil mártires del pueblo vasco. Y no pasó. Sencillamente, se acabó ETA cuando dejaron de estar forrados para pagar bombas y magníficos sueldos a sus hideputas asesinos. Coño. Hagamos la prueba. Suspendamos si pitan. Y puede que surja algún mártir por la causa, pero probablemente habrá otros miles que comprendan que esto es una cuestión de respeto. Recuerdo en la final de la Copa del Rey de hace 4 años en Valencia. Jugaban el Madrid y el Barça. Estábamos mi hijo y yo en la zona VIP justo al lado del Palco presidencial. Cuando comenzó a sonar el himno español, un señor con buena pinta que estaba, como yo, invitado de manera protocolaria, empezó a decir “¡Puta España! ¡Puta España!” Mi hijo Carlillos, que ya tenía un baile hormonal preadolescente bastante notable, se lo quería comer. Yo tranquilicé a mi hijo y le comenté que había gente maleducada y que nosotros, sencillamente, teníamos que ser mejores que ellos. Y le dije lo mismo cuando, unos minutos después, la mitad del estadio que era del Madrid abrió un cántico que me llenó de vergüenza: “¡¡Es una putaaa, Shakira es una putaaaa!!” cantaban a la que, entonces, era la novia de Gerard Piqué. También en aquel momento tuve que recordarle a mi hijo que nadie puede ser tan maleducado como para insultar a una muchacha por ser la novia del central del equipo contrario. Por eso; respeto. Algo muy tonto y muy sencillo aunque parece que nos cuesta un mundo entenderlo.

LOS PESADITOS

Probablemente sean los años. He pasado ya la barrera del cinco y esto de convertirme en cincuentón me ha hecho mirar las cosas de manera diferente. Aunque, pensándolo bien, esto es algo que me lleva pasando desde hace tiempo; yo creo que desde que atravesé el Rubicón de los 40. Vaya; tampoco es que sea un viejo gruñón (creo), pero noto que cada vez hay más gente que me parece tonta del culo y otros que, siendo personas inteligentes, me tocan las narices con lo que dicen o hacen o con lo que no hacen o no dicen.
Y me pasa con muchos políticos, con no pocos personajes públicos, con numerosos periodistas y con seres humanos normales con los que uno se va cruzando en la vida. Por ejemplo en la política, cada vez me estomagan más las poses chorras y en estos meses que tenemos por delante vamos a oír un número de tontadas para las que no sé si estoy preparado. Esas que hacen que, por ejemplo, para uno de izquierdas cualquiera que esté en la clase obrera es un tío estupendo y, si está en el paro, no te digo. Y cualquiera que sea un empresario es un tío gordo hideputa que se fuma un puro mientras exprime a sus trabajadores. Es el mismo tic bobo que hace que entre la gente de derechas abunden los que piensan que todos los funcionarios son unos vagos que deberían desaparecer, que los parados son unos subsidiados diletantes y que el reparto equitativo de la riqueza no es justicia, sino algo parecido a la caridad.
La derecha, aunque haga políticas de contenido social, acaba practicando la dejación de los más necesitados partiendo de la base de que los derechos sociales no son tales, sino concesiones graciosas que los que más tienen hacen a los pobrecillos a los que Dios ha desamparado. Lo malo es que esas dejaciones no son exclusivas de la derecha. También la izquierda y, cuanto más zurda de manera más acusada, provoca en muchas personas la dejación de las responsabilidades individuales. Para mí el trabajo más que un derecho, que lo debe ser, es también una obligación. Y creo que las políticas excesivamente contemplativas y con poco control de la protección al desempleado conducen al acomodamiento y a la molicie. Creo que al trabajador menos dispuesto a esforzarse las subvenciones le llevan a pensar que su derecho a estar protegido es superior a su obligación social de trabajar si puede. Sé que esto no es políticamente correcto decirlo, pero yo he oído tantas veces, “joder es que para ganar 200 euros más de lo que me dan en el paro, me quedo en mi casa”, que no puede ser que sea casual. Creo que esa actitud es la que más daño hace a los cientos de miles que están en la cola del paro y que, ciertamente, aunque se muevan, aunque quieran, aunque busquen, no encuentran un trabajo ni a la de tres. Porque esa mirada despectiva hacia las oficinas de desempleados que tienen muchos en la derecha proviene de una falta de control sobre el abuso que algunos hacen de esta ayuda para los que están pasando un momento jodido en sus vidas.
Pero me he liado con la política y yo no sólo quería hablar de esos pesaditos. También me provocan sarpullidos los plastas del deporte. Por ejemplo los mourinhistas que hoy, pobres, están de luto. La noche del martes un equipo ramplón llamado Schalke 04 provocó un canguelo bestial en el madridismo porque ganaron 3-4 y estuvieron a punto de eliminarnos. Íker estuvo como la Chata y ahí estaban ya los anti-Íker (que son casi todos pro-Mou) proclamando su “ya lo decía yo”. Sólo faltaba que anoche el Chelsea se metiera en cuartos para terminar de pasar el cuchillo afilado por la garganta del mejor portero de la Historia y del entrenador que le dio la Décima al Madrid. Pero, ¡ay tú! que va Mourinho y palma en casa jugando contra 10 y hoy, qué alegría, esos pesaditos están mucho más callados que anteanoche. Qué gusto.
Otros que me ponen cada vez más de los nervios son los que tutean a todo el mundo. No sé qué pasa en España para que, siendo como somos un pueblo muy cordial, seamos, probablemente, el pueblo más descortés del planeta. Es que vas a una tienda y te tutean, viene un fontanero a casa y te tutea y llegas a un restaurante y te sueltan: ¿Cuántos sois? Yo tampoco es que sea un tipo muy reverencioso, pero me encanta escuchar, cada vez que voy al extranjero, palabras como “Señor”, “Sir” o “Monsieur”. Aquí o estás en un restaurante de rejón de 100 euros el cubierto o en un hotel de los buenos, o no sabes si el que se dirige a ti te está sirviendo o a punto de hacerte aquella pregunta tan típica de las callejuelas de los bares del centro hace años: ¿Quiés costooo?
Ahora, los que ganan para mí el campeonato mundial de pesaditos son esos que jamás tienen responsabilidad en nada de lo que ocurre a su alrededor. Son los que preguntan como Steve Urkel “¿He sido yoooo?” después de haber provocado un cataclismo de 8 en la escala de Richter. Son esos que no saben perder y que, cuando les vienen mal dadas, se ponen tensos y se les bloquea el cerebro. Aunque debo reconocer que algunos de ellos tienen gracia y a mí me caen bien. Lo digo porque el pasado fin de semana estábamos jugando al Tabú varios de mis hermanos, con nuestra madre y algunos de nuestros hijos. A eso de las 2 de la mañana, muertos de la risa con algunos momentos inverosímiles, mi hermano Pablo batió el récord del mundo de querer escaquearse. Tenía que definir la palabra morreo. Y dijo “es cuando te dan un pico en los morros”. Los que estaban controlando le advirtieron que “morro” era una de las palabras tabú y él, cargadísimo de razón, dijo: “¿Pero qué tendrá que ver morro con morreo?” Y todavía hoy nos estamos riendo.

MOMENTOS DETERMINANTES

Hay momentos de la vida de uno que son cruciales. Y uno los mira con perspectiva y es capaz de saber que, si las cosas se hubieran hecho de manera diferente, habría podido tener una vida peor.
Recuerdo algo que nos sucedió a mis hermanos y a mí cuando yo tenía once años. Era el mayor del trío que formaba con mis hermanos Pablo y José. Tampoco es que fuéramos un grupo terrorista, pero teníamos bastante tendencia a hacer travesuras que solían tener en un “Ay” a nuestros padres y a un grupo relativamente numeroso de vecinos, amigos y familiares.
Era el verano de 1975 y se celebraban las fiestas de El Palo, que es el barrio malagueño en el que nos criamos. Por la Virgen del Carmen se colocaban carricoches, casetas y puestos de feria y, en una explanada cerca de la playa, una placita de toros portátil. Mis hermanos y yo andábamos por la mañana trasteando por el ferial cuando, por una rendija de las paredes metálicas de la placita, vimos que el bar interior estaba lleno de coca-colas y mirindas. Aunque no teníamos ni sed, ni necesidad alguna de beber, empezamos, cuales jabalíes, a excavar por debajo del lugar en el que apoyaba una de las paredes de la plaza e hicimos un agujero lo suficientemente profundo como para entrar. Nos metimos y anduvimos por la plaza, entramos al ruedo, toreamos de salón y, antes de irnos a casa, ya con algo de sed, decidimos pasar por el bar y llevarnos seis o siete botellas de refrescos.
Al llegar a casa podrán imaginar cómo íbamos de polvo después de habernos arrastrado por el suelo para entrar a la plaza y, cuando nos vio mi padre, nos echó una bronca tremenda mientras nos preguntaba cómo nos habíamos puesto así. Empezamos a contestar con las típicas inconcreciones del niño con mala conciencia; nuestro padre nos caló enseguida y tardó exactamente 3 minutos en hacernos confesar. Menudo pollo. Tuvimos que devolver las coca-colas que habíamos escondido en la nevera, nos quitó la paga por un mes para pagar los tres refrescos que nos habíamos tomado y, sin decirnos nada, habló con una amiga de la familia que trabajaba en centros correccionales para infantes que hacían algo más que travesuras.
Cuando llegamos a la playa, esta amiga de mis padres se nos acercó y empezó a interrogarnos. Nos dijo que lo que habíamos hecho se pagaba caro, que podíamos acabar en un Reformatorio y que ella iba a intentar convencer al juez para que nos dejara en libertad por ser la primera vez que delinquíamos. Podrán hacerse una idea del día que pasamos. Yo, que era el mayor, me hacía el valiente y les decía a mis hermanos que no se agobiasen, pero tenía más miedo del que había padecido en toda mi vida. Por supuesto todo aquello era mentira, el dueño del bar había agradecido mucho a mi padre la devolución del dinero y de los refrescos y esta amiga de la familia simplemente hizo su papel de poli malo. Pero fue de una eficacia milagrosa. Yo nunca he vuelto a hablar de esto con mis hermanos, pero creo que, en el hecho de que hoy seamos honrados ciudadanos influyó de manera determinante aquella mañana de verano en la que la Virgen del Carmen y esta amiga de mis padres (que también se llamaba Carmen) nos apartaron del mal camino.
Cuento esto porque no sé si a ustedes o a sus hijos les habrá pasado, pero a mi hija la mayor el otro día le impusieron una multa de ¡¡¡360 euros!!! porque la sorprendieron bebiendo una copa junto al coche de una amiga. No estaban de botellón; sencillamente, habían salido de un sitio y se iban a otro y, por beber en la calle, le impusieron semejante sanción. Dejando a un lado que me parece una desmesura, estoy seguro de que la multa, que mi hija nos va a pagar en incómodos plazos, va a hacer que nuestra primogénita no se vuelva a acercar una copa a la boca al aire libre ni en una boda que se celebre en la terraza de un restaurante. Y, si lo hace, yo, como padre, le diría a la Policía como el de la canción: “Que la deteeengaann…”
No digo que no haya que sancionar estos comportamientos, pero deberían las autoridades ser un poquito más congruentes porque luego ves otras multas y te da la risa. Imagino que habrán leído sobre la multa que se le ha impuesto a un club de fútbol del pueblo gaditano de Jimena. Al parecer, los aficionados de la Unión Deportiva Tesorillo volcaron su ira contra una juez de línea profiriendo insultos tan delicados como “¡¡¡putaaa!!!” y diciéndole lindezas cargadas de inteligencia del estilo de “¡¡¡Ojalá Franco levantara la cabezaaaa y os mandara a vuestro sitioooo, que es la cociiiinaaaa!!!” Pues les han caído 50 eurillos, con lo cual supongo que, la próxima vez que vaya allí una liniera (si hay miembras, hay linieras), de zorra para arriba, le van a decir de todo, porque a los aficionados de este club no se les ha provocado escocimiento con el rigor de la sanción.
Claro que estos momentos críticos no solo pertenecen a la vida de uno, sino en ocasiones a la vida de todos. Yo creo que nuestra sociedad está en uno de esos cruces que te encuentras en el camino en los que nadie te dice hacia dónde lleva cada vereda. Ni los peligros que te vas a encontrar en el trayecto. Pero hay que tomar decisiones. Y hablo de la enorme cantidad de comicios que tenemos por delante en los próximos meses. Y más en concreto, de los que se deben celebrar en noviembre; las generales. Aunque decía San Ignacio de Loyola que en tiempos de tribulación no se debe hacer mudanza, yo creo que la tribulación en la que ha vivido en los últimos años la sociedad española, exige una mudanza. Ahora nos toca a los españoles decidir quién queremos que nos lleve los muebles. Yo, desde luego, tengo muy claro quiénes no quiero que me lleven los muebles a partir de noviembre y uno de ellos luce coleta.
Quiero dedicarle esta Cabra a Carmen Barrionuevo, una mujer encantadora que nos apartó a mis hermanos y a mí del mal camino.