LOS PESADITOS

Probablemente sean los años. He pasado ya la barrera del cinco y esto de convertirme en cincuentón me ha hecho mirar las cosas de manera diferente. Aunque, pensándolo bien, esto es algo que me lleva pasando desde hace tiempo; yo creo que desde que atravesé el Rubicón de los 40. Vaya; tampoco es que sea un viejo gruñón (creo), pero noto que cada vez hay más gente que me parece tonta del culo y otros que, siendo personas inteligentes, me tocan las narices con lo que dicen o hacen o con lo que no hacen o no dicen.
Y me pasa con muchos políticos, con no pocos personajes públicos, con numerosos periodistas y con seres humanos normales con los que uno se va cruzando en la vida. Por ejemplo en la política, cada vez me estomagan más las poses chorras y en estos meses que tenemos por delante vamos a oír un número de tontadas para las que no sé si estoy preparado. Esas que hacen que, por ejemplo, para uno de izquierdas cualquiera que esté en la clase obrera es un tío estupendo y, si está en el paro, no te digo. Y cualquiera que sea un empresario es un tío gordo hideputa que se fuma un puro mientras exprime a sus trabajadores. Es el mismo tic bobo que hace que entre la gente de derechas abunden los que piensan que todos los funcionarios son unos vagos que deberían desaparecer, que los parados son unos subsidiados diletantes y que el reparto equitativo de la riqueza no es justicia, sino algo parecido a la caridad.
La derecha, aunque haga políticas de contenido social, acaba practicando la dejación de los más necesitados partiendo de la base de que los derechos sociales no son tales, sino concesiones graciosas que los que más tienen hacen a los pobrecillos a los que Dios ha desamparado. Lo malo es que esas dejaciones no son exclusivas de la derecha. También la izquierda y, cuanto más zurda de manera más acusada, provoca en muchas personas la dejación de las responsabilidades individuales. Para mí el trabajo más que un derecho, que lo debe ser, es también una obligación. Y creo que las políticas excesivamente contemplativas y con poco control de la protección al desempleado conducen al acomodamiento y a la molicie. Creo que al trabajador menos dispuesto a esforzarse las subvenciones le llevan a pensar que su derecho a estar protegido es superior a su obligación social de trabajar si puede. Sé que esto no es políticamente correcto decirlo, pero yo he oído tantas veces, “joder es que para ganar 200 euros más de lo que me dan en el paro, me quedo en mi casa”, que no puede ser que sea casual. Creo que esa actitud es la que más daño hace a los cientos de miles que están en la cola del paro y que, ciertamente, aunque se muevan, aunque quieran, aunque busquen, no encuentran un trabajo ni a la de tres. Porque esa mirada despectiva hacia las oficinas de desempleados que tienen muchos en la derecha proviene de una falta de control sobre el abuso que algunos hacen de esta ayuda para los que están pasando un momento jodido en sus vidas.
Pero me he liado con la política y yo no sólo quería hablar de esos pesaditos. También me provocan sarpullidos los plastas del deporte. Por ejemplo los mourinhistas que hoy, pobres, están de luto. La noche del martes un equipo ramplón llamado Schalke 04 provocó un canguelo bestial en el madridismo porque ganaron 3-4 y estuvieron a punto de eliminarnos. Íker estuvo como la Chata y ahí estaban ya los anti-Íker (que son casi todos pro-Mou) proclamando su “ya lo decía yo”. Sólo faltaba que anoche el Chelsea se metiera en cuartos para terminar de pasar el cuchillo afilado por la garganta del mejor portero de la Historia y del entrenador que le dio la Décima al Madrid. Pero, ¡ay tú! que va Mourinho y palma en casa jugando contra 10 y hoy, qué alegría, esos pesaditos están mucho más callados que anteanoche. Qué gusto.
Otros que me ponen cada vez más de los nervios son los que tutean a todo el mundo. No sé qué pasa en España para que, siendo como somos un pueblo muy cordial, seamos, probablemente, el pueblo más descortés del planeta. Es que vas a una tienda y te tutean, viene un fontanero a casa y te tutea y llegas a un restaurante y te sueltan: ¿Cuántos sois? Yo tampoco es que sea un tipo muy reverencioso, pero me encanta escuchar, cada vez que voy al extranjero, palabras como “Señor”, “Sir” o “Monsieur”. Aquí o estás en un restaurante de rejón de 100 euros el cubierto o en un hotel de los buenos, o no sabes si el que se dirige a ti te está sirviendo o a punto de hacerte aquella pregunta tan típica de las callejuelas de los bares del centro hace años: ¿Quiés costooo?
Ahora, los que ganan para mí el campeonato mundial de pesaditos son esos que jamás tienen responsabilidad en nada de lo que ocurre a su alrededor. Son los que preguntan como Steve Urkel “¿He sido yoooo?” después de haber provocado un cataclismo de 8 en la escala de Richter. Son esos que no saben perder y que, cuando les vienen mal dadas, se ponen tensos y se les bloquea el cerebro. Aunque debo reconocer que algunos de ellos tienen gracia y a mí me caen bien. Lo digo porque el pasado fin de semana estábamos jugando al Tabú varios de mis hermanos, con nuestra madre y algunos de nuestros hijos. A eso de las 2 de la mañana, muertos de la risa con algunos momentos inverosímiles, mi hermano Pablo batió el récord del mundo de querer escaquearse. Tenía que definir la palabra morreo. Y dijo “es cuando te dan un pico en los morros”. Los que estaban controlando le advirtieron que “morro” era una de las palabras tabú y él, cargadísimo de razón, dijo: “¿Pero qué tendrá que ver morro con morreo?” Y todavía hoy nos estamos riendo.