EL HOMBRE AL QUE ME GUSTARÍA PARECERME

Mira que es jodido escribir cuando uno tiene que sacar las palabras de la parte esa del estómago en la que se te agarran las angustias fuertes. Normalmente la Cabras las escribo en un tris. Sin demasiado esfuerzo, una vez que tengo la idea, las palabras van fluyendo fáciles aunque a veces me cueste empezar. O terminar.

Pero hoy tengo que hablar de la muerte de un hombre que ha sido verdaderamente importante en mi vida. Ayer, a las nueve menos dos minutos de la noche, le decíamos adiós a Jesús Hermida. Alguna vez he contado en esta Cabra que Jesús fue, primero, mi jefe y, luego, mi amigo. El viernes pasado, merendando en su casa, recordábamos la primera vez en que nos encontramos.

NUESTRO PRIMER ENCUENTRO

Ni él ni yo sabemos por qué, pero nos caímos mutuamente bien desde ese primer momento. Y eso que, ni el lugar ni el desarrollo de aquel encuentro, fue para echar cohetes líricos. A Jesús, a pesar de que llegaba como una gran estrella a la Antena 3 del año 91, le asignaron un curioso despacho que estaba en medio de un pasillo. Era un sitio más bien oscuro y a Jesús, que tampoco le apasionaban los interiores muy luminosos, le había dado por cerrar persianas, apagar la luz y dejar encendida una lamparita pequeña de mesa.

En ese entorno inquietante, un muchacho de veintiséis años entraba a entrevistarse con un mito de televisión. Y este fue el diálogo surrealista que nos condujo a una amistad indisoluble:
CGH: Buenas tardes, soy Carlos G. Hirschfeld…
Jesús Hermida: ¿Has pensado en dejarte bigote?
CGH: Ehhh, mmmm, buenoooo es que no me sale. (Yo siempre he sido tirando a lampiño)
JH: Y tú ¿Qué tipo de reportero eres?
CGH: ¿Como que qué tipo de reportero soy?
JH: Sí (ampliando las palabras en deje muy hermidiano). ¿Eres intréppiddo, divverrtido o senntimmental?
CGH: Pues, hombre, yo creo que un poco de cada cosa. Depende del reportaje.
JH: No se puede ser esas tresss cosas a la vezzz.
CGH: Buenooo, yo creo que sí. Yo he hecho reportajes de todo tip…
JH: No. Eso esss imppposibbble.
CGH: No es imposible, porque yo los he hecho.
JH: No, no y no
CGH: Sí, sí y sí.

Ahí, la verdad, pensé que mi posibilidad de trabajar con él se iba a ir a la mierda. Siempre me habían dicho mis padres que no fuera inoportuno, que midiera y en aquella primera conversación mi repetición del sí en respuesta a su repetición del no era el primer escalón del infierno. Pero le debió hacer gracia, porque después de darme caña, decirme que no iba a atreverme a dejar informativos para irme con él a hacer programas y unas cuantas cosas más, me pidió que volviera con algún reportaje que hubiera hecho.

Salí de su despacho lamentando no haber hecho caso a mis padres, pero, una hora y pico más tarde, regresé a su cubículo con tres cintas Betacam y le dije:
CGH: ¿Puedo pasar?
JH: Sí.
CGH: Aquí tienes (las puse en su mesa un poco chulito haciendo un ruido ni demasiado fuerte, ni demasiado flojo); un reportaje intrépido, uno sentimental y uno divertido. A ver cuál te gusta más.
Jesús no me dejó irme. Fue metiendo las cintas en un magnetoscopio y, a medida que iba viendo los vídeos, algo me dijo que a ese tipo al que yo admiraba desde mi infancia, me lo había metido en el bolsillo.

EL MEJOR JEFE DEL MUNDO

Como subordinado le disfruté tremendamente. Cada reto, cada propuesta marciana. Lo mismo te pedía que tiraras en aguas de Huelva un barril con un mensaje para que llegara a América, que te pedía que hicieras un reportaje sobre el 200 aniversario de la muerte de Mozart, pero sin hablar de Mozart. Lo del barril fue fracaso absoluto, porque no llegó ni a Matalascañas, pero el de Mozart es de los reportajes que uno guarda en la memoria como algo que hizo bien.
Recuerdo también cada regañina porque tu reportaje no estaba todo lo redondo que él había pensado y cada salto de alegría porque tu vídeo le gustaba y le habías dado un buen momento de televisión. Porque era muy exigente, pero no he tenido, jamás, un jefe más generoso con sus equipos.

RIGOR, ÉTICA Y RESPONSABILIDAD

Y, sobre todo, tengo muy grabadas esas lecciones que nos daba sobre lo que se debe y no se debe hacer cuando uno tiene la inmensa responsabilidad de hacer un programa de televisión. Se ha hablado mucho de Jesús como creador de formatos, como contador de historias y como forjador de equipos. Pero no se ha dado excesiva importancia a lo que a mí más me marcó de él; un extraordinario sentido ético de la profesión. Un sentido del rigor, de la independencia, de la justicia y de la responsabilidad del que se dedica a contar lo que pasa en un medio que puede hacer tanto bien y tanto daño como es la televisión.

En los últimos tiempos le había podido un cierto desencanto y decía sentencias como que “En Televisión sólo se puede ser una cosa: el dueño”. Pero en cuanto le hablabas de proyectos se ponía a proponerte ideas y enfoques y volvía el director entusiasmado que yo conocí durante tantos años de amistad. Como periodista y como jefe, le podré tener siempre presente, porque ahí están nuestras experiencias juntos y las hemerotecas y los archivos de radio y televisión. Pero le voy a añorar tremendamente como amigo.

Esas llamadas en las que yo decía siempre: “Hola Bosssss”. Y él me contestaba: “Cuéntame cosas buenas, Filfilito”. Y yo, con mi optimismo radical, le iba contando sobre el mar y los peces. Y él me hablaba de su ánimo o su desánimo, pero siempre, antes de despedirnos, me contaba una de esas historias que le encantaban. No he conocido a nadie tan culto y con tanta capacidad para aprenderse de memoria fragmentos interminables de novelas, poemas, canciones y óperas. En aquella última conversación del viernes me repitió algo que estaba diciendo mucho últimamente.

MI PENACHO

Como previendo que se acercaba su final. Me contaba el desenlace de Cyrano, cuando el caballero dice a las puertas de la muerte que podrán quitarle todo, pero que nadie le podrá arrebatar su penacho; su orgullo, su grandeza. Puedo jurar que Jesús Hermida, mi amigo, mantuvo hasta ayer a las 20.58 horas su penacho agarrado bien fuerte y en alto. Y allí estuvimos su familia y sus amigos para verle hacer su última reverencia.

Adiós Hermi. Que descanses en paz, aunque sé que cuando llegues al lugar al que se van los buenos, después de dar un beso a tus padres te irás corriendo a ver si puedes hablar con Mozart, con Napoleón o con JFK o con Lennon. Aunque no; conociéndote, sé que te vas a ir directo a darle achuchones a Bola.