PUES VENGA

No sé si a ustedes les pasa, pero a mí suele ponerme de bastante mala uva esa frase que se suelta con frecuencia ante las calamidades: “esto no es culpa de nadie”. Y en ocasiones es cierto; el infortunio, o vaya usted a saber qué, hace que sucedan cosas que nadie quiere. Pero, en general, a mí me parece que esa es una manera que tenemos de quitarnos la responsabilidad cuando uno ve que algo que ha pasado es culpa de uno mismo o de alguien a quien tiene afecto. “No es culpa de nadie»… y nos quedamos como mucho más tranquilos. Pero las cosas suelen ser casi siempre culpa de alguien. O de unos más que de otros.
El fin de semana pasado tuve una ardiente discusión con unos amigos sobre el tema de Cataluña. Yo decía, como pienso, que la culpa de lo que ocurre allí es, en parte, del histórico rosario de cesiones de los diferentes partidos nacionales que han pactado con CiU cuando no han tenido mayoría absoluta. También opino que una gran parte de esa culpa es del delirio en el que entró Artur Mas, cuando vio que se le escapaba el gobierno de la Generalitat y que había vientos desfavorables en los juzgados y en la enorme deuda que acumuló el gobierno autónomo durante años de dislates. Pero considero también que los catalanes que se sienten españoles tienen una parte importante de culpa por no haber plantado cara al desvarío. Y me preguntaban los amigos con los que discutía: «¿y qué tendrían que haber hecho?». Pues no sé, pero creo que durante años han sido condescendientes. Han mirado para otro lado. Han dejado hacer a los que han ido atropellando los derechos de los que querían educar a sus hijos en castellano, a los que soltaban el discurso único en TV3, a los que pronunciaban proclamas políticas lastimeras (Espanya ens roba) a las que nadie se oponía, o a los que colocaban en el Nou Camp pancartones diciendo “Catalonia is not Spain” sin que nadie dijera nada, no fuera a ser que les tacharan de fascistas. Ayer almorcé con una catalana que no quiere ni oír hablar de independencia y, cuando le planteé mi manera de verlo, me dijo que ellos siempre creyeron que nunca se iba a llegar tan lejos. Literalmente me confesó que aquello “se les había ido de las manos”.
También, como decía, han tenido su parte de culpa los diferentes gobiernos nacionales que han ido permitiendo que creciera la bestia hasta llegar a ese tamaño de oso grizzlie cruzado con elefante en el que se ha convertido aquello. ¿Y quién le pone el cascabel a este gato? Porque está Cataluña partida en dos. Y en España millones de personas piensan: «que les den». Y yo opino que, por mí, que se vayan. Pues venga; que se haga ese referéndum solo a los catalanes. Fíjense que estoy de acuerdo en pocas cosas con los de Podemos, pero en esta me pongo de su lado. Llegados a este punto, que decidan. Y, desde ahora hasta que se haga el referéndum, que los que se sienten españoles se mojen, de verdad y de una vez, y exijan a sus políticos y a sus conciudadanos que se acabe con esto si es que les parece tan absurdo. Y, si gana el sí a la independencia, que se vayan de España. Ahora, si gana el no, que se callen de una vez. Porque a mí esto del nacionalismo me parece una paletada cósmica, teniendo en cuenta el siglo en el que estamos y que somos la UE. Si gana la Independencia, yo seguiré yendo a Barcelona, comprando los productos catalanes que me gustan y acogiendo a los catalanes que vengan a mi ciudad como unos europeos a los que siempre tendré un afecto especial, desde luego diferente del que tengo a franceses, italianos o alemanes.
Es cierto que el estado actual es profundamente democrático y que la Constitución fue aprobada por todos. Hay muchas voces desde Cataluña y desde la extrema izquierda pidiendo deslegitimar a la Constitución y a nuestro Rey como herederos de la Dictadura o como algo que se votó hace mucho, que menuda gilipollez. Se votó hace menos de 40 años y tanto la Constitución como el Rey se ganaron el derecho a ser considerados absolutamente democráticos. Pero también es cierto que entre unos y otros hemos dejado que Cataluña se asome a este vacío delirante. Y creo que la fuerza de las democracias está en ser capaces de superar embates como este. Lleguemos a un acuerdo. Dejemos que voten y, pase lo que pase, que se acabe este absurdo ya. Pero pongamos condiciones. Establezcamos un porcentaje a partir del cual sea razonable la concesión de la independencia y marquemos unos plazos. Si se vota hoy y gana el no a la Independencia, convengamos que no se vuelva a abrir este melón hasta dentro de 30 años, por lo menos. Y pactemos el tipo de educación y el modelo de convivencia que va a haber si los catalanes deciden quedarse en España, para que no se revise esto cada vez que a un líder nacionalista se le hinche la vena catalanista y quiera ser el George Washington del Maresme.
En fin. Sé que no me van a hacer ni caso y que habrá muchos de ustedes que piensen que estoy en un tremendo error, pero estoy convencido de que, llegados a este punto, hay pocas vías de escape porque Cataluña está partida por la mitad. Que claro, bien pensado, eso de estar partido por la mitad, es muy español. Lo digo por lo de la Ley de Memoria Histórica. Anteayer me emocioné leyendo la historia de una mujer de 90 años que, gracias a una jueza Argentina, ha conseguido que le dejen exhumar el cuerpo de su padre fusilado por la justicia franquista en Guadalajara. Manda cojones. Hemos sido incapaces de aplicar esta Ley sin sacar lo peor de nosotros mismos. Pero eso, amigos, será otra Cabra.