SOMOS NOSOTROS

Es la base de nuestra insensibilidad. Que los vemos lejanos. Que pensamos que eso a nosotros nunca nos va a pasar. Y los miramos con lástima. A veces. Porque, casi siempre, el padecimiento ajeno, cuando es muy crudo, cuando se ven las tripas muy en primer plano, nos acaba dando repelús. Y esa crudeza nos provoca tal rechazo que miramos hacia otro lado. O, directamente, nos buscamos coartadas mentales que nos dejen tranquilos.
Hablo de los refugiados. Y de las víctimas de ETA o de AlQaeda.
Hablo de esos ciudadanos que se encuentran, de repente, un día normal, con que les están poniendo bombas en el Corte Inglés de Castellana y, horrorizados, en el camino a casa para buscar refugio, ven caer tres misiles, uno en el Bernabéu, otro en Plaza de Castilla y otro en el Ramón y Cajal. Y, al llegar a casa, se encuentran con que sólo quedan escombros arrasados. Pero eso no pasa en Madrid, sino cada día, cada hora, en cualquier ciudad de Siria.
Hablo de esos miles de personas que estuvieron en un momento de sus vidas en el lugar inadecuado en el momento más inoportuno y, sin quererlo, tuvieron una muerte que fue un símbolo. Y sus muertes, o sus heridas, o sus duelos por el terrorismo los aprovecharon políticos de uno y otro signo para hacer política.
Son caras que aparecen en imágenes de los telediarios, o en las portadas de la prensa, vídeos de las redes sociales o fotos del Instagram y que nos parecen igual de lejanos, en el fondo, que cualquier actor de Hollywood al que vemos en una película. Pero, desgraciadamente, son como nosotros. Y, claramente, no nos estamos dando cuenta.
En el caso de los refugiados quizás es porque hace mucho que no aparece un Aylan para descojonarnos las conciencias. Pero cada hora siguen llegando a diferentes fronteras de Europa y del Oriente Próximo miles de refugiados a pedir que alguien les ayude a escapar del espanto diario. En esa tarea perversa de conseguir quitarnos el problema de encima, políticos y medios de comunicación de toda Europa están haciendo un daño descomunal. En un momento en el que hacen falta líderes y ciudadanos que echen la pata adelante, estamos todos escondiéndonos cómodamente en las sospechas de que pueda haber yihadistas infiltrados, en que hay algunos cabrones que agreden a mujeres y en el hecho cierto de que la integración de estas personas no va a ser desde luego fácil. Y esa lluvia fina va calando. No vemos a esos sirios que huyen del horror como si fuéramos nosotros mismos puestos en los Pirineos calados hasta los huesos. Preferimos pensar en ellos como seres desharrapados, que odian a la civilización occidental y que, en el fondo, están deseando ponernos un pepino en un tren o liarse a tiros en una discoteca. Pero somos nosotros. Somos nosotros. Cada vez que veo a una familia caminando por una cuneta. Cada vez que veo a un padre desesperado al otro lado de una valla. Cada vez que veo a una mujer haciendo cola para que le den comida, veo a mis hijos, me veo a mí, veo a mi mujer y a mis hermanas y a mi madre pasando días amargos mientras los europeos, en nuestros sofás, calentitos, seguimos haciendo zapping con una mano mientras con la otra tonteamos con el móvil.
Mira que me parece fea la palabra empatía, pero llámenlo como quieran. Nos falta ponernos en el lugar de los otros. Somos campeones en el botepronto solidario. Pero se nos olvida a toda leche y, aquellos con los que fuimos solidarios en un momento, nos acaban cargando y nos parecen unos pesados a los que deberían caerles encima unos cuantos titulares de la Gurtel, los ERES, lo de Valencia, lo de Urdangarín o los Pujol para que dejen de dar el coñazo. Pero ahí siguen ellos, pertinaces, muriéndose en los barrizales de los campos de refugiados.
Y ha habido también frivolidad y poca cercanía con otro drama que hemos tenido cerca; el del terrorismo. Porque en estos días no he salido de mi estupor con todo este tema de los titiriteros. A mí lo de que los hayan tenido en prisión me parece increíble. Pero me lo parece también que alguien pueda tener la insensibilidad de hacer, como parece, una obra sin pensar en el dolor de las víctimas del terror. Porque esa es otra; aquí todos poniendo a parir una obra de la que nadie tiene ni idea de lo que dice. Sólo sabemos que aparecía un cartel que ponía “Gora Alka-Eta” y que salían algunas burradas muy burras. Pero ¿Alguien se ha leído el libreto? Seguro que no, pero, por si acaso, ante tal desmán toooodos los medios, políticos y ciudadanos de derechas han mostrado su indignación con los titiriteros y tooooodos los de izquierdas han dejado claro que la libertad de expresión no puede acabar en un calabozo. Que hubo un error, pero nada más. Claro que me gustaría ver a estos a los que se les llena la boca de LIBERTAD si los autores del engendro hubieran sido unos que se cachondeaban, por poner un ejemplo de algo terrible, de la matanza de abogados de Atocha, de la que, por cierto, se libró de milagro la actual alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Lo de la viga, la paja y el ojo, pero ya me aburro de decirlo y noto, además, que me está costando cerrar esta Cabra.
Igual me pasa lo mismo que a unos anarquistas granadinos de la CNT cuya pintada fotografié la semana pasada. Que les falta concisión. Alguien debería darles unas clases de «esloganismo», porque necesitaron 3 botes de pintura, un muro entero y cuatro líneas llenas de palabras para hacer algo tan sencillo, y tan propio de un anarco-sindicalista, como cagarse en la Patronal.