Y A ESTE ¿QUIÉN LE PAGA?

Es una de esas anécdotas que caen en mi familia, cada cierto tiempo, como sin querer. Hace ya muchos años, el novio (y actual marido) de mi hermana Julia, o sea, mi cuñado Nacho, vino a Málaga a pasar unos días con la familia. Entre que mi cuñado es un tío bien dispuesto, que acababa de sacarse el carné de conducir y que tenía que hacer méritos ante su futura familia política, mi abuela y sus cuñadas lo tenían todo el día, de acá para allá, pidiéndole transporte a este o a otro sitio. Padecía mi cuñado su quinto día de chófer vocacional, totalmente entregado a la causa, cuando escuchó a una de mis tías abuelas decirle a mi abuela: “Pilar; y a este muchacho, ¿quién le paga?”
Pues eso mismo deben estar preguntándose millones de españoles. Yo, el primero. Y a Pedro Sánchez, ¿Quién le paga? Porque viendo la tarea de demolición incontrolada que está haciendo en el PSOE, no tengo claro si le están pagando desde la calle Génova, desde las filas de Podemos o de las de Ciudadanos. No sé a cuál de los tres partidos le está haciendo más feliz esa tarea de termita con gigantismo. Miras a la bancada del PSOE en el Congreso y parecen el Grupo Mixto. Te pones a echar cuentas con el exiguo número de diputados nacionales y autonómicos y el de concejales y te empiezas a preguntar si el partido socialista va a ser capaz de pagar el nivel de gastos que tenía hasta hace dos o tres años. No es una broma. Yo opino que a España no le viene bien que la parte izquierda del Congreso quede en manos de unos que, hasta hace 3 días, eran leninistas amables y querían poner guillotinas en la puerta del Congreso. Creo que un partido de izquierda moderada es tan importante como uno de derecha moderada y el mapa se está quedando cojo por la parte de la socialdemocracia. Porque, francamente, los de Podemos tienen tanto de socialdemócratas, como los fascistas de Demócratas Cristianos.
No sé si, cuando lean ustedes esta Cabra, Sánchez le habrá dado una vuelta y habrá decidido ser generoso, pensar en su partido, y en el país, y decir adiós con la manita. Sospecho que no, aunque he de reconocer que, en cierto modo, lo de este hombre me parece que tiene un punto admirable. Su capacidad de resistencia frente a todo y a todos, su perseverancia, su convencimiento de que, aunque le tomen por loco, está haciendo lo correcto, me ha recordado a la enorme fortaleza que ha mostrado, en los últimos meses, un hombre al que admiro profundamente.
Ahora los finos lo llaman resiliencia. Nos cuesta mucho hablar con palabras normales y de toda la vida. Yo prefiero hablar de resistencia, fortaleza, capacidad de caer, levantarte y seguir caminando cuando te duelen los pies de tanto andar sin avanzar ni un metro. Alegría para mantener el ánimo y adaptarte a todo aunque no vendas ni una silla. Esperanza para ser capaz de ver luz al final de un túnel cegado por toneladas de piedras. Fe para saber que, aunque todos piensen que no lo vas a conseguir, tú lo vas a hacer.
Los gurús del bloguerismo, mi amigo Josesain y mi mujer afirman que no debería hablar en este blog ni de golf, ni de fútbol. De fútbol porque hay muchas personas a las que les produce repelús y de golf porque la mayoría de la gente no juega y ellos opinan que, visto desde fuera, el lenguaje y la pinta que proyectamos los golfistas da pereza y no suele gustar.
Pero yo no quiero hablar de golf. Sino de un hombre. Un empresario. Un padre de familia. Un marido. Y un deportista. Que resulta que es profesional de golf. Sé que le va a tocar las narices que diga que lo de Pedro Sánchez me recuerda a lo que él ha vivido, porque apostaría a que no está PS entre sus estadistas favoritos. Pero creo que lo que ha hecho el golfista Gonzalo Fernández Castaño es algo que yo propondría que se contara en los libros de Gestión de Crisis como caso de éxito en un entorno hostil.
Gonzalo tenía una carrera hecha en el circuito europeo. Estaba ya felizmente casado con Alicia, tenían niños, un entorno familiar que les apoyaba, una empresa que empezaba a ir viento en popa… Pero Gonzalo tenía el sueño de llevarse a la familia a Estados Unidos y probar suerte en EL CIRCUITO. Con mayúsculas. Él quería intentarlo en la Champions League del golf mundial, que diría ZP; el Circuito de la PGA Americana. Obtuvo la tarjeta para jugar y, después de dos temporadas duras, hace un año, perdió esos derechos. Decenas de comentaristas y amigos opinaban, le daban recomendaciones y, sotto voce, decían que se había equivocado, que debía volverse, que para qué ese esfuerzo personal y familiar. Que por qué no volvía a jugar en Europa, donde le había ido tan bien. Y Gonzalo decidió resistir. Tomó el camino menos fácil, mantuvo a la familia en Miami y tuvo la humildad, después de haber estado entre los 50 mejores del mundo, de competir en la segunda división del golf estadounidense, para ver si conseguía recuperar la tarjeta. Ha sido una temporada difícil. Casi imposible. Hace poco menos de dos meses, Gonzalo veía muy lejana la posibilidad de lograr su objetivo. Cuando muchos se habrían rendido, este hombre resistente como pocos, apretó el culo, con perdón, y empezó a jugar su mejor golf de los últimos años. Y esa fortaleza, esa capacidad de salir adelante, esa resiliencia de los finolis, le llevó, hace una semana, a poder comunicar a su mujer, a sus amigos y a todos los que no creían ya en él, que lo había conseguido; que el año que viene jugará en el circuito americano. Imagino la emoción de Gonzalo. Conozco bien la sensación de llegar a la meta el último, cuando ya nadie mira porque piensan que seguro que te has retirado. Soy capaz de sentir con él esa mezcla de rabia, alegría, emoción, congoja y euforia. Esas ganas de pegar con el puño en la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja, pero con un puntito de mala leche, diciendo: “Sí, coño. Sí”. Así que, Gonzalo, mi enhorabuena y todo mi respeto. Y suerte el año que viene. Igual, para cuando termine la temporada 2017, tenemos gobierno, se han ido Pedro Sánchez y Rajoy y, por fin, Pablo Iglesias ha pedido que le administren el Sacramento del Bautismo, que con lo cambiado que está últimamente, yo, no lo descarto.