YO FUI PERROFLAUTA

Yo les comprendo. Joder. Es que se vive mucho mejor como puto burgués que como perroflauta. Yo, que he sido ambas cosas, debo decir que el perroflautismo tiene enormes ventajas durante la juventud. Al menos en mi época joven, si no eras Adonis (y no era mi caso), había dos estrategias casi imbatibles para ligar: una era ser un pijazo con Ford fiesta blanco y jersey amarillo, aunque fueras un mamón. La otra opción era la de enredar a las niñas disfrazado de una mezcla de poeta maldito y activista bolchevique algo peligroso. Tenía que gustarte Silvio Rodríguez y debías tener un discurso anti-burgués aunque tu padre fuese presidente de una empresa del Ibex, que entonces, por cierto, no existía. No digo que yo fuera un Don Juan de la Gauche Divine, pero aquello funcionaba. Lo que ocurre es que, llegada una edad, cansa. Y uno, en cuanto puede, pues escapa. Y, por lo menos en mi caso, aquellas lecturas, aquellas reflexiones y aquellas vivencias en el lado izquierdo de la vida, me hacen tener hoy una postura ante la existencia diferente (no digo que mejor) que los que no han tenido esa experiencia de progre “comme il faut”. Esos pantalones de algodón, esas camisas cuello mao, ese tener que ir siempre en sandalias, alpargatas y otros calzados similares que me masacraban los pies…

Pero lo peor de ser perroflauta es que tienes un estrés tremendo porque todo el día has de representar tu papel y estar alerta por si alguien dice o hace algo excesivamente burgués para dejarle claro su error. Porque el perroflauta, por el simple hecho de serlo, tiene una altura intelectual y moral muy superior a la del resto de sus conciudadanos. Y el progre de manual, como el buen Scout, debe estar siempre atento para reaccionar ante la injusticia y aprovechar, en cuanto vea la ocasión, para soltar un discurso moralizante con esa verborrea rápida, intensa, contundente, bien construida y demoledora. Frases de esas que, si son pronunciadas ante un auditorio, acabas arrancando un aplauso aunque lo que digas sea que el brócoli te parece una verdura llena de virtudes nutricionales.

Y ese es el problema de Irene Montero y Pablo Iglesias. No es el hecho de que se compren un chalé en la sierra, que les alabo el gusto, sino que lo hacen dos profetas que han estado años defecándose dialécticamente en esa casta asquerosa que vive en chalets. Ellos (y sus colegas) en un patético intento por vestir la mona de seda, sueltan chorradas como que lo compran para vivir y no para especular, pero, hombre, que el prototipo de leninista amable se compre el mismo chalet que se podría comprar el prototipo de falangista antipático, pues choca. ¿Creo yo que una persona de convicciones de izquierda no puede vivir como un burgués? No. Me ha parecido siempre una gilipollez establecer ese tipo de sentencias. Pero no puedes ser el Padre Prior del convento, estar todo el día reprendiendo a tus hermanos por tener en su celda, yo qué sé, una foto de Beyoncé en camiseta mojada y que se te sorprenda un domingo por la tarde echando un polvo en la güisquería que hay al lado de la gasolinera. Y que Dios me perdone por el ejemplo.

Lo que quiero decir es que uno solo puede ir dando lecciones si es como Alberto Villa. Probablemente casi ninguno de ustedes lo conocerá. Fue uno de los más activos militantes del PCE en la clandestinidad durante el franquismo y, como pasó con muchos otros, cuando llegaron Carrillo y sus colegas del exilio, fue relegado a un quinto plano. Alberto era comunista convencido y era un hombre de una integridad absoluta y coherente hasta las últimas consecuencias. Era médico y montó con unos colegas una clínica con la que se habría forrado, pero lo hizo en cooperativa permitiendo que todos los que trabajaban con él disfrutaran de los beneficios. Era ateo, pero he conocido a pocos cristianos más puros que él. Podría haberse comprado 20 chalets como el de Montero e Iglesias, pero vivió, hasta su muerte, en un modesto piso en la Plaza de Castilla de Madrid. Y me imagino que, hoy, estaría sintiendo mucha vergüenza al ver cómo los que se supone que habían cogido el testigo de la integridad, de la política pura y del sentimiento noble están virando hacia la burguesía más clásica a velocidad de crucero.

No saben ustedes lo que me entretiene la estupefacción. Porque toda esta tontada del casoplón, al menos, nos ha quitado del pensamiento a Cataluña. Reconozcan que en las últimas horas han hablado más de la casita que del procés, pero yo aún me estoy preguntando cómo los catalanes han permitido que les pongan a Quim Torra de President. Vaya, por establecer una analogía, es como si en el 76, para buscar una solución al desafío que tenían por delante, SM el Rey hubiera elegido como presidente del gobierno, en vez de a Suárez, a Blas Piñar. Hace mucho tiempo que pienso que, si fuese catalán, estaría con una depresión-país de tres pares. Después de lo de Torra, creo, sinceramente, que estaría al borde del autoexilio.

Yo, más que al exilio, creo que voy a ir al otorrino. Definitivamente. Porque un día me van a dar una leche. El otro día estaba en la caseta de mi hermana en la feria de Sevilla y había un grupo cantando sevillanas. Eran buenos los tíos e, incluso, me parecieron realmente creativos y vanguardistas en sus letras, Una de ellas decía:

“En la fila del paro te he conosíoooo”

Sorprendido por la modernez y lo arriesgado del verso, lo comenté con una amiga de mi hermana que me miró con esa cara a medias entre “este tío es tonto” o “este se está cashondeando de mí” y me dijo: “Qué fila del paro ni qué niño muerto! Dice: en la Pila del Pato”, que, por lo visto, es una famosísima fuente sevillana. Así que voy a preguntar precios que creo que hay audífonos muy buenos, lo malo es que son caros de cojones.