EL BUCLE

Pues seguimos como cuando Larra, o cuando Forges, que es mucho más cercano. El espanto de entrar en el bucle con el “Vuelva usted mañana” o el “¿Ha pedido cita para negarse?” sigue vigente en nuestra burocracia. Y no es solo un problema de funcionarios, que en muchas ocasiones lo es, sino de la estructura misma del sistema.

Les voy a contar el bucle delirante en el que hemos entrado en mi familia. Nosotros somos familia numerosa. Tres hijos que hemos aportado al futuro sistema de pensiones. No crean ustedes que eso de ser familia numerosa es un festival de descuentos y ventajas. No. Hay algunas cosillas, rebajas en el transporte público, en las matrículas escolares y universitarias. Y poco más.

Cuando tus hijos van cumpliendo años, te exigen que, para mantenerlos en el carnet de familia numerosa, demuestres que siguen bajo tu techo y que, por ejemplo, están estudiando. Y aquí, Dios Santo, ha comenzado nuestro bucle.

Nuestro hijo Carlos acaba de cumplir 22 años. En esta edad es necesario renovar el carnet que nos caduca el 18 de octubre. Mi hija Paula, la mayor, está a punto de matricularse en una Universidad en un Máster y, lógicamente, cuando haga la matrícula, le van a pedir el carnet de familia numerosa para hacerle el descuento. Y aquí comienza el cachondeo.

Hemos ido a la Comunidad de Madrid a pedir la renovación del título de Familia Numerosa, pero, como Paula tiene 24 años, tenemos que certificar que está estudiando para mantenerla en el carnet. Y entramos en bucle. No podemos matricularla con el descuento, porque carecemos del título. No podemos renovar el título porque carecemos de la matrícula.

Parece de coña, pero no lo es. Y ahí estamos intentando que en la Universidad (que es privada) tengan algo más de correa que en la Administración en la que te dicen que no se puede y que como si te pones a poner a cantar rancheras. Esto de los bucles burocráticos es muy español, pero no crean que somos el único país del mundo en el que los burócratas se convierten en un muro.

En concreto, el burócrata del que les voy a hablar es australiano. Y podríamos cambiar en él la erre de “muro” por una ele y convertir al funcionario oceánico en “mulo”. Porque, el tío, terco era una jartá.

Llegó mi cuñado al aeropuerto de Melbourne. En Australia son muy suyos con el tema de la importación de animales y plantas y de cualquier tipo de alimento. Y, por ejemplo, si vas a entrar en el país con unos zapatos de golf, tienes que declararlo porque los zapatos deben ir absolutamente limpios y sin ningún resto de hierba de otro continente para no contaminar con hongos y otras marranadas los campos de allá. No exagero. Es así.

FORMULARIO EN EL QUE SE DECLARA, POR EJEMPLO, LO DE LOS ZAPATOS

Mi cuñado declaró en el formulario de inmigración que llevaba unos zapatos de golf más limpios que una patena. Y, al llegar a Melbourne, por desgracia, le perdieron la maleta. Después de un rato esperando, fue a “equipajes perdidos” y solicitó la devolución de su maleta. Con la depre que provocan estas cosas, sobre todo si estás a 17.000 kilómetros de tu casa, se fue hacia la salida con ambos rabos entre las piernas. Y ahí comenzó “the Australian loop”, que es como se debe decir bucle en australiano…

El funcionario de inmigración le pidió el formulario y, al ver que mi cuñado declaraba que llevaba unos zapatos de golf le pidió, por favor, que se los mostrara. Mi cuñado le explicó que acababan de perderle la maleta y que no podía enseñarle ni los zapatos, ni unos bonitos calzoncillos con remates de jaretitas monísimos que se acababa de comprar. Bueno; esto no lo dijo. Pero lo pensó.

El funcionario miró de arriba a abajo a mi cuñado y le dijo: “¿Sabe usted que ha mentido en un formulario oficial de inmigración?” Después del preceptivo silencio para asumir la frase, mi pobre cuñado le dijo, por si no lo había captado: “Mire; es que me ha desaparecido la maleta en el vuelo, tal y como certifica este documento”. Pero, oigan, que ni caso. Que el funcionario australiano se relamió y le dijo: “¿Es usted consciente de que la multa por mentir en inmigración es de 10.000$ australianos (unos 6.500€)?

Mi cuñado, que no es que sea precisamente Mahatma Gandhi, ahí ya debió ponerse de color morado y estuvo un rato discutiendo con el funcionario aduanero. Cuando se dio cuenta de que aquello podía acabar malamente, solicitó la presencia de un superior. Por suerte para él, el supervisor (que acudió a ritmo de Koala con artrosis) no era tan subnormal como el agente y dejó que mi cuñado se fuera al hotel a lamerse las heridas que le había dejado la burocracia australiana en la espalda.

En fin. Que no consuela que haya bucles burocráticos también allende los mares, pero viajar no solo ayuda a quitarse el nacionalismo, sino a darse cuenta de que por muchas cosas malas que tengamos, a veces también fuera tienen lo suyo. Que pensamos que fuera de casa todo es mejor y más emocionante. Eso le pasó a mi hijo Carlillos, por ejemplo, en su primer viaje sin la familia cuando tenía 3 años; ¡a una Granja Escuela!.

No sé qué le habían contado en el cole, ni qué imaginaba él sobre el lugar al que le llevaban, pero sin que nos diéramos cuenta, metió en su equipaje algo que no formaba parte de la lista de necesidades. Cuando regresó de la Granja Escuela con su chorizo incomible, su ropa llena de churretes, un cenicero de barro y un pan más duro que una piedra, sacó de la mochila su pistola. Y con una voz entre aliviada y triste la soltó sobre el suelo de su cuarto: “Pues nada. No había leones”.

CARLILLOS DEJANDO LAS PISTOLAS POR LOS GUANTES DE HULK